martes, 12 de marzo de 2013

09 - Los otros servicios municipales (que conocí) de aquella época.


Después de haber revisado lo que sucedía en los aseos municipales del centro de la Plaza de Cataluña y antes de empezar a describir otros servicios también ubicados en la misma plaza o muy cercanos, pero de otra titularidad, acabaré con la descripción de mis aventuras (o la falta de ellas) en los otros servicios municipales que llegué a conocer en aquella época de los años 60 a 90 del siglo pasado. 

- Plaza de la Universidad, subterráneo en el centro de la plaza.

Vista parcial de la Plaza de la Universidad, con la calle Pelayo (hoy Pelai) en el centro al fondo, la
Ronda de la Universidad a la 
izquierda y las entradas a los "mingitoriospúblicos subterráneos
masculinos y 
femeninos en primer y segundo plano.
De estas instalaciones curiosamente conservo mi primer recuerdo desde una muy temprana edad. Calculo que no debería tener más de unos siete u ocho años a lo sumo cuando, en un día en que quizá me había llevado mi madre al cine Atlántico o bien habíamos visitado los "Grandes Almacenes El Águila", que se pueden ver a la derecha de la foto, estando en la Plaza Universidad manifesté a mi madre mis urgencias mingitorias; ésta, solícita, me llevó al subsuelo de los servicios femeninos ubicados en la plaza, para encontrarse con la sorpresa de que la encargada la conminara a que me sacara de allí de inmediato pues yo era del sexo masculino y ningún integrante de dicho sexo podía estar en aquel lugar reservado a las féminas. Ante la absoluta inflexibilidad de dicha persona, no le quedó más remedio a la buena de mi madre que llevarme a la otra entrada, a la que ella por razones obvias no podía acceder, y recomendarme muy encarecidamente que no me entretuviera y volviera lo más rápido posible, Nada sucedió fuera de lo normal en aquel momento, lugar y circunstancias, ni tampoco las pocas veces que lo visité posteriormente ya más mayor y con mejor conocimiento de la causa (supongo) de la inquietud y urgencia de mi madre en aquella primera ocasión. 

- Plaza de Urquinaona, subterráneo en la isla ajardinada, lado mar, del centro de la plaza.

Insólita fotografía de un trabajador sosteniendo el cartel de los antiguos baños
públicos de la plaza de Urquinaona, mientras se procedía a su derribo en el año
2012, después de llevar diez años cerrados.
Otro lugar del que no puedo relatar ninguna aventura. Lo visité pocas veces y nunca sonó la flauta (en su más amplia acepción) ni por casualidad.

- Plaza del Teatro (Ramblas), subterráneo junto al monumento a Frederic Soler (Serafí Pitarra).

Entrada a los aseos subterráneos masculinos de la
Plaza del Teatro. A la derecha, fuera de la foto, se encontraba
la entrada gemela de los femeninos. 
Un lugar del que, a pesar de su estratégica ubicación, en plena Rambla y frente a la calle Escudellers por un lado y Arco del Teatro por otro, tampoco recuerdo que me sucediera nada digno de mención.

- Avenida del Paral·lel, subterráneo frente al teatro Arnau, en aquellos años transformado en cine.

Entrada a los aseos municipales de la Avinguda Paral·lel (entonces Avenida del
Marqués del Duero oficialmente, aunque el nombre popular siempre fue el primero
tanto en catalán como en castellano), frente al Café y Teatro Arnau, que luego fue
cine, después nuevamente teatro y ahora es propiedad municipal. Este tramo de
acera está flanqueado por las calles de les Tàpies y la calle del Conde del Asalto,
que hoy ha recuperado su nombre popular de carrer Nou. Pueden observarse la
cabeza y los hombros de una persona que desciende por las escaleras de acceso.
Aquí si que hay muchas cosas que mencionar. Raras veces entré en estos aseos que no saliera gratificado de alguna manera, mayormente fuera del lugar pues las dimensiones de estos aseos no eran muy grandes, por lo que los clientes y sus manejos estaban muy a la vista del encargado. Por eso a mi me parecía que no se debía uno mover más de lo estrictamente imprescindible para llevar a cabo la función fisiológica que se suponía que hacíamos aunque, bien pensado, seguramente no hacía mucha falta tanto disimulo.

Una vez bajadas las escaleras se entraba en un local rectangular, con la garita del encargado en la entrada, encarada al interior, donde se encontraba una hilera de WC a la derecha y una de urinarios a la izquierda, generalmente bastante concurrida.

En estos urinarios encontré a la persona que me hizo una de las primeras mamadas. Coincidimos en dos plazas contiguas de los urinarios y tras las habituales palabras de alabanza a mi polla, me insistió que saliera para chupármela en un sitio que el tenía. Efectivamente, me llevó a un portal de la calle Conde del Asalto que abrió con su llave y allí, en el vestíbulo de entrada, a oscuras, oyendo los televisores de los vecinos que daban al patio de luces, gocé de una mamada magistral. Algo sórdido, pero gratificante. Además, en aquellos tiempos sin SIDA generalmente no había problema en correrse en la boca del mamador, era bastante habitual y algo que siempre me ha gustado mucho, tal como ocurrió en aquella ocasión por dos veces consecutivas, lo que creo que disfruté casi tanto como él, que hacía gala de una afición y un arte extraordinarios. Al pobre, al que le calculo una edad sobre la cincuentena, no se le acababa de poner tiesa del todo y se excusaba diciendo "es que hoy ya me he corrido", no obstante a base de insistir con mis no muy expertas manos, al menos en pollas ajenas, conseguí que se corriera, lo cual para mi fue como un pequeño triunfo. Siempre me ha gustado agradecer de la mejor manera posible los favores que me han hecho, aunque durante muchos años tal agradecimiento se limitara solamente a trabajos manuales, ya que por aquel entonces ni sabía ni quería hacer nada más.   

Después de este buen hombre hubo unos cuantos más a lo largo de los años, alguno "multi-reincidente" y todos ellos muy amables y por lo general con mucha maestría. Recuerdo al decano de ellos que me llevaba siempre a un rincón del poco iluminado descampado que entonces había en la calle de las Tapias, entrando a la izquierda, para obsequiarme con unas mamadas de campeonato. En el transcurso de una de ellas, un viandante que atravesaba el solar desde la calle de San Pablo nos vio en aquella postura inconfundible y se paró a una distancia prudencial junto a un árbol, como si orinara, pero estoy seguro de que estaba haciendo otra cosa, aunque en la penumbra no se apreciaba claramente.

Pero quien se lleva la palma de estos encuentros es un artista de la noche golfa de Barcelona muy conocido entonces y hoy ya fallecido, cuyo nombre artístico era por imperativo de la censura Míster Arthur, aunque cuando aquélla se suavizó pasó a llamarse como era su declarado deseo, Madame Arthur. Allí estaba, de cara a la pared cuando entré en los aseos y me situé a su lado más que nada para ver como tenía la polla aquel afamado artista, sin pensar que pudiera querer nada conmigo, ya que tenía entendido que era una señorona algo endiosada. De hecho lo era, ya que en sus apariciones públicas, aunque oficialmente no actuara, no se salía de su papel, pero en aquel lugar fue todo lo contrario. Muy disimuladamente me hizo la misma proposición a la que ya estaba acostumbrado y, dicho y hecho, nos fuimos a su apartamento, sito en el mismo Paralelo, en la acera opuesta a la de los mingitorios y no muy lejos de ellos, en dirección al puerto. Su deseo no era tanto chupármela como que me lo follara, a lo que accedí aunque no era lo que más me gustaba en aquel entonces. Así estuvimos un buen rato, dale que te pego, pues yo ya no me corría con tanta rapidez como las primeras veces, además de que con los años que él llevaba de práctica incesante tampoco era muy estrecho. Por su actitud, entendí enseguida que él esperaba que lo liquidara rápidamente ya que debía tener prisa para ir a actuar, creo que por aquel entonces lo hacía en la sala de fiestas Barcelona de Noche, pero yo quise aprovechar al máximo la situación y hacerla durar hasta que, sin más disimulo, me pidió que me corriera dentro de él, lo que hice sin más tardanza. Me pidió que fuera su novio, su marido o su amante, pero a mi me daba cierta prevención acceder, por varias razones, la primera porque lo tomé más como un cumplido que como un deseo real, dado lo breve del encuentro, pero también pensé que era incompatible con mi vida habitual, porque todavía guardaba cierta compostura en mi casa y raramente volvía muy tarde, lo que hacía imposible encarnar la figura que se me pedía con un artista de la noche sin cambiar mis horarios, además de que tampoco hubiera cuadrado con mi trabajo, que a veces también me requería trabajar en horario nocturno, así que por todas estas razones, especialmente la primera, que examiné en menos de un minuto, creí que debía declinar tan excitante oferta. En el terreno de la fantasía, también pensé que me hubiera dado vergüenza que me vieran ejerciendo en cierto modo de gigolo, o "acompañante" como se dice ahora, de aquel artista ya que, aunque me atraía el indescriptible ambiente canalla de la noche barcelonesa de aquellos años, no sentía la necesidad de hacer de él mi hábitat natural, sino seguir saboreándolo a pequeñas dosis los fines de semana, más los escarceos casi diarios que hasta ahora he relatado aquí, en horas más prudenciales y en lugares muy concretos. Así que aquéllo que podía haber sido el "principio de una larga amistad" no fue más que otro de dichos escarceos. En alguna otra ocasión coincidí de nuevo con Madame A..., no en las mismas circunstancias sino en alguna fiesta o similar, pero no me reconoció, creo.

- Plaza de la Sagrada Familia, subterráneo en el lado montaña de los jardines.

Barandillas de los accesos a los aseos subterráneos de la Plaza de
la Sagrada Familia que, con su presencia en la acera de la parte
superior de la plaza, no hace mucho nos los recordaban todavía.
En la acera opuesta a ésta, estuvo situado antaño el cine Niza.
En estos aseos, muy parecidos estructuralmente a los de la Avinguda del Paral·lel, aunque más modernos, siempre había una hilera de personas que casi ocupaban todos los espacios disponibles. Parecía bastante claro que había posibilidades de hacer algo, dentro o fuera, con alguna de ellas pero, sin embargo, raramente  conseguí hacer nada, a lo que no descarto sea ajena mi cortedad congénita. 

A pesar de todo, no puedo dejar de mencionar a un chico gallego que vivía muy cerca de aquel lugar, quien me llevó varias veces a su piso. Un chico ardiente como pocos, aparte de chuparla muy bien, su especialidad era agotar todas las posturas posibles para follar (dentro de las habituales, Kamasutra gimnástico aparte), en cada sesión: sentado sobre mi polla dándome la espalda, lo mismo de frente, de pie, a cuatro patas, doblado con el culo hacia arriba, tendido boca abajo, tendido boca arriba levantando las piernas y quizá alguna más. Cada vez repasábamos todas las posturas y siempre que le decía que era muy estrecho (sobre todo al principio de la sesión) él contestaba invariablemente "tú me ancharás", lo que efectivamente acababa sucediendo. Lo recuerdo con mucho cariño por la afición y las ganas que le ponía, el clima de confianza que conseguía generar y la gratificación que me daba el sentirme valorado, bueno, no sé si yo o solamente mi polla. 

En el capítulo de las frustraciones está un chico muy joven que me encontré un día allí y del que se traslucía claramente su excitación, yo me puse a su izquierda y a su derecha había otro tipo bastante más mayor que era el que le estaba enseñando su herramienta antes de que yo llegara. Aunque solamente fuera por la diferencia de edad con su otro "pretendiente", parece que me eligió a mi, pues cuando ya llevaba bastantes minutos allí decidí salir y él también lo hizo, lo que me dio una gran alegría al mismo tiempo que me causó una gran inquietud. La razón de ello era que desde que lo vi me pareció que era menor de edad y durante todo el rato no dejé de pensar en ello e intentar calcular si sería mayor de edad o no. Tan nervioso me puse que, a pesar de que una vez en la calle se le apreciaba al chico una gran y voluminosa excitación dentro de sus pantalones, no me atreví a dirigirle la palabra ni siquiera para preguntarle cualquier cosa banal y buscar la excusa para preguntarle luego su edad. Se puso a caminar, le estuve siguiendo muy de cerca, casi como si anduviéramos juntos, hasta que llegamos a una calle cercana y se paró apoyándose en un coche aparcado y mirándome descaradamente. Yo no hacia más que mirarle (era bellísimo), tanto la cara como la bragueta que seguía muy abultada, pero no acerté a articular palabra por un miedo cerval o irracional a que fuera menor de edad y que me hubiera llevado a un lugar en el que de pronto aparecerían familiares y/o amigos que me darían una somanta por haber pretendido abusar de un menor. Creo que mi imaginación me jugó una mala pasada en esa ocasión (como en algunas otras) y él debió pensar que yo era retrasado mental, por lo menos. Así que incapaz de seguir, me marché de la forma más humillante. Supongo que él se quedó con un palmo de narices ... y yo más.