lunes, 29 de febrero de 2016

14 - El resto de servicios (WC) públicos no municipales en la Plaza de Cataluña y alrededores (y V)

Con este post se terminará por fin la relación de lugares de cruising situados por los aledaños de la plaza de Cataluña, que considero dignos de mención de los que conocí de primera mano en las décadas de los 70, 80 y, en este caso, algo de los 90.

Drugstore del Paseo de Gracia

El Drugstore de Paseo de Gracia en 1970.
Situado en el Paseo de Gracia nº 71, entre las calles de Valencia y Mallorca, era un establecimiento que pretendía emular los típicos drugstores norteamericanos, pero adaptado a los gustos imperantes de la progresía de entonces, pues su diseño interior fue obra de Xavier Regàs i Pagès, uno de los interioristas más apreciados en la Barcelona de entre los años 60 y 80, autor también de la decoración de la discoteca más frecuentada por la llamada gauche divine: Bocaccio. Fue inaugurado el mes de junio de 1967 por Salvador Dalí y el actor norteamericano Georges Hamilton, junto a una nutrida representación de la más destacada sociedad barcelonesa y los consabidos jerarcas locales del "régimen". Se cerró en 1992, por lo que hoy en día ya no existe, aunque su gran éxito originó en la misma época la apertura de otros similares, que han corrido también similar suerte, como el Drugstore Liceo (1972-1982), Drug Blau (1973-1978) y Drugstore David (antiguo centro comercial, se le puso el nombre de Drug Drac Store, después Drugstore David y hoy vuelve a ser una galería comercial).

Aquel local pionero era largo y amplio, estaba abierto 24 horas al día como sus modelos norteamericanos (bueno, en realidad 23 porque de 6 a 7 de la mañana se cerraba para limpiar), tenía una entrada trasera por el Pasaje Domingo y lo componían varias tiendas, farmacia, librería, self-service, bar, restaurante, charcutería, quizá algo más que no recuerdo y, claro, unos servicios inmejorablemente ubicados para cruising.

Los artículos de regalo a la venta, por ejemplo, eran en su mayoría de sofisticado diseño y algunos sorprendentes pues, para gastarle una broma a un amigo, llegué a adquirir allí un consolador motorizado que estaba abiertamente a la venta en un puesto situado en el pasillo de la entrada, lo que para la época era todo un mérito, por lo insólito, teniendo en cuenta además que dicho puesto era solamente de venta de dichos adminículos, cuyo stock, en dos tamaños, estaba cuidadosamente apilado a la vista como reclamo para el público.

La librería también era muy apreciada por la buena selección de libros a la venta, tanto españoles como extranjeros, el restaurante era bastante digno, en fin, lo mejor de lo mejor.

Como ya ha quedado patente a lo largo de este blog, un servidor es bastante tonto y entonces lo era más, por lo que no tenía ni idea de las ventajas de los servicios del local, hasta que me enteré bastante después de mis primeras visitas, no recuerdo cómo, seguramente por propia observación después de haber ido algunas veces. 

1ª ventaja: aquellos servicios se encontraban ubicados en el subsuelo, muy cerca del acceso posterior del local, por lo que si uno no quería que le vieran entrar, podía acceder por la parte de atrás (muy adecuado, si se me permite la analogía), atravesar la charcutería usualmente desierta y enseguida bajar las escaleras, sin que le viera prácticamente nadie.

2ª ventaja: las escaleras no eran de obra, sino que estaban construidas como un cajón hueco, de un material sintético, por lo que hacían un ruido apreciable al pisarlas, lo que advertía de inmediato a los que pudieran estar abajo haciendo algo.

3ª ventaja: como se ha dicho antes, el local estaba abierto 23 horas al día, de modo que no era difícil encontrar pollas, manos y bocas disponibles a cualquier hora del día o de la noche.

Seguramente habría alguna ventaja más, pero con lo dicho ya es suficiente para hacerse una idea. Al llegar abajo, había un teléfono público en la pared y las dos puertas de los servicios masculinos y femeninos. La de los servicios masculinos se abría a un espacio rectangular que tenía una hilera de lavabos a la izquierda, tres urinarios a la derecha y dos wc al fondo.

Los urinarios eran de cazoleta, bastante grandes y sin ninguna mampara de separación por lo que si alguien quería presumir de polla estaba en el lugar adecuado. Los wc, además de su función básica, se usaban ocasionalmente para algún encuentro más privado, aunque eso no lo vi casi nunca. Lo que sí vi fueron los mensajes escritos detrás de las puertas, casi todos con teléfono incluido, en el que se pedían u ofrecían todo tipo de servicios sexuales, tipo "necesito macho que me torture los pezones" o "busco viejo para que me coma la polla" u otros similares. 

Lo habitual al llegar, si no había nadie, era situarse en el urinario del medio y esperar que apareciera alguien más a quien no le quedaba más remedio que colocarse en alguno de los laterales. Según el aspecto y/o actitud del recién llegado ya se veía si había que empezar a enseñar algo o no. Normalmente era que sí, se empezaba enseñando, luego tocando y se podía acabar con una paja o con una mamada en el mismo lugar. Esto último lo facilitaba el hecho de que dichos urinarios estuvieran situados al nivel de un escalón más alto que el suelo, por lo que el que tenía ganas de mamar solamente debía descender del escalón para que le resultara mucho más fácil amorrarse. En casos excepcionales había la posibilidad de entrar en uno de los wc y hacerlo allí o incluso acabar follando como me habían contado, pero a mí no me ocurrió nunca, en parte porque en los primeros años del local yo todavía no era tan lanzado y en los últimos años porque, por razones ajenas a mi voluntad, ya no lo frecuentaba.

Allí coincidí varias tardes, sobre las cinco más o menos, con un chico muy joven y muy guapo, que llevaba un peinado algo afro como era moda entonces y que se ponía de pie frente a un urinario durante un largo, largo, muy largo tiempo. Solamente conseguí verle la polla muy de vez en cuando y sólo parcialmente, yo se la mostraba todo lo que podía, él miraba pero no hacía ademán de nada ni me dejaba hacer nada con él. Tampoco le vi nunca hacer nada con nadie más, a pesar de que en alguna ocasión no me importaba provocarle haciendo yo algo con un tercero de los que coincidían con nosotros, pero él seguía en su posición casi totalmente estática y como ausente.

Otro habitual del lugar era un hombre de color, bajito y fuertote que, cuando la temperatura lo permitía, llevaba unos pantalones cortos muy ceñidos, supongo que para marcar muslos y paquete, porque la polla que sacaba era bastante voluminosa, pero sólo llegamos a tocarnos las pollas y nada más, no me acababa de convencer ir más allá con él, a pesar de que por esa actitud mía me ha quedado la asignatura pendiente de tener sexo con un chico de color, que ya no creo que a estas alturas tenga todavía posibilidades de aprobar.

Otra persona que me hizo correr en los dos encuentros que tuvimos fue un chico mayor que yo, de unos treinta y tantos, algo feillo. La primera vez, nos enseñamos las pollas y pude ver que tenía una polla algo extraña, como doblada ligeramente a un lado, pero aún así hermosa y dura como una piedra. Yo estaba a su derecha, así que se la agarré con la mano izquierda y él también me la agarró, pero no con la mano derecha como yo esperaba, sino que se giró de medio lado hacia mí, me la cogió con la mano izquierda y, ni corto ni perezoso, metió su mano derecha por dentro de mi pantalón y calzoncillo y mientras me murmuraba al oído frases sobre lo mucho que le gustaría follarme y que su casa estaba cerca, me acariciaba el culo y casi enseguida me metió directamente su dedo en mi entonces virgen ojete. En mis correrías hasta entonces alguna vez me habían tocado el culo, siempre por fuera de la ropa, pero en esta ocasión, aunque me di cuenta de lo que estaba haciendo, me cogió por sorpresa porque no esperaba la acción ni que fuera tan certera a la primera, sin tantear el terreno ni nada, lo que creo que evidenciaba bastante experiencia por su parte en profanar culos pues además entró de golpe, directamente y prácticamente sin ningún forcejeo. No sé si se había lubricado antes el dedo aunque fuera con saliva, no me fijé tanto, pero fue sorprendente y, una vez ensartado, me dejé hacer porque me estaba dando un gusto tremendo, hasta el punto de que me corrí enseguida, supongo que para su sorpresa.

La segunda vez, nos volvimos a encontrar en la misma posición relativa. Yo ya sabía lo que pasaría y no tenía muy claro si apartarme o esperar a ver que pasaba y dejarme hacer, duda bastante absurda porque en cuanto lo tuve cogido por la polla, ya vi que volvía a las andadas. Esta vez él cambió algo su estrategia, no me la tocó, me sacó el faldón trasero de la camisa para acariciarme la espalda mientras acercaba su cara a la mía, me volvía a decir aquellas frases de deseo e intentaba besarme, cosa que por aquel entonces no me gustaba mucho, el seguía con mi espalda y ya pasó al culo para meterme de nuevo el dedo en mi estrecho ojete con una facilidad pasmosa. Esta vez ya le esperaba, él me apretó bien y, ante mis constantes negativas de acompañarle a su casa, me sugirió meternos en un wc, yo no quería porque me veía ya follado a saco y aún tenía algunas prevenciones sobre eso, pero tampoco quería que se terminara aquello, quería correrme aprovechando aquel momento, él seguía apretando y moviendo algo el dedo, yo me agarré la polla con la mano derecha y, con una polla en cada mano, el dedo en el culo y sus labios paseándose por mi cara, ya no pude más y me corrí.

No volvimos a encontrarnos más en esa tesitura, pero en una ocasión en que estaba tomando algo en la terraza de la acera de Paseo de Gracia, lo que me permitía observar al público que entraba y salía del establecimiento para decidir entrar a mí vez si veía a alguien que me pareciera carne de cruising, vi que entraba un chiquito muy guapo y, suponiendo que iría al servicio, esperé un ratito para que no fuera tan evidente a la vista de los demás que entraba detrás suyo, pero cuando me decidí a entrar y ya estaba en la puerta del local, de pronto empezaron a salir unas personas con cierta prisa mal disimulada, entre ellos aquel chico que había visto entrar antes y aquel otro más mayor que me había metido dos veces el dedo en el culo. Imagino que algo había ocurrido allá abajo, quizá alguien se había encontrado con alguna escena que no fuera de su gusto y había montado un escándalo o había llegado la policía, no lo sé, pero aquella salida de gente no era natural. Sin embargo, aunque algunos integrantes de aquel improvisado tropel se marcharon andando por la calle, yo tampoco vi que apareciera nadie más que justificara aquellas prisas. A todo esto, el chico joven y el otro se habían quedado merodeando por allí, mirando los escaparates y vitrinas, yo también porque no me atreví a ir entonces a los servicios y así pude ver que intercambiaban algunas palabras que no oí y que se marcharon juntos. Sentí una gran envidia de los dos, del mayor porque se me había adelantado y seguro que ya le había metido el dedo en el culo al chico joven y guapo, con el que se iba a marchar y al que estoy seguro que iba a disfrutar y hacer disfrutar y también cierta envidia del joven porque, si las cosas hubieran ido de otro modo y yo me hubiera adelantado, aquella tarde podría haber sido yo por tercera vez el objeto del deseo de aquél que tan bien sabía excitarme.

En una ocasión sobre el mediodía, en que coincidimos varios clientes, unos en los urinarios, otros haciendo como que se lavaban las manos o simplemente estando por allí, un par empezaron a agarrarse las pollas, lo que hizo que los demás nos añadiéramos al asunto, formando una cadena de manos y pollas que parecía una sardana porno, pues éramos no menos de seis personas, cada uno agarrando la polla de otro, unos inclinándose a chuparla, otros simplemente la meneaban y la temperatura ambiente parecía que había subido diez grados en pocos segundos. Creo que esta ha sido la ocasión en que he participado en una escena con tanta gente, aunque en cuanto a sexo era bastante modesta. A mi me tocó un chico joven pelirrojo bastante guapo y bien formado y no sé como hubiera acabado la cosa si al poco rato no se hubieran oído los típicos ruidos de la escalera que indicaban que alguien bajaba, inmediatamente se deshizo la cadena, unos se marcharon, otros se pusieron de cara al urinario, otros lavándose por enésima vez las manos y el chico pelirrojo y yo nos quedamos solos frente a la puerta de uno de los wc, en el que no llegamos a entrar porque en aquel momento llegó la persona que había bajado por la escalera y nos dedicamos a disimular, saliendo de los servicios por separado, por lo que no pude concretar nada más con él. Luego casualmente volví a ver al chico unos días después por una calle cercana, pero él estaba trabajando con otras personas en algo relacionado con unas reformas de un local a pie de calle y aunque nos miramos y vi que me reconocía, pasé sin decirle nada, igual que hizo él.

Otro habitual bastante singular era un chico joven que cuando se sacaba la polla causaba la admiración de propios y extraños, se trataba de la polla más grande que he visto nunca en persona, por su longitud y sobre todo por su grosor, que calculo que debería rondar los 7 cm. de diámetro, o sea que debería tener unos 20 cm. de contorno, porque no era cilíndrica sino de sección más bien oblonga. Nunca conseguí tocársela siquiera, siempre había alguien mejor posicionado que yo que aprovechaba el momento, además de que parecía que él tampoco se la dejaba tocar por todo el mundo. En una ocasión me lo encontré frente a una boca de la estación subterránea de Paseo de Gracia que he descrito en el post anterior. Como ya éramos conocidos de vista, entablé una conversación con él que rápidamente derivó por mi parte a sugerirle ir a algún sitio más privado, ya que estábamos justo en un punto de partida propicio para ello, pero él se enfrascó en preguntas muy detalladas sobre lo que yo sería capaz de hacerle para que disfrutara y me pareció que no eran más que dilaciones para pasar el rato pero que no tenía intención de hacer nada conmigo, así que no tardé mucho en despedirme cortésmente y marcharme. Luego lo encontré otro día, por la noche, en un local llamado "La Luna", situado en la Diagonal, muy cerca del Paseo de San Juan, pero ya ni intenté abordarlo de nuevo.

En todas aquellas ocasiones, no siempre se podía acabar lo que empezábamos, por oír el consabido ruido de las escaleras, que quizá nos anunciaba a un nuevo compañero de sexo, pero que nos obligaba a disimular hasta que el recién llegado se destapaba, lo que podía significar que, mientras tanto, alguno de los que nos habíamos quedado a medias se marchaba, por premura de tiempo, por disimulo o por no querer soportar la tensión de la situación. No obstante, en este sitio conseguí bastantes buenas mamadas, otras no tanto (¡esos dientes y esas prisas!) y un sinnúmero de pajas, por lo que el balance total fue bastante positivo, dentro de las estrechas limitaciones de lo que se podía hacer allí.

No es posible terminar la descripción de los personajes encontrados en este lugar sin mencionar al malogrado Ocaña (José Pérez Ocaña), pintor, showman, transgresor, ácrata y gay por antonomasia, que falleció prematuramente a los 36 años, en 1983, por las fuertes quemaduras sufridas al incendiársele un disfraz de sol, confeccionado con papel, tela y bengalas, que había ideado para asistir al carnaval de su pueblo natal, Cantillana, en la provincia de Sevilla.

Fragmento de "Ocaña, retrat intermitent" de Ventura Pons, 1978.

Tuve la oportunidad de encontrarlo en estos servicios un día de pleno verano a primera hora de la tarde, en unas fechas en las que casi nunca se encontraba a nadie para ligar y menos a aquella hora, como supongo que también le ocurría a él, más por la hora que por otra cosa, pues doy por supuesto que debía tener multitud de amigos de todo tipo dispuestos a hacerle la vida más agradable, aunque fuera momentáneamente. Llevaba su clásico bombín y sobre la chaqueta o la camisa, no recuerdo bien, una especie de chal o toquilla multicolor de punto. Nos comportamos como todos y como siempre, aunque me quedé íntimamente muy defraudado por no haber tenido la valentía de quedarme hablando con él y quizá seguir en contacto. Teóricamente, me hubiera gustado tener el placer de compartir algún otro momento con él y sus amigos como Nazario, Camilo, Copi, etc., sin ninguna intención sexual a priori por mi parte, pero como era evidente que teníamos estilos de vida diametralmente opuestos, ni llegué a considerar aquella fugaz idea, por lo que me despedí como de tantos otros, sin darle ningún trato especialmente cordial. Supongo que él debió pensar que yo no sabía quién era y que todo quedó para él como uno de tantos encuentros anónimos a olvidar.

Y para acabar el post, aunque no tenga mucho que ver con el cruising en el interior del Drugstore, creo que quedaría incompleto si no mencionara la cantidad de jóvenes chaperillos que poblaban por la noche la calle de Valencia y la de Mallorca, en la manzana del Drugstore aunque, con el tiempo, algunos de ellos empezaron ya a aparecer a media tarde. Muy raramente se les veía en el interior del Drugstore y los había para todos los gustos, guapos, feos, aniñados, más adultos, altos, bajos, machos, afeminados, lo que, para alguien tan adicto al sexo como yo, representaba una tentación constante, pues había unos cuantos muy atrayentes, según mis gustos. Constantemente se veía a coches parar junto a la acera, en la que se colocaban distribuidos equidistantemente unos de otros, pero yo tenía el problema de no contar en aquella época con vehículo propio, por lo que si me quería llevar alguno a mi apartamento a una hora en que no funcionara el metro, tanto de ida como de vuelta, no era posible pues contaba entre mis amistades con dos taxistas y no quería correr el riesgo de tomar un taxi y que por infausta casualidad el taxista fuera uno de mis conocidos. Estuvieron muchos años allí, sufriendo razzias esporádicas de la Guardia Urbana y con el cierre del Drugstore también cerraron ellos el negocio, al menos en aquellas calles.

domingo, 21 de febrero de 2016

13 - El resto de servicios (WC) públicos no municipales en la Plaza de Cataluña y alrededores (IV).

En esta y la próxima entrada sobre el tema que se referencia en el título, voy a comentar dos espacios de los que dieron más juego en los 70 y 80, por lo menos, época en que los conocí.

A una distancia no muy lejana de la Plaza de Cataluña se encontraban entonces un par de lugares que a mi juicio podían competir por el récord de ser los espacios (cubiertos) de cruising gay más concurridos, en los que prácticamente a todas horas había posibilidades, frecuentados por bastantes asiduos y con algunos rincones que, aunque expuestos al tránsito de personas ajenas a esa práctica, ofrecían buenas posibilidades para hacer de todo, dentro de las limitaciones de estar en un lugar de acceso público. Uno de ellos era, una vez más, una estación de ferrocarril y el otro un establecimiento comercial bastante singular, abierto las 24 horas del día. En este post veremos el primero.

Estación de Paseo de Gracia (RENFE -hoy ADIF-)

No la he visitado últimamente, por lo que no puedo decir si se dan hoy en día opciones para el cancaneo, pero creo que es bastante improbable pues, según tengo entendido, ya no es posible acceder a los andenes (y por ende a los servicios ubicados en ellos), ni a los pasillos interiores sin estar provisto de billete. Por otra parte, aunque supusiéramos que hay público potencial suficiente para propiciar el cruising, el primer elemento disuasorio sería el tema de poder acceder solamente con billete, pero incluso entre los viajeros propensos a ello (quizá teniendo en cuenta que en esta estación paran los trenes en dirección a, o provenientes de, Sitges) al haber aumentado de la forma en que lo ha hecho en los últimos años la presencia de empleados de seguridad y existiendo muchas más alternativas que entonces para buscar sexo, me da la impresión de que debe ser harto difícil encontrar la oportunidad.

Pero volvamos a aquellas épocas. La estación subterránea de Paseo de Gracia de aquellos tiempos permitía la entrada por cualquier acceso y la circulación por una pequeña red de pasillos sin necesidad de bajar a los andenes del nivel inferior, a no ser que se quisiera tomar un tren o bien usar los servicios que se encontraban en el extremo más cercano a Plaza de Cataluña de cada uno de los andenes, que eran gemelos entre sí y consistían en una hilera de urinarios a la derecha y una hilera de wc a la izquierda. Los más concurridos para cruising eran los del andén dirección Plaza de Cataluña, me aventuro a suponer que porque no había tanto flujo de viajeros esperando para ir en esa dirección.

Repasando los cada vez más indefinidos recuerdos que me quedan de hace más de treinta años, puedo explicar que el acceso principal de la estación, desde el patio de taquillas, solamente servía a nuestros efectos para bajar a los servicios de los andenes o bien para ir desde éstos a los dos pasillos subterráneos que conducían a los accesos que rendían por un extremo a la calle Pau Claris/Aragón y por el otro a la calle entonces denominada con el parco y castellanizado nombre de Lauria (Roger de Llúria), confluencia con la calle de Aragón. Los lugares más seguros para tener algún encuentro y donde incluso alguna vez se había montado alguna tan modesta como improvisada orgía (con todo el personal vestido, claro) eran los espacios inmediatos a las escaleras de salida de dichos accesos, especialmente los de Pau Claris/Aragón lado mar, supongo que por ser los más desconocidos o que caían más a trasmano para el público en general. Desde esos últimos metros de los pasillos cercanos a la salida, podían verse con cierta antelación los pies de las personas que pudieran descender por los primeros escalones a nivel de calle, antes de que en ese descenso alcanzaran ellos a ver lo que sucedía a pocos metros del final de la escalera y, a su vez, estábamos resguardados de la visión desde el pasillo que seguía a partir de ese punto hasta al acceso a los andenes, pues dicho pasillo no estaba alineado rectilíneamente con la entrada, sino que formaba un ángulo que permitía oír con mucha antelación los pasos de quien fuera a salir por allí, pues se trataba, se trata, de pasillos bastante largos.
En aquellas condiciones recuerdo sobre todo muchas mamadas, tanto recibidas como practicadas y allí podría decirse que fue donde me gradué en tan gratificante menester, dada la cantidad de ellas que practiqué y me practicaron.
Acceso actual en Pau Claris/Aragón, hoy reubicado al chaflán, pero que antiguamente estaba situado
paralelamente a la acera de la calle Pau Claris, seguramente donde ahora están las rejillas de ventilación.
Era extraordinariamente excitante el juego de bajar las escaleras, observar quizá a alguien disimulando cerca de ellas, sin entrar ni salir, andar hasta el otro extremo del pasillo y encontrar a alguien más, pasar por un pequeño vestíbulo de comunicación central entre los dos pasillos, donde se encontraban las escaleras que descendían a los andenes, recorrer el otro pasillo y al final quedarse con quien nos había parecido más acorde a nuestros gustos de todos cuantos estaban vagando por el lugar, siempre que cuando volviéramos sobre nuestros pasos, quizá al llegar al lugar donde habíamos visto a quien mentalmente habíamos elegido, todavía no se hubiera marchado o no estuviera enrollado con otro más expeditivo y después de todas esas circunstancias, que además coincidiera que uno también era de su agrado, claro. Pero aunque todo esto alguna vez fastidiaba porque después de tanto "elegir", al final se quedaba uno sin nada (quién mucho abarca, poco aprieta) tenía su morboso aliciente. No obstante, con el tiempo y la experiencia en el sitio, uno iba catalogando mentalmente a todos los asiduos del lugar, con lo que la elección era más directa y fructífera.

Como curiosidad, comentaré que en aquellos años en que tanto se fumaba porque no existían las prohibiciones actuales ni, por descontado, restricción alguna en cuanto a los espacios para hacerlo, siendo yo no fumador, detecté que algunas pollas tenían cierto deje gustativo u olfativo a tabaco, lo que me provocó cierta estupefacción pues me parecía difícil de aceptar que a los fumadores el tabaco que consumían les llegara a destilar hasta en la polla, pero pronto me di cuenta de que no se trataba de eso sino de que, de vez en cuando, me amorraba a mamar alguna polla que antes había sido chupada por un fumador y el deje a tabaco que yo notaba no era del mamado, sino que había sido depositado por el anterior mamador. O al menos eso es lo que deduje como hipótesis más plausible.

Allí encontré a menudo unas hermosas pollas a las que hacerles los honores, así como me los hacían a mi. Gente de un máximo de cuarenta años y de un mínimo que prefiero no evaluar aquí, iban allí para eso y se entregaban a ello con una gran afición. A base de asiduidad, llegué a trabar conocimiento con unos pocos chicos con los que siempre lo pasaba muy bien. Me extenderé solamente en la descripción de media docena, de entre la multitud con que tuve oportunidad de confraternizar.

Por ejemplo, el chico que he mencionado en el post anterior al comentar el parking de la Plaza de Castilla. Un muchacho joven, alto, moreno, guapo (no guapo de cine, sino para mi gusto), bien formado y con una polla recta y de buenas proporciones que apetecía siempre. Además, tenía bien claro que para pasarlo bien también debía usar su boca, en resumen una delicia. Habíamos tenido varios encuentros muy buenos en los que al parecer el tenía más práctica que yo pues, en una ocasión en que no encontrábamos ningún rincón libre en los pasillos subterráneos, me indicó que saliéramos y me llevó a los lavabos del bar anexo al hotel entonces llamado Splendit (Consejo de Ciento/Pau Claris), que tenía acceso directo a la calle Pau Claris. Con mi consiguiente rubor, tuvimos que pasar por delante de una vacía barra con su ocioso camarero hasta llegar al fondo donde estaban los lavabos, allí nos hicimos nuestras respectivas mamadas y volvimos a salir recorriendo de nuevo aquel solitario bar sin que nadie nos dijera nada, a pesar de que los camareros habían sido claramente testigos de nuestra maniobra de entrada y salida. Quizá al tratarse de un hotel de 4 estrellas (hoy 5) la dependencia procuraba no dar escándalos, quizá no se dieron cuenta de lo que pasaba, quizá les sorprendió pero no dijeron nada porque no estaban acostumbrados o quizá, más improbable, estaban en el ajo. Nunca lo sabré.
Fachada del bar del actual hotel Renaissance, antes Splendit, en la calle Pau Claris.
También contacté varias veces con un chico cuyo objetivo principal era que se lo follaran en un wc, aunque a la segunda vez ya conseguí convencerlo de que se viniera a mi apartamento, que era mi oferta habitual cuando por las circunstancias del momento (rincones ocupados, tránsito de viajeros, ronda de la policía, etc.) no podíamos hacer nada allí y los dos estábamos de acuerdo en hacer algo más que una simple paja o una mamada rápida, siempre que el otro fuera conocido del lugar o me inspirara un mínimo de confianza. Con aquel chico tuvimos algunas sesiones bastante largas y gratificantes para los dos, de lo que daban fe los gritos de placer que habitualmente profería "quin polvo, aiii quin polvoooo, ...", repetidos constantemente.

Otro chico, en cambio, se vino a mi apartamento y después de hacernos mamadas, morreos, 69s y otras cosas placenteras, cuando quise darme cuenta, estaba tanteando mi culo con su polla. Como no la tenía muy grande, algo menor que la media, le dejé hacer y el pobrecito se corrió enseguida. Me hubiera gustado que durara algo más, pero me conformé. Esto me recuerda que en aquellos tiempos no existía el VIH ni de lejos, por lo que, normalmente, en aquellos encuentros sobrevenidos, pocas veces se usaba preservativo y en las mamadas solamente se preguntaba al otro si quería recibir la eyaculación en la boca, por delicadeza, por si le daba reparo o asco, no por nada más.

También contacté un par de veces con un chico muy joven que la mamaba bastante bien y también consentía en que me lo follara pero al que, a pesar de su juventud, nunca se le levantó y yo no me atreví nunca a preguntarle porqué. La primera vez que estuvo en mi apartamento, al principio de encontrarnos me contó una historia según la cual tenía un problema con su jefe, que le achacaba la desaparición de poco más de mil pesetas y cuando terminamos, volvió a expresar su preocupación por lo del dinero, así que le di esa cantidad porque me había sentado tan mal que no se le levantara que pensé que se merecía una compensación. La segunda vez que nos vimos, al terminar también me dijo que necesitaba dinero pero tuve que contestarle que eso se pide al principio, no se finge que va uno por el placer y luego se pide dinero, así que se marchó follado y sin blanca. Las demás veces que lo vi ya no quise nada con él.

Había también un chico más mayor (sobre la treintena larga) que la mamaba estupendamente, casi siempre que lo veía estaba amorrado a una u otra polla. Con este chico tuve también encuentros en otros lugares de los alrededores llegando incluso, una de las veces en que los dos íbamos muy calientes, a mamármela en las escaleras de acceso al aparcamiento subterráneo del Paseo de Gracia. Además de este gran mamador había otro, más mayor, que no le iba a la zaga. Una vez que estábamos él, yo y otro enseñándonos las pollas en los urinarios, primero me la chupó a mí hasta acabar, mientras el otro me magreaba y luego me pidieron que vigilara en la puerta, mientras le chupaba al otro polla, huevos y culo hasta que se corrió. Me quedé algo frustrado al darme cuenta de que me había liquidado a mí primero para poder luego dedicarse extensamente al otro que, debo reconocerlo, tenía una polla mayor que la mía y, en general, estaba más bueno.

Había también otros personajes habituales, como uno con muy buena figura, siempre con ropa de trabajo, que podía presumir de tener la polla más grande de las que había por allí, pero al que solamente le gustaba mamarla. También un señor mayor que no podía disimular su rijosidad cuando veía a otro más joven, al que no dudaba en pedirle a las primeras de cambio que se la mamara y, aunque siempre he preferido a los más jóvenes, ni entonces tenía nada contra los señores mayores, ni mucho menos ahora, que ya soy uno de ellos, pero nunca quise hacer nada con aquél pues era especialmente repulsivo, quizá porque vestía algo desaliñado, quizá porque una vez que se bajó los pantalones delante mío para enseñarme una polla mediana tenía una mancha amarilla bien visible en la parte frontal de aquellos slips "Ocean" que se llevaban entonces, quizá por esa insistencia en pedir continuamente una mamada o más bien por todo a la vez. Estuve algún tiempo sin verlo, luego dejé yo de pasar por allí pero, un buen día varios meses después, lo encontré por las calles de Pueblo Seco, completamente disminuido en sus facultades, con una expresión facial que evidenciaba que no se daba cuenta de nada de lo que pasaba a su alrededor y acompañado de una persona que le guiaba y cuidaba de él. 

Volviendo a los chicos jóvenes, estuve en mi apartamento varias veces con uno bastante joven y algo gordito que, a pesar de su juventud o quizá a causa de ella, veía esto del sexo con una gran naturalidad y hablaba desacomplejadamente de sus amigos y las cosas que hacía con ellos, con una mezcla de candidez y morbo que no dejaba indiferente. Aún así, nunca conseguí follar con él a pesar de varios intentos en los que es justo decir que tampoco quise conseguirlo a la fuerza. Me da la impresión de que, aunque verbalmente mostrara su buena disposición, a la hora de la verdad no ponía nada de su parte para facilitar la introducción, yo diría incluso que apretaba el culo para evitarla, pero nunca me quejé ni intenté aproximaciones con los dedos, lubricante, etc., porque me conformaba con los suficientes elementos de gratificante sexo que había en nuestros primeros encuentros, confiando en que con paciencia llegaría a conseguirlo cuando tuviéramos más confianza, pero la verdad es que no tuve ocasión de avanzar más porque al poco tiempo dejamos de vernos, no recuerdo si porque él ya no aparecía por la estación o bien porque fui yo quien dejó de ir. Como dato curioso, este chico me contó que formaba parte del grupo musical que por aquel entonces acompañaba las misas que se hacían los domingos en la iglesia de la Merced.

Acabaré este relato no exhaustivo, tanto a causa de mi memoria como por haber omitido intencionadamente, por reiterativas, algunas anécdotas a mi entender menores, pero esencialmente completo en cuanto a marco general y variada casuística expuesta sobre todo lo que ocurría en aquella estación, con la incidencia más "grave" que me ocurrió, de la que empiezo explicando seguidamente el contexto principal.

Con la llegada de la democracia, se les cambió a la entonces llamada "Policia Armada" (de apodo "los grises" pues su uniforme era de ese color) el nombre, la organización y la hechura y color de los uniformes, convirtiéndolos, al menos por fuera, en una policía más homologable a sus contemporáneas del resto de Europa. Debo reconocer que se hizo un esfuerzo por parte de las autoridades para darles un barniz democrático en todos los aspectos, aunque también es lícito resaltar que estos procesos requieren su tiempo. Tanto tiempo, que posteriormente aún hubo un cambio posterior del color de los uniformes y los cambios de organización han seguido sucediéndose.

En aquella época de transición, el cuerpo pasó a llamarse "Policía Nacional", hoy "Cuerpo Nacional de Policía", se creó la llamada "policía de proximidad", hoy inexistente y los nuevos uniformes que se diseñaron constaban de camisa y pantalón de un color marrón claro, completados con cazadora, corbata y boina de color marrón más oscuro. Gracias a la "policía de proximidad", empezamos a ver por nuestras calles parejas de policías patrullando a pie, llevando a cabo una acción realmente de proximidad pues se presentaban a todos los establecimientos de la zona que les habían asignado, ofreciéndose e interesándose, al menos en apariencia, por las inquietudes de sus interlocutores.

Nuevos uniformes de la Policía Nacional (1979).
Obsérvese el águila todavía presente en las banderas y edificio que aparecen en el reportaje.

Pues bien, entre los barrios asignados a aquellas parejas de policías estaba el de la zona de la estación, incluyendo el interior de la misma. Ni que decir tiene que la aparición de la policía produjo cierta desbandada de los practicantes de cruising en aquel lugar, pero no tardaron mucho los habituales en adaptarse a los horarios de la pareja o, al menos, en vigilar de algún modo por donde iba la policía para ir ellos por otro lado. Pero "como la policía no es tonta", hemos de suponer que ellos también se fijaban en los que transitaban por allí, si los veían repetidamente por los pasillos o los andenes sin tomar nunca ningún tren, etc.

En esta tesitura, una tarde saliendo del trabajo, que era cuando me venía bien pasarme por allí, me acerqué al lugar, me di cuenta de que estaban los policías patrullando e intenté irme por otros pasillos para no cruzarme con ellos y también por si encontraba a alguien más con quien hacer algo. Cerca del acceso al exterior de Lauria-Roger de Llúria/Aragón) me encontré a otra persona que estaba buscando lo mismo, nos enrollamos con unas pajas, nos corrimos y, al marcharnos, yo hacia el exterior y él por el pasillo, nos encontramos cara a cara con los dos policías, uno en el exterior y otro en el pasillo que nos cortaron el paso y me hicieron bajar a reunirme de nuevo con mi ocasional compañero. Al pasar por donde habíamos estado miraron sin disimulo el charquito de la corrida que había quedado en el suelo, anduvimos hasta el centro del pasillo y allí nos paramos todos y nos ordenaron enseñarles la documentación y vaciarnos los bolsillos, bajo amenaza de que después nos cachearían y sufriríamos las consecuencias si les habíamos ocultado algo. Así lo hicimos, pero yo no me di cuenta de que olvidaba sacar un lápiz portaminas que llevaba en el bolsillo interior derecho de la chaqueta. Nos revisaron todas nuestras pertenencias (como dato curioso, el otro chico llevaba no menos de diez bolígrafos) entre amenazas de detenernos e insultos de cerdos, etc. por parte del más mayor, quizá también de mayor graduación, que era el que llevaba la voz cantante y, efectivamente, luego nos cachearon.

A mí me cacheó el más joven mientras yo ya estaba resignado a que para mí la cosa fuera a peor si encontraba el lápiz pues, aunque no fuera nada punible en sí mismo, pensé que como se nos había conminado muy severamente a enseñarlo todo, se enfadarían más conmigo por ese olvido involuntario y ya me veía en una de aquellas todavía sórdidas comisarías de entonces objeto de vete a saber qué vejaciones o burlas, mientras también cavilaba como explicar en mi casa porqué había ido a parar allí, si se hubieran enterado, o porqué había llegado más tarde a casa si no llegaban a notar más que mi más que previsible retraso. En aquellos segundos pensé también en muchas otras cosas, en cómo afrontaría un posible juicio por escándalo público con el que nos amenazaban los policías, cómo podría evitar que trascendiera a la empresa en la que trabajaba entonces, lo cual hubiera sido catastrófico, cómo podría disimularlo y pedir permiso para la comparecencia a juicio sin necesidad de explicarlo, darle vueltas a que quizá me retuvieran más de un día en la comisaría y si podría hacer una llamada, como estábamos cansados de ver en las películas norteamericanas, en fin, multitud de supuestos, ideas, temores, pero, terminado el cacheo, "mi policía" dijo que estaba "limpio", lo que me tranquilizó algo. Yo creo que el policía notó el bulto rígido del lápiz pues sentí como palpaba en la zona donde lo llevaba, pero quiero suponer que dedujo de qué se trataba y optó por ignorarlo porque, dicho sea de paso, no me pareció que estuviera tan soliviantado ni alterado por la situación como lo estaba su compañero, que seguía recriminándonos lo depravados que éramos, los delitos que nos podría imputar, lo idiotas que éramos de hacerlo allí (en eso no le faltaba razón), por qué no nos íbamos a Montjuïc (con lo cual me dio una pista, porque en aquella época en que no existía internet no estábamos tan informados como ahora de todos los lugares de cruising), aunque añadió que si un día, paseando con su familia, nos encontrara en tesitura similar en Montjuïc nos pegaría un tiro.

Al final, después de acojonarnos como es debido, nos devolvieron nuestras cosas, nos ordenaron que nos marcháramos y no volviéramos más por allí, yo les di las gracias y me marché antes de que cambiaran de idea, porque aunque me di cuenta de que hacían uso con nosotros de una tolerancia que quizá no hubieran tenido un par de años antes, el fin de la dictadura todavía era relativamente reciente (aún no hacía un año que se había aprobado la Constitución) y no estaba muy seguro de que en algunas comisarías no se siguieran conservando todavía las prácticas policiales de la dictadura.

Al volver a subir por la escalera hacia el exterior, el policía joven todavía me dijo "pero límpiese el pantalón, hombre". Efectivamente, ¡me estaba señalando que en la parte baja de mi pernera derecha era bien visible una gota de la eyaculación del otro que no había ido a parar al suelo!