domingo, 21 de febrero de 2016

13 - El resto de servicios (WC) públicos no municipales en la Plaza de Cataluña y alrededores (IV).

En esta y la próxima entrada sobre el tema que se referencia en el título, voy a comentar dos espacios de los que dieron más juego en los 70 y 80, por lo menos, época en que los conocí.

A una distancia no muy lejana de la Plaza de Cataluña se encontraban entonces un par de lugares que a mi juicio podían competir por el récord de ser los espacios (cubiertos) de cruising gay más concurridos, en los que prácticamente a todas horas había posibilidades, frecuentados por bastantes asiduos y con algunos rincones que, aunque expuestos al tránsito de personas ajenas a esa práctica, ofrecían buenas posibilidades para hacer de todo, dentro de las limitaciones de estar en un lugar de acceso público. Uno de ellos era, una vez más, una estación de ferrocarril y el otro un establecimiento comercial bastante singular, abierto las 24 horas del día. En este post veremos el primero.

Estación de Paseo de Gracia (RENFE -hoy ADIF-)

No la he visitado últimamente, por lo que no puedo decir si se dan hoy en día opciones para el cancaneo, pero creo que es bastante improbable pues, según tengo entendido, ya no es posible acceder a los andenes (y por ende a los servicios ubicados en ellos), ni a los pasillos interiores sin estar provisto de billete. Por otra parte, aunque supusiéramos que hay público potencial suficiente para propiciar el cruising, el primer elemento disuasorio sería el tema de poder acceder solamente con billete, pero incluso entre los viajeros propensos a ello (quizá teniendo en cuenta que en esta estación paran los trenes en dirección a, o provenientes de, Sitges) al haber aumentado de la forma en que lo ha hecho en los últimos años la presencia de empleados de seguridad y existiendo muchas más alternativas que entonces para buscar sexo, me da la impresión de que debe ser harto difícil encontrar la oportunidad.

Pero volvamos a aquellas épocas. La estación subterránea de Paseo de Gracia de aquellos tiempos permitía la entrada por cualquier acceso y la circulación por una pequeña red de pasillos sin necesidad de bajar a los andenes del nivel inferior, a no ser que se quisiera tomar un tren o bien usar los servicios que se encontraban en el extremo más cercano a Plaza de Cataluña de cada uno de los andenes, que eran gemelos entre sí y consistían en una hilera de urinarios a la derecha y una hilera de wc a la izquierda. Los más concurridos para cruising eran los del andén dirección Plaza de Cataluña, me aventuro a suponer que porque no había tanto flujo de viajeros esperando para ir en esa dirección.

Repasando los cada vez más indefinidos recuerdos que me quedan de hace más de treinta años, puedo explicar que el acceso principal de la estación, desde el patio de taquillas, solamente servía a nuestros efectos para bajar a los servicios de los andenes o bien para ir desde éstos a los dos pasillos subterráneos que conducían a los accesos que rendían por un extremo a la calle Pau Claris/Aragón y por el otro a la calle entonces denominada con el parco y castellanizado nombre de Lauria (Roger de Llúria), confluencia con la calle de Aragón. Los lugares más seguros para tener algún encuentro y donde incluso alguna vez se había montado alguna tan modesta como improvisada orgía (con todo el personal vestido, claro) eran los espacios inmediatos a las escaleras de salida de dichos accesos, especialmente los de Pau Claris/Aragón lado mar, supongo que por ser los más desconocidos o que caían más a trasmano para el público en general. Desde esos últimos metros de los pasillos cercanos a la salida, podían verse con cierta antelación los pies de las personas que pudieran descender por los primeros escalones a nivel de calle, antes de que en ese descenso alcanzaran ellos a ver lo que sucedía a pocos metros del final de la escalera y, a su vez, estábamos resguardados de la visión desde el pasillo que seguía a partir de ese punto hasta al acceso a los andenes, pues dicho pasillo no estaba alineado rectilíneamente con la entrada, sino que formaba un ángulo que permitía oír con mucha antelación los pasos de quien fuera a salir por allí, pues se trataba, se trata, de pasillos bastante largos.
En aquellas condiciones recuerdo sobre todo muchas mamadas, tanto recibidas como practicadas y allí podría decirse que fue donde me gradué en tan gratificante menester, dada la cantidad de ellas que practiqué y me practicaron.
Acceso actual en Pau Claris/Aragón, hoy reubicado al chaflán, pero que antiguamente estaba situado
paralelamente a la acera de la calle Pau Claris, seguramente donde ahora están las rejillas de ventilación.
Era extraordinariamente excitante el juego de bajar las escaleras, observar quizá a alguien disimulando cerca de ellas, sin entrar ni salir, andar hasta el otro extremo del pasillo y encontrar a alguien más, pasar por un pequeño vestíbulo de comunicación central entre los dos pasillos, donde se encontraban las escaleras que descendían a los andenes, recorrer el otro pasillo y al final quedarse con quien nos había parecido más acorde a nuestros gustos de todos cuantos estaban vagando por el lugar, siempre que cuando volviéramos sobre nuestros pasos, quizá al llegar al lugar donde habíamos visto a quien mentalmente habíamos elegido, todavía no se hubiera marchado o no estuviera enrollado con otro más expeditivo y después de todas esas circunstancias, que además coincidiera que uno también era de su agrado, claro. Pero aunque todo esto alguna vez fastidiaba porque después de tanto "elegir", al final se quedaba uno sin nada (quién mucho abarca, poco aprieta) tenía su morboso aliciente. No obstante, con el tiempo y la experiencia en el sitio, uno iba catalogando mentalmente a todos los asiduos del lugar, con lo que la elección era más directa y fructífera.

Como curiosidad, comentaré que en aquellos años en que tanto se fumaba porque no existían las prohibiciones actuales ni, por descontado, restricción alguna en cuanto a los espacios para hacerlo, siendo yo no fumador, detecté que algunas pollas tenían cierto deje gustativo u olfativo a tabaco, lo que me provocó cierta estupefacción pues me parecía difícil de aceptar que a los fumadores el tabaco que consumían les llegara a destilar hasta en la polla, pero pronto me di cuenta de que no se trataba de eso sino de que, de vez en cuando, me amorraba a mamar alguna polla que antes había sido chupada por un fumador y el deje a tabaco que yo notaba no era del mamado, sino que había sido depositado por el anterior mamador. O al menos eso es lo que deduje como hipótesis más plausible.

Allí encontré a menudo unas hermosas pollas a las que hacerles los honores, así como me los hacían a mi. Gente de un máximo de cuarenta años y de un mínimo que prefiero no evaluar aquí, iban allí para eso y se entregaban a ello con una gran afición. A base de asiduidad, llegué a trabar conocimiento con unos pocos chicos con los que siempre lo pasaba muy bien. Me extenderé solamente en la descripción de media docena, de entre la multitud con que tuve oportunidad de confraternizar.

Por ejemplo, el chico que he mencionado en el post anterior al comentar el parking de la Plaza de Castilla. Un muchacho joven, alto, moreno, guapo (no guapo de cine, sino para mi gusto), bien formado y con una polla recta y de buenas proporciones que apetecía siempre. Además, tenía bien claro que para pasarlo bien también debía usar su boca, en resumen una delicia. Habíamos tenido varios encuentros muy buenos en los que al parecer el tenía más práctica que yo pues, en una ocasión en que no encontrábamos ningún rincón libre en los pasillos subterráneos, me indicó que saliéramos y me llevó a los lavabos del bar anexo al hotel entonces llamado Splendit (Consejo de Ciento/Pau Claris), que tenía acceso directo a la calle Pau Claris. Con mi consiguiente rubor, tuvimos que pasar por delante de una vacía barra con su ocioso camarero hasta llegar al fondo donde estaban los lavabos, allí nos hicimos nuestras respectivas mamadas y volvimos a salir recorriendo de nuevo aquel solitario bar sin que nadie nos dijera nada, a pesar de que los camareros habían sido claramente testigos de nuestra maniobra de entrada y salida. Quizá al tratarse de un hotel de 4 estrellas (hoy 5) la dependencia procuraba no dar escándalos, quizá no se dieron cuenta de lo que pasaba, quizá les sorprendió pero no dijeron nada porque no estaban acostumbrados o quizá, más improbable, estaban en el ajo. Nunca lo sabré.
Fachada del bar del actual hotel Renaissance, antes Splendit, en la calle Pau Claris.
También contacté varias veces con un chico cuyo objetivo principal era que se lo follaran en un wc, aunque a la segunda vez ya conseguí convencerlo de que se viniera a mi apartamento, que era mi oferta habitual cuando por las circunstancias del momento (rincones ocupados, tránsito de viajeros, ronda de la policía, etc.) no podíamos hacer nada allí y los dos estábamos de acuerdo en hacer algo más que una simple paja o una mamada rápida, siempre que el otro fuera conocido del lugar o me inspirara un mínimo de confianza. Con aquel chico tuvimos algunas sesiones bastante largas y gratificantes para los dos, de lo que daban fe los gritos de placer que habitualmente profería "quin polvo, aiii quin polvoooo, ...", repetidos constantemente.

Otro chico, en cambio, se vino a mi apartamento y después de hacernos mamadas, morreos, 69s y otras cosas placenteras, cuando quise darme cuenta, estaba tanteando mi culo con su polla. Como no la tenía muy grande, algo menor que la media, le dejé hacer y el pobrecito se corrió enseguida. Me hubiera gustado que durara algo más, pero me conformé. Esto me recuerda que en aquellos tiempos no existía el VIH ni de lejos, por lo que, normalmente, en aquellos encuentros sobrevenidos, pocas veces se usaba preservativo y en las mamadas solamente se preguntaba al otro si quería recibir la eyaculación en la boca, por delicadeza, por si le daba reparo o asco, no por nada más.

También contacté un par de veces con un chico muy joven que la mamaba bastante bien y también consentía en que me lo follara pero al que, a pesar de su juventud, nunca se le levantó y yo no me atreví nunca a preguntarle porqué. La primera vez que estuvo en mi apartamento, al principio de encontrarnos me contó una historia según la cual tenía un problema con su jefe, que le achacaba la desaparición de poco más de mil pesetas y cuando terminamos, volvió a expresar su preocupación por lo del dinero, así que le di esa cantidad porque me había sentado tan mal que no se le levantara que pensé que se merecía una compensación. La segunda vez que nos vimos, al terminar también me dijo que necesitaba dinero pero tuve que contestarle que eso se pide al principio, no se finge que va uno por el placer y luego se pide dinero, así que se marchó follado y sin blanca. Las demás veces que lo vi ya no quise nada con él.

Había también un chico más mayor (sobre la treintena larga) que la mamaba estupendamente, casi siempre que lo veía estaba amorrado a una u otra polla. Con este chico tuve también encuentros en otros lugares de los alrededores llegando incluso, una de las veces en que los dos íbamos muy calientes, a mamármela en las escaleras de acceso al aparcamiento subterráneo del Paseo de Gracia. Además de este gran mamador había otro, más mayor, que no le iba a la zaga. Una vez que estábamos él, yo y otro enseñándonos las pollas en los urinarios, primero me la chupó a mí hasta acabar, mientras el otro me magreaba y luego me pidieron que vigilara en la puerta, mientras le chupaba al otro polla, huevos y culo hasta que se corrió. Me quedé algo frustrado al darme cuenta de que me había liquidado a mí primero para poder luego dedicarse extensamente al otro que, debo reconocerlo, tenía una polla mayor que la mía y, en general, estaba más bueno.

Había también otros personajes habituales, como uno con muy buena figura, siempre con ropa de trabajo, que podía presumir de tener la polla más grande de las que había por allí, pero al que solamente le gustaba mamarla. También un señor mayor que no podía disimular su rijosidad cuando veía a otro más joven, al que no dudaba en pedirle a las primeras de cambio que se la mamara y, aunque siempre he preferido a los más jóvenes, ni entonces tenía nada contra los señores mayores, ni mucho menos ahora, que ya soy uno de ellos, pero nunca quise hacer nada con aquél pues era especialmente repulsivo, quizá porque vestía algo desaliñado, quizá porque una vez que se bajó los pantalones delante mío para enseñarme una polla mediana tenía una mancha amarilla bien visible en la parte frontal de aquellos slips "Ocean" que se llevaban entonces, quizá por esa insistencia en pedir continuamente una mamada o más bien por todo a la vez. Estuve algún tiempo sin verlo, luego dejé yo de pasar por allí pero, un buen día varios meses después, lo encontré por las calles de Pueblo Seco, completamente disminuido en sus facultades, con una expresión facial que evidenciaba que no se daba cuenta de nada de lo que pasaba a su alrededor y acompañado de una persona que le guiaba y cuidaba de él. 

Volviendo a los chicos jóvenes, estuve en mi apartamento varias veces con uno bastante joven y algo gordito que, a pesar de su juventud o quizá a causa de ella, veía esto del sexo con una gran naturalidad y hablaba desacomplejadamente de sus amigos y las cosas que hacía con ellos, con una mezcla de candidez y morbo que no dejaba indiferente. Aún así, nunca conseguí follar con él a pesar de varios intentos en los que es justo decir que tampoco quise conseguirlo a la fuerza. Me da la impresión de que, aunque verbalmente mostrara su buena disposición, a la hora de la verdad no ponía nada de su parte para facilitar la introducción, yo diría incluso que apretaba el culo para evitarla, pero nunca me quejé ni intenté aproximaciones con los dedos, lubricante, etc., porque me conformaba con los suficientes elementos de gratificante sexo que había en nuestros primeros encuentros, confiando en que con paciencia llegaría a conseguirlo cuando tuviéramos más confianza, pero la verdad es que no tuve ocasión de avanzar más porque al poco tiempo dejamos de vernos, no recuerdo si porque él ya no aparecía por la estación o bien porque fui yo quien dejó de ir. Como dato curioso, este chico me contó que formaba parte del grupo musical que por aquel entonces acompañaba las misas que se hacían los domingos en la iglesia de la Merced.

Acabaré este relato no exhaustivo, tanto a causa de mi memoria como por haber omitido intencionadamente, por reiterativas, algunas anécdotas a mi entender menores, pero esencialmente completo en cuanto a marco general y variada casuística expuesta sobre todo lo que ocurría en aquella estación, con la incidencia más "grave" que me ocurrió, de la que empiezo explicando seguidamente el contexto principal.

Con la llegada de la democracia, se les cambió a la entonces llamada "Policia Armada" (de apodo "los grises" pues su uniforme era de ese color) el nombre, la organización y la hechura y color de los uniformes, convirtiéndolos, al menos por fuera, en una policía más homologable a sus contemporáneas del resto de Europa. Debo reconocer que se hizo un esfuerzo por parte de las autoridades para darles un barniz democrático en todos los aspectos, aunque también es lícito resaltar que estos procesos requieren su tiempo. Tanto tiempo, que posteriormente aún hubo un cambio posterior del color de los uniformes y los cambios de organización han seguido sucediéndose.

En aquella época de transición, el cuerpo pasó a llamarse "Policía Nacional", hoy "Cuerpo Nacional de Policía", se creó la llamada "policía de proximidad", hoy inexistente y los nuevos uniformes que se diseñaron constaban de camisa y pantalón de un color marrón claro, completados con cazadora, corbata y boina de color marrón más oscuro. Gracias a la "policía de proximidad", empezamos a ver por nuestras calles parejas de policías patrullando a pie, llevando a cabo una acción realmente de proximidad pues se presentaban a todos los establecimientos de la zona que les habían asignado, ofreciéndose e interesándose, al menos en apariencia, por las inquietudes de sus interlocutores.

Nuevos uniformes de la Policía Nacional (1979).
Obsérvese el águila todavía presente en las banderas y edificio que aparecen en el reportaje.

Pues bien, entre los barrios asignados a aquellas parejas de policías estaba el de la zona de la estación, incluyendo el interior de la misma. Ni que decir tiene que la aparición de la policía produjo cierta desbandada de los practicantes de cruising en aquel lugar, pero no tardaron mucho los habituales en adaptarse a los horarios de la pareja o, al menos, en vigilar de algún modo por donde iba la policía para ir ellos por otro lado. Pero "como la policía no es tonta", hemos de suponer que ellos también se fijaban en los que transitaban por allí, si los veían repetidamente por los pasillos o los andenes sin tomar nunca ningún tren, etc.

En esta tesitura, una tarde saliendo del trabajo, que era cuando me venía bien pasarme por allí, me acerqué al lugar, me di cuenta de que estaban los policías patrullando e intenté irme por otros pasillos para no cruzarme con ellos y también por si encontraba a alguien más con quien hacer algo. Cerca del acceso al exterior de Lauria-Roger de Llúria/Aragón) me encontré a otra persona que estaba buscando lo mismo, nos enrollamos con unas pajas, nos corrimos y, al marcharnos, yo hacia el exterior y él por el pasillo, nos encontramos cara a cara con los dos policías, uno en el exterior y otro en el pasillo que nos cortaron el paso y me hicieron bajar a reunirme de nuevo con mi ocasional compañero. Al pasar por donde habíamos estado miraron sin disimulo el charquito de la corrida que había quedado en el suelo, anduvimos hasta el centro del pasillo y allí nos paramos todos y nos ordenaron enseñarles la documentación y vaciarnos los bolsillos, bajo amenaza de que después nos cachearían y sufriríamos las consecuencias si les habíamos ocultado algo. Así lo hicimos, pero yo no me di cuenta de que olvidaba sacar un lápiz portaminas que llevaba en el bolsillo interior derecho de la chaqueta. Nos revisaron todas nuestras pertenencias (como dato curioso, el otro chico llevaba no menos de diez bolígrafos) entre amenazas de detenernos e insultos de cerdos, etc. por parte del más mayor, quizá también de mayor graduación, que era el que llevaba la voz cantante y, efectivamente, luego nos cachearon.

A mí me cacheó el más joven mientras yo ya estaba resignado a que para mí la cosa fuera a peor si encontraba el lápiz pues, aunque no fuera nada punible en sí mismo, pensé que como se nos había conminado muy severamente a enseñarlo todo, se enfadarían más conmigo por ese olvido involuntario y ya me veía en una de aquellas todavía sórdidas comisarías de entonces objeto de vete a saber qué vejaciones o burlas, mientras también cavilaba como explicar en mi casa porqué había ido a parar allí, si se hubieran enterado, o porqué había llegado más tarde a casa si no llegaban a notar más que mi más que previsible retraso. En aquellos segundos pensé también en muchas otras cosas, en cómo afrontaría un posible juicio por escándalo público con el que nos amenazaban los policías, cómo podría evitar que trascendiera a la empresa en la que trabajaba entonces, lo cual hubiera sido catastrófico, cómo podría disimularlo y pedir permiso para la comparecencia a juicio sin necesidad de explicarlo, darle vueltas a que quizá me retuvieran más de un día en la comisaría y si podría hacer una llamada, como estábamos cansados de ver en las películas norteamericanas, en fin, multitud de supuestos, ideas, temores, pero, terminado el cacheo, "mi policía" dijo que estaba "limpio", lo que me tranquilizó algo. Yo creo que el policía notó el bulto rígido del lápiz pues sentí como palpaba en la zona donde lo llevaba, pero quiero suponer que dedujo de qué se trataba y optó por ignorarlo porque, dicho sea de paso, no me pareció que estuviera tan soliviantado ni alterado por la situación como lo estaba su compañero, que seguía recriminándonos lo depravados que éramos, los delitos que nos podría imputar, lo idiotas que éramos de hacerlo allí (en eso no le faltaba razón), por qué no nos íbamos a Montjuïc (con lo cual me dio una pista, porque en aquella época en que no existía internet no estábamos tan informados como ahora de todos los lugares de cruising), aunque añadió que si un día, paseando con su familia, nos encontrara en tesitura similar en Montjuïc nos pegaría un tiro.

Al final, después de acojonarnos como es debido, nos devolvieron nuestras cosas, nos ordenaron que nos marcháramos y no volviéramos más por allí, yo les di las gracias y me marché antes de que cambiaran de idea, porque aunque me di cuenta de que hacían uso con nosotros de una tolerancia que quizá no hubieran tenido un par de años antes, el fin de la dictadura todavía era relativamente reciente (aún no hacía un año que se había aprobado la Constitución) y no estaba muy seguro de que en algunas comisarías no se siguieran conservando todavía las prácticas policiales de la dictadura.

Al volver a subir por la escalera hacia el exterior, el policía joven todavía me dijo "pero límpiese el pantalón, hombre". Efectivamente, ¡me estaba señalando que en la parte baja de mi pernera derecha era bien visible una gota de la eyaculación del otro que no había ido a parar al suelo!

2 comentarios:

  1. Madre de Dios del Amor Hermoso !!!
    Lo que se ha hecho esperar este post, jajaja...
    Ha valido la pena, como todos, pero entre publicación y publicación que pase casi dos años es desesperante ;-)
    Muy interante esta retrospectiva del ligue en aquellos represivos años. No siempre fueron todo rosas.

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    1. Muchas gracias, tú siempre tan atento, como corresponde a un perro bien educado.
      En breve la próxima entrega con la que se terminarán los lugares más o menos cercanos a Pl. Cataluña, pasaremos a cruising en barrios más alejados, no mucho, luego fuera de Barcelona, siguiendo con Madrid y resto del extranjero, con lo que nos iremos acercando cronológicamente.
      Ojalá consiga escribir todo eso en el mismo tiempo que he tardado en escribir uno.

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