sábado, 10 de septiembre de 2011

04 - Días, meses y años confusos, en los que se van perfilando las aficiones íntimas.

Hoy relataré una serie de vivencias variadas, que van de mi adolescencia a mi primera juventud.

Por ejemplo, las experiencias homosexuales que ya he contado me crearon una rara costumbre, fijarme en el paquete de los chicos u hombres en general. Así lo hago desde que tenía trece años, aunque el momento actual con esta forma de vestir tan holgada no es el más propicio para adivinar tamaños y/o posiciones, no como en los años setenta hasta casi los noventa, en los que hubo temporadas en las que lo ajustado de los pantalones que llevaban tanto hombres como mujeres me provocaban deseos (muy bien contenidos) de reseguir con el tacto aquellas formas de salchicha o de buzón, según el sexo, que se moldeaban en la entrepierna de las víctimas de mi lúbrica mirada.

Experiencias variadas, por un orden vagamente cronológico:

1. En una de las raras ocasiones en que estuve en cama por enfermedad, cuando ya me encontraba aceptablemente bien, estaba jugando con los juguetes que venían incorporados a mi propio cuerpo y, no sé muy bien cómo, mi mano se fue deslizando desde los huevos hacia la parte posterior hasta que mis dedos alcanzaron el ano. Estuve probando de meter la punta de un dedo pero no conseguí gran cosa, aunque sentía una sensación extraña, supongo que excitante. Desde entonces me gusta tocármelo, que me lo toquen y me lo laman, claro, y hasta alguna vez he utilizado algún juguete de pequeñas dimensiones, pero en cambio me cuesta bastante alojar un miembro viril, aunque lo he probado varias veces, sin éxito la mayoría de ellas.

2. En los últimos años de escuela tuve como compañero al pequeño (de estatura) R...

Para ponernos en situación recordemos, copiando el título de un bonito film, que eran "Días de radio". Ya había televisión, pero solamente estaba al alcance de unos pocos particulares o de establecimientos que invertían en la compra de un televisor (en blanco y negro y en el que solamente se veía un canal) para atraer más clientela, por lo que la radio seguía siendo dueña y señora de nuestro tiempo cuando estábamos en casa. Dentro de la programación, existían algunos espacios que daban acogida a personas "amateurs" que iban allí a cantar o recitar quizá buscando saltar a una fama que muchos creían merecer y no seré yo quién se lo discuta, aunque la fama que conseguía la abrumadora mayoría de aquellos artistas era tan efímera como lo que durara el recuerdo de su actuación entre sus amigos, vecinos y familiares más cercanos.

Entre esos artistas radiofónicos había también bastantes niños y uno de los que destacaba era mi condiscípulo R... No era mal rapsoda y realmente parecía que el alma se le salía por la boca cuando recitaba esos romances de honda raigambre hispánica, entonces tan en boga, muchos de ellos del insigne aristócrata, poeta, letrista y homosexual, Rafael de León, como "Profecía", "Me da usté candela" o bien canciones recitadas, como "Mi sombrero cordobés". Precisamente se dio con esta composición la única oportunidad que tuve de verle y escucharle en directo y pude apreciar que, seguramente fruto del desvelo de sus progenitores, el recitado venía perfectamente acompañado del vestuario más adecuado al caso. En esta ocasión, además del sombrero que da nombre al poema/canción, llevaba su camisa y chaleco a juego con unos pantalones camperos tan ajustados en la zona púbica que marcaban perfectamente su pequeño sexo de forma muy reveladora. Desde aquel día le tomé algo más de afecto del que le tenía, pero siempre un afecto totalmente blanco, fruto de mi timidez y tontuna que más hubiera valido que dejara a un lado, pues uno de sus vecinos y también condiscípulo no tardaría en insinuarme, con toda naturalidad y frente al propio interesado, que a R... le gustaban las personas de su mismo sexo, a lo cual éste no hizo ningún comentario. Ni yo. Ahora pienso ¿estarían enviándome algún mensaje que yo no captaba? Me gustaría encontrarme ahora a R... para aclararlo.

3. Cuando empecé a trabajar, sobre los quince años (la edad mínima legal entonces era catorce años, ahora dieciséis), tomaba el tranvía en la esquina de "mi calle". Una tarde coincidí en el mismo tranvía con un chico muy guapo, más o menos de mi edad al que no conocía personalmente pero del que sabía que vivía enfrente de mi casa. Aquel chico llevaba unos pantalones azules super ajustados que le marcaban un culo redondo y muy apetecible. No tardé en aprovechar las apreturas del pasaje del tranvía para ponerme detrás suyo y arrimar mi polla, que ya estaba erecta solamente por mis pensamientos, a ese culo tan atractivo. Supongo que él lo notaría, pero no se retiraba, aunque me tuve que retirar yo porque el trasiego de pasajeros hacía inevitable tener que moverse del lugar para no levantar sospechas. En lo sucesivo, esperé siempre a coger el tranvía a que apareciera aquel chico con sus ceñidos pantalones azules, para repetir la misma maniobra de la que nunca se quejaba. Nunca cruzamos palabra alguna, hasta que algún día uno de los dos cambió de horario y no volvimos a coincidir más.

4. En otra ocasión, en otro tranvía esta vez casi vacío, pude observar como dos chicas que iban sentadas en el mismo asiento doble estaban muy juntas y una de ellas, la más mayor (de unos veinte años) acariciaba el pelo y la cara de la otra (de unos dieciséis o diecisiete años) durante mucho rato. No me hubiera dado cuenta de no haber otro pasajero que hacía comentarios en voz alta, de los que deduje que entre aquellas chicas había algo más que amistad o, al menos, una de ellas estaba intentando que lo hubiera. Aquel día descubrí el lesbianismo, aunque el pasajero de marras lo llamara de otra manera. Pero tuve que investigar para saber exactamente de qué se trataba, tan desinformado estaba.

Con todas estas anécdotas y otras de menor calado pasaron varios años hasta que llegué a mi mayoría de edad y, en ese período, descubrí un mundo de superlujo para el ligue entre homosexuales, llamados entonces maricas, maricones o mariquitas y ahora gays. Me refiero a los WC municipales, oficialmente denominados "Mingitorios públicos", que se merecen un largo capítulo, seguramente el próximo.

6 comentarios:

  1. Ya estoy ansiosito del próximo post ! :-)

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  2. Gracias por tus constantes ánimos.
    Espero no defraudar, pero aconsejaría no tener unas expectativas demasiado altas, al fin y al cabo no soy Cervantes, ni siquiera Terenci Moix, ni garantizo que voy a tener tiempo para publicar tan seguido como lo he venido haciendo hasta ahora.
    Lo único que garantizo es que procuraré hacerlo lo mejor posible y sin faltar a la verdad, al menos en lo que lealmente recuerde.

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  3. Sí, tranquilo.
    Debes seguir tu propio ritmo e inspiración. A veces tendrás ganas de escribir pero te faltará tiempo. Creo que lo importante es tener cierta constancia, y poco a poco el blog irá creciendo.
    Tampoco te desanimes si ves que nadie, o muy poca gente deja comentarios. Suele ser lo más habitual, pero verás también que irás teniendo lectores asiduos :-)

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  4. Gracias de nuevo.

    Si dispongo de un poco más de tiempo, en breve publicaré el próximo post, que será algo distinto de lo que había previsto.

    De hecho, estoy recordando muchas más anécdotas que las que escribo, ya que omito bastantes para no aburrir.

    Y, por cierto, "en la penumbra" nunca aburre y seguro que muchos estamos esperando que continúe "Indecisión", con esas tempestades, dudas, deslealtades y ese verano duro ... si es posible contarlo. En cualquier caso, venga lo que venga, será un placer leerlo.

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  5. Me encantado eate post. Leerlo me ha retrotaído a mi adolescencia. Como tu descubrí mi afición en perder mi mirada en elpaquete de los tios. No eres Cervantes pero escribes muy bien. No dejes de hacerlo nunca.

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  6. Muchas gracias, Pere, por tu ecuanimidad al reconocer que no soy Cervantes, aunque me fastidie.
    Pero, fuera de bromas, agradezco tus buenos deseos y tu fidelidad en la lectura de estas vivencias, también te deseo que no dejes de hacerlo nunca, jeje.

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