viernes, 16 de mayo de 2014

12 - El resto de servicios (WC) públicos no municipales en la Plaza de Cataluña y alrededores (III).

Aún había más lugares en Plaza de Cataluña y alrededores de los que puede comentarse algo:

- El Corte Inglés de Plaza de Cataluña.
Servicios situados primero junto a la ferretería en el primer sótano y luego en un pasillo del sótano inferior junto al aparcamiento. Tanto en una ubicación como en otra siempre he encontrado morbo en estos servicios. Cuando estaban en la primera ubicación me daba bastante apuro entrar, pues había que hacerlo pasando entre los vendedores y público en general, pero dentro siempre se encontraba algo, aunque no siempre se "hacía" algo ya que, una vez se entraba desde la planta de ventas, se encontraba la entrada a los servicios a un lado y otra puerta que accedía a un recinto de uso exclusivo de los empleados, por lo que muy a menudo se oían pasos desde los servicios que en realidad se dirigían al otro recinto, pero que por una elemental prudencia impedían que los que estábamos en los servicios pasáramos a mayores (al menos en las ocasiones en que yo estuve). 

Con la nueva ubicación junto al aparcamiento se ganó en espacio pero no en posibilidades de intimidad, pues así como cuando estaban en la ubicación anterior su existencia pasaba prácticamente inadvertida para todo el mundo pero había el problema del movimiento cercano de empleados, en el nuevo lugar no existía este problema pero estaban (y supongo que siguen estando) anunciados en diversos lugares de los almacenes, por lo que ya no eran visitados solamente por los "conocedores", como antes.

Aparte de leves escarceos en el lugar, pajas sobre todo, nunca saqué nada más de allí.

Tengo entendido que hay otros servicios en alguna otra planta, pero no he visitado ninguno.

- Servicios de la cafetería del Centro Cultural de los Ejércitos, popularmente llamada Casino Militar.
Situada en el nº 15 de la Plaza de Cataluña, donde actualmente se encuentra el Corte Inglés, cerca de la esquina con la calle Fontanella. Era muy útil a la salida de los múltiples servicios públicos de la Plaza de Cataluña para estar más "en la intimidad" que en los otros servicios con más afluencia.

En un par de ocasiones o quizá alguna más visité estos servicios, en alguna de ellas acompañado por alguien. Cuando fui solo raramente encontré a alguien más, creo que sólo una vez y las pocas veces que fui acompañado nos dedicamos a pajearnos y nada más.

Al cabo de los años, circunstancias de la vida me llevaron a conocer a un grupo de personas que se reunían en la terraza de aquella cafetería, situada en la ancha acera de Plaza de Cataluña. Sabiendo lo que yo sabía, procuraba sentarme de cara a la puerta, por si veía entrar a alguien interesante que, quizá, se dirigiera a los servicios, pero nunca vi a nadie apetecible o ni siquiera susceptible a mis ojos de visitar los servicios, ya fuera porque al estar en un corro de conocidos no era posible estar siempre con la mirada fija en dicha puerta o bien porque aquellos camareros vestidos con su chaquetilla de inspiración militar habían ya detectado lo que sucedía a veces en los servicios y observaban una actitud más vigilante y/o disuasoria que años antes cuando yo iba. Al poco tiempo, los grandes almacenes procedieron a su última ampliación y desapareció el "Casino Militar". 

- Servicios del parking público subterráneo de la Plaza de Castilla.
Servicios poco conocidos y, por ende, poco usados por el público, por lo que eran ideales para encuentros sexuales esporádicos, o cruising como se dice ahora.
Entrada peatonal al parking de la Plaza de Castilla y sus servicios, situados junto a
esta entrada y que en aquellos años siempre estaban abiertos. Al fondo la calle Tallers.
De aquel lugar recuerdo dos personas asiduas. Uno era un chico más joven que yo, con una polla apreciablemente grande, aunque no exagerada y más bien delgada, con el que practicamos múltiples mamadas mutuas en muchas ocasiones, durante una larga temporada. Cuando se producen encuentros repetidos con alguien en un lugar de estos, lo normal sería acabar yendo a un lugar más discreto después de los primeros encuentros, cuando se coge confianza mutua (y yo enseguida le cojo confianza a alguien a quien se la he mamado o me la ha mamado él), pero si alguno de los dos no quiere, los encuentros se transforman en una rutina similar en cada ocasión, magreos, morreos, uno se la come al otro, el otro al uno y paja simultánea como digno colofón, todo a una cierta velocidad por encontrarse en un lugar público. Éste era el caso con este chico. Yo deseaba encontrarlo cada vez que visitaba el lugar, y supongo que él también porque tardaba pocos segundos en sacarse la polla bien tiesa en cuanto me veía entrar (y yo lo mismo, si sucedía al revés), pero aunque le pedí más de una vez que se viniera a mi apartamento nunca lo conseguí, quizá no se fiaba de mí, como a mí también me ocurría cuando me ofrecían llevarme a casa de alguien. En realidad, nunca intercambiamos muchas palabras, en parte porque la mayor parte del tiempo uno u otro o los dos a la vez teníamos la boca ocupada pero también por la premura en hacerlo todo rápido sin entretenerse en muchas florituras, por precaución. Le había conocido por primera vez en los servicios y pasillos de la estación de RENFE de Paseo de Gràcia/Aragón, otro lugar "emblemático" para el mundo gay frecuentador de WC públicos de entonces y los encuentros con él fueron para mi extraordinariamente excitantes y gratificantes, por su juventud, su entrega, su cuerpo, su polla, etc., pero al cabo de un tiempo mis visitas tanto a uno como a otro lugar se fueron espaciando por razones profesionales y también personales y le perdí la pista definitivamente.

Otra persona interesante fue un hombre más mayor que yo y más robusto, con aspecto de obrero metalúrgico o de la construcción, con su carterita de mano como si fuera un escolar de los años 60. Aquel hombre no tenía tantos remilgos como el anterior en ir a casa de nadie, supongo que porque era más mayor, más fornido y seguramente tenía más experiencia en detectar que yo no representaba ningún peligro o porque su complexión fuerte le daba más confianza en sí mismo. Una vez nos hubimos apreciado mutuamente las pollas la primera vez que nos encontramos (tenía una gran y, sobre todo, gruesa polla), me hizo la clásica pregunta de si tenía "sitio", a lo que contesté afirmativamente, nos encaminamos a mi cercano apartamento y fuimos directamente a la cama a disfrutar de nuestros respectivos cuerpos. La primera vez que me he metido en la cama con alguien siempre he estado algo a la expectativa, supongo que es algo que nos sucede a todos en mayor o menor medida, y así también fue en esta ocasión pues yo pensaba para mis adentros que con aquella complexión y aquel pollón, como quisiera follarme solamente cabría acogerme a su buena voluntad para que respetara mi negativa, ya que como se empeñara en ello tenía claro que no podría defenderme de aquel monstruoso, duro y oscuro ariete. Afortunadamente, a pesar de su aspecto algo rudo era una persona muy amable y no pretendía follarme, sino al contrario, lo que me hizo muy feliz. Aquella experiencia de follarme aquel rico y bastante estrecho culo mientras su badajo duro como una piedra se movía acompasadamente al ritmo de la follada es algo digno de recordar. Lo pasamos muy bien durante bastante rato y aquel encuentro se repitió en alguna otra ocasión, si bien la última vez que nos encontramos (en la calle, cerca de los servicios) le ignoré, el me siguió, haciendo todo lo posible para que me diera cuenta de que estaba allí y al final le hice un gesto (es curioso, ni el me habló a mí, ni yo a él) de que no quería nada, lo que le dejó con un palmo de narices. Desde aquí le pido disculpas por esta despedida un poco abrupta que él no se merecía, pero la razón de mi seco comportamiento era que por aquel entonces yo tenía una novia (S.) que vivía en el portal de al lado del edificio en el que tenía mi apartamento y en aquel momento iba a dirigirme a su casa, por lo que no me era posible distraerme follando antes de ir a verla. Si me hubiera dirigido la palabra en lugar de observar ese comportamiento que hoy me parece algo infantil, aunque comprendo que venía motivado por la necesidad de disimular en público que todos teníamos tan asumida hasta el punto de protagonizar escenas tan ridículas como la relatada cuando lo lógico hubiera sido saludarse como dos buenos amigos, entonces le hubiera explicado que no disponía de tiempo libre en aquel momento y quizá hubiéramos podido quedar para mejor ocasión pero, después de aquello, lamentablemente no volví a encontrarle más y, como a raíz de ese noviazgo que duró varios años dejé de frecuentar tan a menudo los servicios públicos, también dejé de ver a otros conocidos de vista o de polla de esos lugares.

miércoles, 14 de mayo de 2014

11 - El resto de servicios (WC) públicos no municipales en la Plaza de Cataluña y alrededores (II).

Prosiguiendo con el tema del título, aquí van mis comentarios sobre algunos otros lugares:

- Estación "Plaza de Cataluña" de RENFE, servicios en el andén.
Los visité muy pocas veces, sólo recuerdo algo la disposición de los urinarios al fondo, de espaldas a la puerta, muy pocos, tres o cuatro, y que no estaba muy limpio. No recuerdo nada de eventuales ligues, aunque una vez si que me encontré a un jovencito en el vestíbulo que decía que quería rollo pero con el que finalmente no llegué a nada pues quería una recompensa económica. Bastantes años después de aquello, durante un tiempo no me importó pagar alguna vez (directa o indirectamente) por algo que me pareciera interesante, pero ahora he vuelto a cambiar de opinión. 

- Servicios situados en la Terminal y oficinas de la Compañía Anónima Alsina Graells de Autotransportes.
Se encontraban en la Ronda Universidad, lado mar, cerca de la calle Pelai, donde ahora hay un hotel. Aquellos servicios para los "señores clientes" estaban en una especie de cobertizo situado en los jardines de la finca en la que se encontraban las oficinas de la compañía citada y eran de un acceso muy cómodo al estar en el exterior del edificio, cosa inhabitual en los demás locales privados, bares, etc., a los que había que entrar para utilizar el servicio y, por lo tanto, exponerse al posible seguimiento visual de empleados u otros clientes, aunque esto último podía ser ocasionalmente de utilidad si había otro cliente interesado en el mismo tema.

Vista desde la calle, las oficinas estaban en el edificio que se ve dentro de la finca entrando a la izquierda
y los servicios (no se ven en la foto) entrando a la derecha, al fondo de los jardines que había detrás de la verja.


Todo lo que tenía de comodidad de acceso se contrarrestaba por la dejadez, suciedad y sordidez del espacio, cuyas instalaciones "sanitarias" estaban reducidas a la mínima expresión: una pared embaldosada de algunos metros de ancho, sin otro aditamento que un desagüe para las "aguas menores" y un mugriento cubículo que, aunque ya no lo recuerdo muy bien, me aventuraría a decir que o bien no tenía puerta o bien no cerraba, para las "aguas mayores", a evacuar en cuclillas por un agujero en el centro de la cochambrosa estancia.

En el lado bueno estaba que el lugar era poco conocido y, por ende, poco frecuentado, lo que daba una facilidad de movimientos que no se conseguía en ningún otro lugar similar, salvo alguna rara excepción que mencionaré en su momento, y en el lado malo (aparte de la decrepitud de las instalaciones) que por ser poco concurrido tampoco lo frecuentaba mucha gente con mis mismas intenciones y, en el caso de que coincidiera con alguno, el lugar era tan tranquilo que animaba a pasarse de la natural prudencia y exponerse de tal modo que podría haber entrado en cualquier momento alguien a quien no hubiéramos oído acercarse. Por eso y por estar algo alejado del centro neurálgico de la Plaza de Cataluña no lo frecuenté mucho pero, aún así, tuve algunos encuentros interesantes que se saldaron con algunas ricas mamadas y también alguna paja, generalmente recíproca.

- Restaurante/Cafetería Canaletas.
Esta popular cafetería estaba ubicada al principio de la Rambla, lado números impares, cerca de la Plaza de Cataluña, junto al Bar/Restaurante Nuria. Lamentablemente, ya no existe pues hace unos años se transformó en un Burger King. Los servicios se encontraban en el sótano, al que se descendía por unas escaleras situadas a la derecha, al final de la barra.

En una ocasión, había estado en los servicios de la Avenida de la Luz sin ningún resultado, me había recorrido ese pasaje subterráneo de cabo a rabo, sin encontrar ningún ídem, y así llegué al extremo más cercano a Plaza de Cataluña, justo a la altura de la barandilla que se ve en la foto, en la que acostumbraban a apoyarse viajeros esperando la hora de salida de su tren, otras personas que podían estar esperando a alguien, otras que, ociosas, simplemente dejaban pasar el tiempo observando el constante trasiego de gente u otras que quizá se habían guarecido de una intempestiva lluvia o del frío imperante en la calle.
Panorámica de la Avenida de la Luz desde el extremo más cercano a las salidas de c/.
Pelayo y Plaza de Cataluña. Los servicios de WC público se encontraban al fondo de
la foto a mano izquierda, junto a la salida del otro extremo de la larga galería comercial.
Ocasionalmente también se paraba alguno de los asiduos a los servicios del otro extremo de la Avenida de la Luz, haciendo tiempo para volver a los mismos y probar suerte de nuevo en busca de ver recompensada su paciencia con algún ligue, toqueteo o simplemente alguna excitante visión. Por eso, mientras tanto, podía producirse un juego de miradas entre alguno de los apoyados en la barandilla y alguno de los paseantes. Eso ocurrió en aquella ocasión entre un servidor y un hombre de apariencia magrebí que llevaba una pequeña cartera de mano del tipo que había sido habitual en las escuelas, pero que entonces era usado más bien por algunos obreros de la construcción o de algunas fábricas. Yo estaba deseando comprobar por fin si era cierta la leyenda sobre el tamaño de los árabes, conectamos con la mirada, me pareció que "entendía" y, como yo venía de los servicios de la Avenida de la Luz, pensé que era mejor ir a otros para que no se me viera de nuevo en los mismos servicios en un espacio de tiempo tan corto, así que me encaminé a la salida más cercana hacia Pelai-Pelayo/Plaza de Cataluña y entré en el Bar Canaletas, directamente hacia los servicios como si fuera un cliente de la terraza, el magrebí también entró e hizo lo mismo. Había solamente unos tres o cuatro urinarios, casi  todos ocupados, cosa que no me esperaba y me puse en el único puesto libre. Para mi sorpresa, la persona situada a mi izquierda me miró la polla sin mucho disimulo mostrándome también una erecta herramienta no muy larga pero de buen grosor y, mientras la persona a mi derecha abandonaba su lugar, que era ocupado por el magrebí, el de mi izquierda aprovechó para preguntarme si "tenía sitio", le hice un gesto afirmativo con la cabeza, aunque yo todavía quería enseñarle la polla al magrebí y que éste también me la enseñara, pero me pareció que estaba algo cohibido o quizá sorprendido por la facilidad con la que yo estaba entablando conversación con otra persona, aunque en realidad no dije nada, sólo había hecho un gesto con la cabeza mientras el protagonista de aquel fortuito encuentro me seguía hablando de sus ganas de sexo con alguien tan guapo como yo, una afirmación claramente exagerada y sin duda dictada por sus aparentemente irrefrenables deseos, mientras al magrebí, que me había seguido hasta allí alentado por mi actitud, no le dije gran cosa pues, mirando insistentemente a donde esperaba ver su polla no conseguí verla, no acababa de enseñarla, así que ante las facilidades que me daba el de la izquierda y la timidez del de la derecha decidí irme con el primero, aunque ello significara quedarme sin hacer la comprobación de la leyenda. Así fue, mi nuevo ligue y yo salimos al unísono dejando allí al magrebí, que no sé si encontraría a alguien más con quién congeniar.

Pues bien, de aquellos servicios del Bar Canaletas, en los que creo que nunca había estado antes, saqué un inesperado ligue con el que pasamos estupendamente un buen rato. Por aquel entonces ya disponía de un apartamento bastante cercano, al que se podía ir a pie, por lo que allí nos dirigimos a pasarlo bien, cosa a la que procuré contribuir lo mejor posible. Como todos los encuentros de aquel entonces no se sustanció sin unas buenas mamadas mutuas, magreos por todo el cuerpo, 69, etc. y finalizó con una buena follada a mi ocasional pareja que nos dejó agotados a ambos. La verdad es que cuando hay afición y ganas se pasa mucho mejor, aunque se trate de un encuentro imprevisto o quizá por eso precisamente.

viernes, 2 de mayo de 2014

10 - El resto de servicios (WC) públicos no municipales en la Plaza de Cataluña y alrededores (I).

Pensaba acabar estas reseñas sobre WC públicos en Barcelona con un repaso, a veces rápido y otras no tanto, dependiendo del lugar comentado, del resto de oportunidades de ligue homosexual que teníamos los gay o bisexuales "proletarios" en aquel escenario tan poco romántico. No obstante, lo que creí que podía liquidar en un solo post está alcanzando unas dimensiones que me hará dividirlo en varios, para no hastiar más de la cuenta al lector con textos interminables.

Después de la descripción de los WC municipales, no sería justo olvidar el mérito de algunos otros que pertenecían a compañías de transporte o estaban ubicados en otro tipo de establecimientos, normalmente de hostelería pero también en aparcamientos o grandes almacenes. Empecemos con el que más me gustaba.

- Avenida de la Luz. Servicios originalmente pensados para los usuarios de los Ferrocarriles.
Para los lectores de menos de 40 años o de fuera de Barcelona habrá que empezar explicando qué Avenida es (o era) esta. Pues bien, se trata de un amplísimo paso subterráneo bajo la calle Pelai (entonces Pelayo), desde su confluencia con las calles Balmes y Vergara (hoy Bergara) hasta la Plaza de Cataluña y Ramblas, tal como se ve gráficamente en el siguiente plano que muestra la parte del subsuelo que discurre por debajo de las calles indicadas.


Se construyó en 1929, año de la segunda Exposición Universal de Barcelona, a raíz del soterramiento de una estación de ferrocarril allí presente desde 1874, pero se re-inauguró como galería comercial en 1940 con el propósito de que fuera el primer tramo de una gran área subterránea que hubiera abarcado todo el subsuelo desde la Plaza de Urquinaona hasta la Rambla de Cataluña, si bien no llegó a construirse por problemas técnicos, económicos y de cobertura legal, por lo que se quedó en el espacio descrito y, aún así, tiene el mérito de haber sido la primera galería comercial subterránea de Europa.

Aquello que sin ánimo de exagerar era, por lo abigarrado y diverso de sus usuarios y por la variedad y el "multipintoresquismo" de sus establecimientos, como una pequeña ciudad subterránea a lo largo de un pasillo de unos 150 metros de largo por 10 de ancho que albergaba más de cincuenta establecimientos de todo tipo: óptica, electrodomésticos, tricotosas, armas, deportes, discos, libros, barquillos (pamper's) -con vino Montroy-Pedro Masana-, muebles, joyas, relojes y muchos otros, entre ellos unos cuantos bares y un cine, pero que en la actualidad ya no existe tal como era con comunicación abierta al público entre los dos extremos de lo que antaño fue aquella "Avenida", si bien todavía hoy podemos observar algo de la morfología del pasillo central de entonces si visitamos la planta inferior de la perfumería "Sephora" en el espacio comercial "El Triangle", entrando por la confluencia de la plaza de Cataluña y la calle Pelayo/Pelai. Para imaginarse el resto puede verse la fotografía situada más abajo o visionar las películas "Bilbao" (1978) de Josep Joan Bigas Luna o "Sinatra" (1988) de Francesc Betriu, en las que se aprecia parcialmente como era la Avenida de la Luz en aquellas fechas.

Entre los elementos más importantes de la Avenida de la Luz destacaban, cómo no, las taquillas y los accesos a las líneas de los FF.CC. de Cataluña (Terrassa/Sabadell) y del F.C. de Sarriá a Barcelona (Sarriá/Av.Tibidabo), hoy todos englobados en los Ferrocarrils de la Generalitat, que estaban situados en ambos extremos del recinto. Y en el acceso de la parte superior (Balmes/Pelai), entrando a mano derecha, se encontraba uno de los WC públicos y gratuitos más concurridos de la zona, por lo estratégico de su ubicación, después de la entrada y antes de las escaleras de bajada a los andenes, que se encontraban en un nivel inferior (fue una de las primeras estaciones que contó con escaleras mecánicas) y frente a un cine de sesión continua que no disponía de servicios propios. Pero otra razón importante que justificaba tanta concurrencia era por ser un lugar muy adecuado para el ligue homosexual o para aquellos que al menos querían alegrarse la vista y, con suerte, quizá también unos minutos de su existencia.

Los servicios de señoras y caballeros (gratuitos por gentileza de la compañía de FF.CC. como rezaba una placa de loza en la parte superior de la puerta) tenían las respectivas entradas una junto a otra, a la derecha las señoras y los caballeros a la izquierda. Los de caballeros no eran muy espaciosos, un rimero de no más de seis mingitorios adosados a la pared de la derecha a los que seguía un lavabo y dos WC al fondo. La pared de la izquierda casi siempre ocupada por una hilera de usuarios a la espera de que quedara libre uno de los urinarios de la derecha, cosa que no siempre se producía con la necesaria ligereza pues algunos de los que los ocupaban no terminaban nunca, bien porque estaban entretenidos observando la evidente apostura de otros usuarios o bien porque estaban esperando a que se desocupara alguno de los puestos colindantes al suyo por si mejoraban las vistas con el cambio de usuario. En algunas ocasiones, tal era la acumulación de personas en la cola de espera que alguno de los integrantes de la misma no podía dejar de comentar con alguna frase sarcástica la lentitud con que se alternaban los ocupantes de los urinarios.

Digna de mención era la encargada del lugar, una señora bastante mayor, gruesa y fuerte, normalmente siempre situada en los servicios de señoras, a la que había que recurrir si se necesitaba usar alguno de los WC de caballeros. Entonces ella suministraba el papel de rigor al usuario, supongo que a cambio de la consabida propina, le acompañaba a los servicios de caballeros, arrastrando unos pies enfundados en unas viejas zapatillas que nunca llevaba completamente calzadas sino, como se dice en catalán a retaló, es decir con los dedos metidos en la parte delantera pero el talón libre, a modo de chanclas, que emitían un sonido muy característico al andar. Con una llave que llevaba colgada con un cordel de la cintura abría uno de los WC, no sin antes propinar unos fuertes y sonoros trastazos con dicha llave en la puerta del mismo, por si estaba ocupado, con lo que las puertas de los WC lucían en toda la extensión de su mitad superior unas marcas como de viruela, producto de los golpes de la encargada.

Doy por supuesto que esa señora estaba en el ajo de lo que ocurría allí, pues en una ocasión incluso me fue dado presenciar como abría la puerta de uno de los WC a dos hombres que venían juntos, uno de ellos claramente afeminado y que juntos también entraron en el cubículo, encerrándose en él.

Dejando aparte esta rara anécdota que no dejó de sorprenderme, ¿porqué precisamente estos servicios eran más propensos que otros a atraer tal número de visitantes, aunque justificados en parte por la estación y el cine? Pues porque los mingitorios eran como aquellos que he comentado al mencionar alguna de mis experiencias en el Cine Atlántico, parecidos a los de la foto de la derecha, salvo en que la altura de la pieza de porcelana vertical que separaba a cada usuario no sobrepasaba la altura de la parte central, por lo que a duras penas alcanzaban a ocultar la polla y mucho menos si el usuario era de una estatura regular o bien estaba empalmado, caso no infrecuente. O las dos cosas.

Además era un lugar muy apropiado para ligar porque se podía salir y perderse entre el bullicio de la Avenida seguido o precedido del "ligue" y entablar luego la oportuna conversación para comentar lo que fuera necesario como viejos amigos, deambulando entre el resto de transeúntes de aquel lugar, sin llamar la atención.

Vista panorámica de la Avenida de la Luz, desde la parte superior (Pelai/Balmes) del recinto.
Los servicios que se describen se encontraban a la derecha, a la espalda del fotógrafo.
Rara era la vez en que no se conseguía nada si uno disponía de tiempo suficiente, tenía cierta paciencia y, porqué no decirlo, un mínimo de buena apariencia, por lo que yo también lo conseguía a menudo, cosa que paso a comentar en la medida de mis recuerdos, también con alguna experiencia fallida, pues esas anécdotas sobre situaciones cuando menos extrañas, aunque no tanto como la relatada sobre los dos hombres entrando en un WC a la vista de todos, no diré que menudeaban pero no eran raras.

En una ocasión, cuando el cine que había a unos escasos veinte metros ya se había transformado en un cine "S" (raro engendro creado para clasificar a finales de los años 70 algunas salas especializadas en cine erótico, pero no pornográfico) vi como entraba procedente del cine un chico joven que a duras penas debía superar los 18 años, edad requerida para poder entrar en aquella sala, muy acalorado y nervioso, con una más que evidente erección bajo sus pantalones, que enseguida se colocó en uno de los mingitorios y exhibió tal cantidad de enhiesta hombría que todos los colaterales, entre los que me incluyo, pues me faltó tiempo para colocarme en otro sitio libre ya que en aquella hora no había cola, desvelamos también una erección inmediata, aquello que segundos antes era una hilera de tíos disimulando y tapándose la polla para no llamar la atención hasta que vieran interés por parte de alguien, al ver aquella cantidad de carne joven al descubierto y los manejos de su dueño para correrse, se transformó en un florido vergel de erectas pollas a ambos lados de él, sin excepción, porque también casualmente todos los que estábamos allí éramos lo suficientemente jóvenes como para tener esa reacción inmediata. Hay que recordar que eran años de bastante represión sexual, a pesar de la tímida apertura que significó la autorización de las salas "S" y precisamente por eso deduje que el pobrecito se había puesto tan caliente con la película que, siendo sin duda una persona muy bien educada, no quiso manchar el cine (seguramente sería el único que tuviera esa consideración) y se dirigió a los servicios, pensando seguramente en desahogarse allí en la intimidad y seguro que sin esperar encontrarse con aquel panorama. No sé qué fue de él una vez acabó, pues fue algo visto y no visto, con tal premura y a punto de reventar venía el chico y supongo que como estaba ya casi con los ojos en blanco no le importó, o hasta le excitó más, ver tantas pollas de golpe haciendo la competencia a la suya. Sólo espero que se lo pasara bien lo que, a juzgar por la cantidad de leche que sacó, creo que se podría aventurar que fue así.

En otra ocasión, se puso a mi lado un chico algún año mayor que yo, con una polla perfectamente torneada y, aprovechando que era una hora de poca afluencia, nos la agarramos recíprocamente, pero a los pocos segundos de tocarle se corrió en mi mano sin avisar y yo, por una reacción inesperada, seguí el mismo camino. A duras penas, me volví hacia el lavabo, por suerte llevaba los pantalones abrochados como siempre, pero iba con la polla fuera porque no podía ni tocarla con mi mano mojada para no manchar la ropa ni con la otra mano limpia para no manchar la mano a su vez con el líquido que había salido de mi propia polla y que la cubría en parte. Afortunadamente, el lavabo también estaba instalado a la altura apropiada para lavarse la polla, así que procedí a ello, con la polla y las manos limpias me sequé con un pañuelo (entonces aún se usaban pañuelos de tela) y me la guardé tranquilamente. No oí ni un comentario por parte de ninguno de los presentes, que supongo que algo notarían de lo que estaba pasando. Una vez conseguí recomponerme, abandoné el lugar mientras el otro también se lavaba y, como ya era hora de comer, me fui a pie al domicilio de mi novia de entonces, S., que se había marchado de vacaciones con sus hijos pero me había dejado algunas cosas de comer preparadas en su casa. Cuando ya estaba llegando me alcanzó el otro chico, que quería seguir con el festival. Pero ya era hora de comer y yo no quería llevarlo a casa de mi novia a pesar de que no hubiera nadie, ni tampoco a mi apartamento, pues no estaba muy cerca y entre el ir y venir habría acabado comiendo a las cuatro o cinco de la tarde, así que en esta ocasión el hambre se impuso a la libido, que de todos modos ya había tenido su pequeño e inesperado alivio, y allí se acabó la historia.

Como es natural, tras ir unas cuantas veces a horas y/o días similares se acaba conociendo, al menos de vista, a los asiduos y, entre ellos, había un hombre bajito bastante mayor con pelo y bigote canosos al que ya había visto varias veces. Aquel día coincidimos uno al lado del otro y miré disimuladamente aunque no vi nada más que una pelambrera muy negra. Yo debía estar empalmado como de costumbre (no me hacía falta ver nada especial, solamente el morbo de la situación ya era suficiente para provocar esa reacción en mi) pero, cansado de no ver nada más, salí y él también. Después de andar unos pasos juntos creo que inicié yo la conversación:
- Hola
- Hola, ¿te gustan los hombres mayores?
me soltó de buenas a primeras con una entonación que supongo pretendía ser lúbrica. Me quedé algo sorprendido porque nunca me había planteado ir con alguien porque fuera mayor, sino para que me la chupara, de hecho me fijaba en otras cosas y la edad me daba bastante igual, así que le respondí
-No lo sé
se quedó algo sorprendido y, como supongo que detectó que yo no era el jovencito entusiasmado por ir con un tío mayor que él esperaba, nos despedimos y nos fuimos cada uno por su lado. Lo vi más veces pero no volvimos a hablar más. Tampoco le vi nunca, ni antes ni después de ese día, entablar nada con nadie más.

También era asiduo del lugar un chico joven con apariencia latina y unas cicatrices muy aparentes en cada lado de la cara, al cual ya he mencionado en una entrada anterior de este blog y que no tenía reparo en mostrar un bulto en el pantalón que de buen seguro hacía babear a más de uno (y creo que a mi también), pero nunca llegué a ver en directo si la realidad se correspondía con aquel bulto. Hubiera podido hacerlo pero procuraba evitar la coincidencia con él pues se metió en mi cerebro la manía de que era un chulo no recomendable y me quedé para siempre sin saber lo que era en realidad.

En otra ocasión encontré a V. (o también podría ser B.), un chico de Lleida que estudiaba en Barcelona, bastante atractivo y con una figura y una polla que me gustó. Me propuso ir a su piso en la plaza de Gala Placidia y hacia allá nos fuimos, lo pasamos muy bien en la cama aunque mientras estábamos en ello le llamó su hermano por teléfono así que, mientras el le atendía, yo no dejaba de mamársela a él para mantenerlo caliente y poder seguir después, como así fue. Estuvo muy bien, siempre he intentado ser generoso aunque por aquella época lo era con todo menos con mi culo y lo que me interesaba era el de los demás pero, a pesar de pasarlo tan bien, en el momento de la despedida, como acostumbraba a hacer siempre, me mostré bastante esquivo para quedar para una nueva ocasión por lo que nunca más volví a verle, ni siquiera por casualidad en la Avenida de la Luz. Gracias a haberme desplazado a su piso y haber vuelto a la Plaza de Cataluña con los hoy Ferrocarrils de la Generalitat, descubrí los servicios de la estación de Gràcia de dicha línea, de los que hablaré largo y tendido en su momento.

Un sábado, sobre las cuatro de la tarde, momento de poca concurrencia, entré y repare en un chico bastante joven situado en un urinario, entre otros usuarios. Al verlo de espaldas no pude apreciar si era un chico inocente o no, pero los dioses me fueron tan propicios que me dejaron un puesto libre a su izquierda que me apresuré a ocupar. Aguantaba con sus manos una polla adolescente o post-adolescente en posición horizontal para que no rebasara el límite del urinario, aunque era totalmente visible (y adorable), él estaba casi tan ruborizado como su polla y se aguantaba derecho con la cabeza algo inclinada apoyada en la pared. Y así durante minutos y minutos, prácticamente sin mover un músculo. Su polla estaba diciendo "cómeme", pero no era cuestión de armar un escándalo entre toda aquella concurrencia, así que opté por enseñarle la mía, que casi doblaba la suya en dimensiones (no por mérito mio), él observaba a uno y otro lado disimuladamente pero permanecía impasible en su puesto. Yo, como siempre he sido muy prudente, opté por marcharme para que nadie sospechara. Él no me siguió como yo hubiera querido, así que le esperé fuera todo lo disimuladamente que pude. Cuando al fin apareció, se dirigió a la salida más cercana, yo le seguí por la calle pero él no aminoraba el paso para que pudiera decirle algo privadamente sin llamar la atención de nadie, seguramente ni se le ocurría tal posibilidad. Al fin, viendo que no iba a conseguir nada lo dejé correr, pero a partir de entonces procuré acudir al mismo lugar los sábados a las cuatro de la tarde y, efectivamente, allí estaba todas las semanas. Le esperaba fuera hasta que aparecía, entonces entraba yo, a veces dejaba pasar mi turno muy educadamente para conseguir estar a su lado, se repetía la misma escena que la primera vez y seguía sin conseguir hablar con él, aunque era evidente para mí que él sabía que yo le seguía. En una de las ocasiones, siguiendo siempre el mismo camino, llegó a la altura de un establecimiento que parecía una ferretería, entró y pude observar que los dependientes o dueños le conocían. No sabía que intenciones le albergaban, así que opté por marcharme. Le vi alguna vez más pero con la misma ausencia de resultados. Hasta que al cabo de los años, estando de madrugada en el cuarto oscuro del bar/disco Martin's, local ubicado entonces en el tramo superior de los jardincillos del Paseo de Gracia, encendieron las luces de pronto porque iban a cerrar y me encontré con que el chico que me la estaba chupando era él, o así creí reconocerle después de unos cuantos años, la misma figura, la misma carita y el mismo pelo, peinado algo distinto. No pareció gustarle mucho que se encendiera la luz y creo que aún menos al descubrir que yo era un tío ya cercano a la cuarentena y medio calvo. No sé si me reconoció, yo inicié una conversación de circunstancias, al bajar las escaleras resbaló en un escalón, yo procuré estar al quite y lo más atento que pude y al llegar a la calle le ofrecí llevarle en coche a su casa o a donde fuera, pero declinó la invitación una y otra vez. Y así acabó aquel no-idilio de tantos años. Después aún lo vi en alguna otra ocasión en algún otro lugar de ambiente pero ni yo intenté nada más ni el pareció nunca reparar en mi presencia. Me pregunto (retóricamente, claro) quién saboreó las primicias de ese chico y le enseñó lo que luego al cabo de los años comprobé que sabía hacer. Sin duda era un papel que me hubiera gustado desempeñar a mi, pero también creo que está bastante claro que yo no debía ser de su gusto.

Otro chico bastante joven con el que me encontré allí, fue J. Una tarde, casi de noche, allí estaba, no muy alto, con gafas de bastante graduación, pantalones pitillo ceñidos, moreno y una polla recta y delgada. Salimos los dos de los servicios,
- Hola
- Hola
- ¿Qué, qué haces por aquí?
- Por aquí, aburrido,
- ¿Quieres venir a mi casa a escuchar música?
- Sí, vamos
fue la prácticamente inesperada respuesta para mi total y absoluta sorpresa, pues no confiaba que un tío tan joven quisiera venirse con alguien que ya empezaba a estar algo granadito. Tomamos el metro para ir al estudio que entonces tenía yo a pocas paradas de la Plaza de Cataluña, ya en el ascensor comprobé que estaba a punto y que no le hacía ascos a un buen morreo, entramos, seguimos con los morreos y magreos, nos tumbamos, me costó algo sacarle aquellos pantalones tan ceñidos y nos empezamos a disfrutar el uno al otro. Un gran tipo, no le hacía ascos a nada, todo le gustaba pero especialmente que le lamieran ese espacio técnicamente llamado "perineo", que tenemos entre los huevos y el culo, por donde se empieza a apreciar la polla por debajo de la piel. Cuando se lo chupaba o lamía daba unos gritos de gusto extraordinarios. También me di cuenta de que necesitaba una operación de fimosis, lo que dificultaba algo el goce completo y tranquilo, porque me daba apuro tirarle demasiado hacia abajo de la piel por miedo a hacerle daño, pero todo acabó satisfactoriamente. Quedamos para vernos otro día, pero no acudió a la cita.

Como era de esperar, volví a encontrarle en la Avenida de la Luz, me dio una excusa banal por su plantón y volvimos a tener una buena tarde de sexo. Él fue quién me ilustró sobre la existencia de las saunas y su funcionamiento, contándome sus experiencias en la Sauna Pádua, hoy inexistente. Volvimos a quedar y me volvió a dar plantón.

Al cabo de un tiempo lo volví a encontrar en el mismo lugar, volvimos a tener una buena sesión, mejor todavía si cabe porque me di cuenta de que ya le habían hecho la operación, por lo que le pude manejar a mi antojo aquella preciosa polla, tal como él hacía con la mía. No era una polla muy gruesa y de la punta lo era aún menos, totalmente recta y algo más larga que la mía por lo que empecé a fantasear para mí con que seguramente podría metérmela sin lastimarme mucho y hacerme notar por fin la sensación de tener dentro un vivo y palpitante pedazo de carne como aquel.

No recuerdo cómo, volvimos a encontrarnos y esta vez yo ya me había pertrechado con un tubo de vaselina medio vacío que cogí del trabajo. ¡Inocente de mí!, entonces ignoraba la existencia del K-Y y que la vaselina que se usa para esto no era precisamente aquella para uso industrial. En el transcurso del encuentro sexual le propuse que me penetrara, yo había intentado hacérselo a él alguna vez pero no lo había conseguido porque, aunque aparentemente no tenía ningún tabú al respecto y verbalizaba que lo quería hacer, además de relatar ocasiones anteriores en que se lo habían hecho, en realidad no parecía facilitarlo activamente. En cambio, para hacérmelo a mí enseguida estuvo a punto, yo me puse a cuatro patas y quedé a su merced. No tardé en notar su excitante lengua en mi culo, con una presencia y un movimiento que se prolongó durante bastante rato lo que me calentó hasta lo indecible, cuando debió calcular que ya era suficiente me untó bien con aquella vaselina que en realidad no servía para gran cosa y me dispuse a recibirlo, pero fruto de mi virginidad y por tanto de mi inexperiencia y no sé si también de la suya, aunque creo que no, no había manera de que entrara sin hacerme bastante daño, hasta que llegado un momento, dado que en todas mis experiencias anteriores de activo aunque algunas veces topara con alguna resistencia física siempre se acababa solventando sin que nadie saliera aparentemente mal parado, y también mal aconsejado por mi mente que, claramente obnubilada, me jugó la mala pasada en aquel momento de equiparar teóricamente la dificultad que teníamos con la que se da cuando uno quiere arrancarse un esparadrapo poco a poco y no puede, mientras los profesionales lo hacen de un tirón y sin que prácticamente duela, se me ocurrió decirle, "dale un buen empujón y métela de golpe". Dios mio, ¡nunca debería haberlo dicho!, hay que reconocer que él actuaba con bastante tacto pero al oír mi orden me preguntó ¿seguro? (barrunto que el sabía mejor que yo que aquello no era una buena idea), yo le respondí que sí, el empujó y ¡vaya si la metió!, pero yo me retorcí con un dolor inmenso, me quedé tan paralizado que no sé si no atiné a sacármela o no me atreví por temor a más dolor, solamente recuerdo que le grité varias veces "sácala, sácala", pero al hacerlo me volvió a dar otro calambrazo aunque, afortunadamente, aquel dolor insoportable empezó a decrecer enseguida. Así fue la primera vez que me la metieron, aunque fuera por unos pocos segundos y a costa de un dolor inmenso.

Afortunadamente no siempre ha sido así. Con este mismo chico, que por cierto la chupaba muy bien y que fue el primero en metérmela y también el primero con el que nos comimos mutuamente el ojete así como aquel espacio limítrofe al mismo que he explicado antes que tanto le gustaba que le lamieran y mordisquearan, conseguí finalmente varios buenos polvos, en realidad era la mejor polla que hubiera podido encontrar para iniciarme, si descontamos algunos micro o mini penes con los que también me he encontrado por esos mundos de Dios, que de todo hay en la viña del Señor. Con posterioridad he tenido ocasión de gozar algunas enculadas francamente gratificantes pero sin embargo, a pesar de haberme aplicado a dominar y evitar el reflejo de cierre del esfínter, cosa que no hice en aquella primera ocasión y que contribuyó a las dificultades relatadas, siempre han sido dolorosas, al menos al principio, encontrándome frente a la contradicción de tener que soportar ese dolor durante un rato que se me antojaba eterno y, sin embargo, parecerme que la otra sensación paralela de gusto era demasiado corta y desear que se prolongara durante mucho rato. ¿Quizá si lo hubiera practicado más veces habría conseguido mejor práctica en la dilatación y, por lo tanto, más rato de placer? No lo sé, pero no descarto seguir intentándolo porque si contara "digitalmente" las veces que lo he hecho, seguramente tendría suficiente con las dos manos y me temo que eso debe ser poco para encontrarle el verdadero gusto.

Me encontré a muchas otras personas en aquel lugar, algunas poco tiempo antes de que cerraran la Avenida de la Luz y varios años después de que hubieran reformado los WC con ocasión de que Ferrocarrils de la Generalitat se hiciera cargo de la gestión del ferrocarril, con lo que aquel lugar ganó en espacio y modernidad pero perdió en morbo, pues los nuevos urinarios instalados ya fueron "de cuerpo entero" como quien dice. Los años habían pasado para todos, después de la "transición" el mundo gay se había ido creando más espacios, aunque la mayoría ocultos todavía y todos vivíamos un poco mejor, por lo que la utilidad de aquellos servicios, tanto para su cometido oficial como el extra-oficial que se relata aquí, fue mermando lentamente aunque siempre se conservó, poco o mucho. Por eso, raramente se formaban colas en los urinarios, en parte porque la reforma había por lo menos doblado su número o quizá triplicado pero creo que también en parte porque ya no necesitábamos tanto aquella vía de escape. Aquella anciana encargada ya no estaba pues había sido sustituida por un tío joven que, aunque generalmente estaba fuera fumando o charlando con los empleados de la tintorería que había enfrente, en ocasiones estaba dentro sentado frente a una mesita donde a veces se le dejaba una propinilla, por lo que la impunidad con que se hacían las cosas unos años antes había dejado casi de existir.

En estas nuevas condiciones, recuerdo entre las personas de esos últimos años a varios estudiantes de una academia que había en el edificio de la calle Pelayo situado junto a la boca de acceso que daba a los servicios, que habían descubierto lo que allí podían encontrar, habiendo observado más de una vez alguna furtiva paja administrada a alguno de ellos. Esperando que algún día me tocara a mi poder hacerlo, un buen día se puso a mi lado uno de aquellos estudiantes que no tardó en enseñarme una polla hermosísima de proporciones más que notables, a lo que yo le correspondí mostrándole la mía y, en cuanto pude, me agarré a aquella hermosura y, dado que nos habíamos quedado solos, me asaltó la idea de chupársela. Con la reforma de los urinarios, el nuevo diseño incorporaba la feliz circunstancia de que éstos, adosados a las paredes del fondo y laterales, quedaban ahora elevados unos centímetros del suelo en lugar de estar a ras de suelo como antes, por lo que para situarse correctamente había que subir un peldaño, lo cual me di cuenta entonces que era de una extraordinaria utilidad si lo que uno pretendía era chuparle la polla a otro, pues con descender del peldaño la mamada resultaba mucho menos incómoda, sobre todo para el mamador. Así que bajé del peldaño y ya él estaba apuntando aquel precioso trozo de carne hacia mi boca cuando oí unos pasos y, como la nueva disposición de los urinarios era en forma de U con la abertura hacia la puerta y, por ende, yo estaba situado de espaldas a la misma, opté por disimular lo mejor que pude como si me acabara de bajar del urinario por haber terminado y guardándome la polla al mismo tiempo. Efectivamente, había entrado un nuevo usuario que no sé si se había dado cuenta de algo, pero yo me vi obligado a salir para seguir con el disimulo y aunque esperé al jovencito, éste salió pitando hacia su academia ignorándome totalmente.

En otra ocasión, también en los últimos tiempos de apertura de esos servicios, me situé al lado de un chico morenito y delgado, como me gustan a mi (seguramente por contraste), que imagino sería originario de India o Pakistán, reconocimos mutuamente lo que queríamos, salimos al exterior y casi por señas, pues prácticamente no entendía español, le dije si quería venirse a mi apartamento, que por aquel entonces estaba bastante cerca de allí. Para allá nos fuimos, pero el pobre chico iba tan caliente y excitado que, una vez en mi piso, estando todavía de pie y medio vestidos, le abracé, le puse su pequeña polla entre mis muslos y el pobre angelito se corrió de inmediato, cayendo toda su efusión seminal sobre la parte inferior e interior de mis calzoncillos que aún llevaba puestos a media asta. En fin, un accidente le puede suceder a cualquiera pero aunque luego le he disculpado en mi fuero interno, en aquel momento no me hizo mucha gracia. Le volví a encontrar de nuevo en el mismo sitio al cabo de unas semanas, le ignoré, pero el me siguió hasta mi casa, sin embargo le dije como mejor pude en inglés y en español que no tenía tiempo y que ya nos veríamos en otra ocasión, reconozco que actuando un poco como con una rabieta por lo ocurrido días antes. Ahora reconozco que no debería haberlo hecho porque lo podíamos haber pasado muy bien ambos, máxime estando ya prevenido sobre su eyaculación precoz, pero en aquel momento no miré el lado práctico. Como, por otra parte, mis visitas a aquellos servicios se espaciaban cada vez más, tampoco volví a verle.

A lo largo de esos años me encontré también con otras personas, algunos al ver mi excitación me tocaban el culo, otros querían que les tocara yo la polla sin ellos hacer nada, por lo general me la tocaban a mi o conveníamos en ir a algún otro sitio más discreto, entre ellos las escaleras y zaguanes que he comentado en otro post, pero el caso más curioso fue que en una ocasión, ya de noche, me encontré con un tipo algo mayor que me enseñaba la polla, salimos a la calle, estuvimos viendo juntos algún escaparate, pero ni él ni yo rompimos el hielo, así que me marché a mi casa. Por aquel entonces yo trabajaba en una población de la comarca del Vallés a la que me desplazaba cada día en un tren que salía de aquella estación de Plaza de Cataluña, si bien yo lo tomaba en otra, y cuál no fue mi sorpresa al ver, al día siguiente, a la llegada del tren de las ocho a su destino, que aquel tipo de la noche anterior también estaba allí, tan lejos de donde lo había visto por última vez, unas horas antes. Me quedé estupefacto, supongo que sería una casualidad pues no le doy crédito a que la otra posibilidad fuera que él supiera que yo tomaba aquel tren a aquella hora y que me apeaba en aquella estación o que me hubiera seguido la noche anterior hasta mi casa y luego en la mañana siguiente hasta el tren, me parece aún hoy imposible. Sea como fuere, como cada día, tomé el autobús con una compañera que también venía conmigo y ya no le vi más, para mi tranquilidad.