lunes, 10 de octubre de 2011

07 - Plaza de Cataluña, un mundo de superlujo para contactos gay entre proletarios, desde los años 60 (o antes) hasta los 90 (I).

Ciertamente, la plaza de Cataluña era para mi el centro neurálgico del ligue homosexual durante aquellos años de represión social en general y mía en particular, aunque antes de llegar a eso, dada mi timidez y cortedad, lo fue durante largo tiempo puramente de multitud de simples calenturas y autopajas, algunas "in situ". Existía esa facilidad, más o menos aprovechada según el atrevimiento de cada uno, porque en aquel vasto perímetro estaban comprendidos no menos de cuatro "mingitorios" públicos en los que solazarse con la vista, al menos, de multitud de pollas ajenas. Como estoy relatando mis propias vivencias, solamente puedo hablar de las "actividades paralelas" que se llevaban a cabo en esos lugares a partir de finales de los 60, pero es lógico pensar que dichas pecaminosas actividades ya debían existir antes de que yo tuviera conocimiento de ellas. Asimismo, estoy seguro de que había lugares mejores en Barcelona para esos menesteres, más "selectos", privados y discretos, pero entiendo que para la gran mayoría de homosexuales, vergonzantes o no, pero pertenecientes por lo general a la clase trabajadora en una época que no era precisamente de plenitud económica de la sociedad, aquellos otros lugares de los que sólo tuve algunas vagas referencias eran inalcanzables por su coste y hasta por su horario.

Dentro de mi ambiente proletario, fui descubriendo con el tiempo algunos otros lugares más en aquella área tan céntrica, a medida que me fui "soltando", así como percibí cosas que el paseante normal supongo que no percibía, como el corner de los homosexuales, situado en los bancos de piedra de la esquina inferior de los jardines, en la parte más cercana a Fontanella/Portal del Ángel. Allí se podía confraternizar durante el día y mucho más durante la noche. Aún sin ser precisamente un asiduo del lugar, procuraba pasar por allí cuando visitaba los servicios públicos, para ver el panorama y, aunque no entablaba conversación con nadie, recuerdo especialmente a algunas personas:
- Un señor mayor, no muy alto, muy elegante según los cánones de la época, siempre con una chaqueta tipo blazer azul marino, pantalones color crema o tostado siempre impecablemente planchados, jersey blanco de cuello alto, sello de oro en uno de sus dedos, gafas de sol y un cabello blanco cuidadosamente peinado con cierto volumen. Cuando se le veía en los urinarios mostraba una polla de tamaño respetable, aunque no parecía muy consistente. Durante bastante tiempo, cada vez que me veía me proponía cosas ciertamente interesantes, pero por aquel entonces yo no estaba receptivo a nada que no fuera el contacto visual o, más raramente manual, en los urinarios, cosa que tampoco ocurrió con él porque por aquel tiempo mis preferencias se dirigían preferentemente a personas aproximadamente de mi edad y especialmente a las que aparentaban ser menores que yo.
- Un chico más o menos joven, tampoco muy alto, de apariencia sudamericana, fuerte y recio, con una cicatriz en la parte superior de cada pómulo que yo imaginaba que sería la marca distintiva de alguna tribu india. Aparentemente tenía una polla descomunal siempre erecta y digo aparentemente porque nunca se la vi en directo, pero mostraba en la entrepierna un gran e identificable relieve que llamaba mucho la atención. Tampoco hice nada con él, pues me parecía que debía ser un chapero y, en mi imaginación, quizá peligroso, por lo que procuré no tener contacto con él, aunque más de una vez me había saludado mientras paseaba enfrente mío mostrando su gran paquete. 
- Aquel chico que me hizo la primera paja en el Cine Atlántico, que también vi alguna vez sentado en estos jardines, aunque no en los urinarios.
- Otros personajes de todo tipo, especialmente nocturnos, con los que tampoco tuve generalmente nada que ver, así como algún ligue ocasional o hasta algún chaperillo que alguna vez me llevé al apartamento y sobre los cuales ya comentaré en su momento.

Pero hablemos de los urinarios, que son el tema de este post. Empezaremos por los que, por su aspecto, me parecían de un estilo más antiguo. Se accedía a ellos desde las dos escaleras que flanqueaban la fuente/estanque situada en la parte baja de los jardines de la plaza, en el lateral opuesto al actual monumento a Francesc Macià, entonces inexistente. También se llegaba a ellos por un pasillo subterráneo de acceso al parking ídem., conectado en el otro extremo con el pasillo de los accesos a dicho parking ubicados en la acera del Banco de España.
Urinarios más antiguos de la Plaza de Cataluña, hoy desaparecidos.
Vista aérea en la que se aprecian las escaleras de acceso peatonal al subsuelo a cada lado de la fuente/estanque.
Las de la parte inferior de la foto, que eran las que desembocaban directamente en la puerta de los urinarios,
han desaparecido, siendo sustituidas por una escalera mecánica.

Entrando a la izquierda se encontraba la pieza en la que estaba el encargado, seguida de los w.c. y entrando a la derecha una hilera de urinarios adosados a la pared, de una sola pieza tamaño king size, es decir desde el suelo hasta la altura del hombro. El conjunto del local estaba construido en forma de arco geométrico, es decir, su planta no era recta, sino que describía una cierta curva a la derecha por lo que yo procuraba ponerme en los últimos urinarios que estaban menos a la vista del resto. Allí encontraba de vez en cuando alguna paja o, cuando tuve el apartamento que ya he comentado, alguna posibilidad de algo más, aunque en general las personas contactadas fueron siempre bastante reacias a hacer nada fuera de allí. En resumen, de este sitio guardo buenos recuerdos, algunos ligues interesantes con alguno de los cuales incluso repetí encuentros, pero poco abundantes, quizá porque en otros urinarios era más viable el contacto visual y por lo tanto eran más concurridos y producían mejores resultados que éste, de los que, de todos modos, no me quejo.

La incidencia más digna de mención fue algo negativa y la relato a continuación.

Un buen día en que estaba socializando con otro chico, salimos al exterior y, mientras comentábamos lo que podríamos hacer, cercanos ya a la esquina de la plaza de Cataluña con las Ramblas, se nos acercó un individuo bajito que también estaba en los urinarios, un tipo moreno, con gafas oscuras, con el clásico bigotillo que en aquellos tiempos acostumbraban a lucir los personajes del régimen o afines al mismo y nos pidió la documentación. La verdad es que yo lo vi un personaje tan arquetípico del falangista reprimido y no del policía, que le pregunté porqué y quién era y el hombre, que no se puede negar que iba bien preparado para lo que pretendía (que supongo que era simplemente amedrentar a todos los maricones que pudiera para reafirmar su gran masculinidad y, quizá, a sus ojos, cumplir con una supongo que autoimpuesta y sacrosanta misión de contribuir a limpiar así la sociedad española de indeseables), se levantó la solapa izquierda de la chaqueta para mostrar una chapa redonda, de la que no acerté a ver todo el contenido pues solamente la enseñó durante medio segundo, pero en la que aun así logré leer alguna palabra (que ahora lamento no recordar) de las que formaban la leyenda escrita en su borde circular, que no tenía nada que ver con el papel de policía que estaba adoptando con nosotros. También se diferenciaba aquella chapa de una placa policial por la forma y por los símbolos contenidos en ella, pues no vi ni rastro del águila entonces omnipresente en todos los escudos oficiales. Como detecté que era un falsario, le dije "a ver, a ver" y acerqué la mano a su solapa para arrancarle la chapa, aunque sin tener conciencia clara de lo que haría con ella. Él se apartó y empezó a increparnos a voz en grito, yo respondí mandándole a paseo, pero pronto vi que el otro chico estaba acojonadito y preferí cruzar el paso de peatones hacia la parte central de la Rambla acompañado por el chico, dejando a aquel hombre frente al entonces Banco Central, hoy Sfera, diciéndonos a voz en grito "sigan su camino de maricones ...". Nunca más he tenido tanta presencia de ánimo ante otras situaciones que me han acaecido posteriormente, lo que solamente puede ser efecto de la inconsciencia de mi juventud ya que, por suerte, en aquella ocasión el hombre se quedó sin saber que hacer y supongo que con la sensación de haber sido descubierto fingiendo algo que no era (si bien nunca dijo la palabra "policía") pero si por casualidad, encontrándonos en aquella tesitura, hubiera aparecido un policía de verdad quizá el problema podría haber ido a peor, habida cuenta de las conexiones que entonces existían y siguieron existiendo hasta muy avanzada la "transición", entre la policía y las organizaciones ultraderechistas.

Por casualidades de la vida, algún tiempo después volví a ver a aquel elemento, erguido y marcial, paseando acompañado de la que supongo era su santa esposa, compuesta, acicalada y cogida del brazo de su hombre, como ya hacía algunos años que no se estilaba pero, por otra parte, como no cabía menos que esperar de una recia pareja, estoy seguro que basada en los más acendrados cánones carpetovetónicos implantados unos treinta años antes. Pero volviendo al incidente, lo que sí consiguió aquel día fue fastidiarme el plan porque aquel chico se atemorizó y se fue y yo mismo estuve mirando por encima del hombro durante un buen rato por si me seguía algún policía, verdadero o simulado.

Con esto doy por descrito el primer lugar de los de mi lista del post anterior. Proseguiré con los demás sitios en próximos posts, de los que espero recordar cosas más excitantes que las que he relatado de éste.

jueves, 6 de octubre de 2011

06 - Los históricos y útiles por tantos conceptos "mingitorios públicos" de Barcelona.

Hubo un tiempo en que los ayuntamientos se preocupaban de mantener instalaciones prácticamente gratuitas para que los ciudadanos atrapados por una necesidad perentoria en medio de la ciudad pudieran darle curso de un modo bastante digno, gracias a esa encomiable previsión municipal.

Me refiero a los llamados oficialmente en Barcelona "mingitorios públicos", unos lavabos públicos  normalmente subterráneos y habitualmente construidos de dos en dos, uno para hombres y otro para mujeres. En ellos se podían hacer, recordando la pacata terminología de entonces, "aguas menores" o "aguas mayores". Solamente puedo hablar de las instalaciones para hombres, que generalmente consistían en una hilera de urinarios adosados a una pared, separada por un pasillo de otra hilera de cubículos con inodoro ubicados en la pared opuesta. O bien dos hileras laterales de urinarios, con los inodoros al fondo. El uso era gratuito o sujeto a una propina absolutamente voluntaria, excepto si se deseaba utilizar los w.c., en cuyo caso había que pedir papel al encargado a cambio de un modesto precio tácitamente aceptado. Como oferta adicional, en algunos se ofrecían algunas horas al día los servicios de un limpiabotas.

Me duele constatar como el Ayuntamiento de Barcelona eliminó sin piedad aquellos símbolos de la previsión y del cuidado municipal en favor de los ciudadanos, dejando a éstos sin lugar al que acogerse ante una necesidad, salvo alguno de los raros w.c. pre-fabricados y carísimos (comparados con los de entonces) del centro de la ciudad o la socorrida solución de una consumición en un bar, para tener derecho a utilizar sus servicios. Sin embargo, la previsión del Ayuntamiento ha ido por otros derroteros. Después de suprimir los lavabos públicos que tantos servicios prestaban a los ciudadanos y no crear unos sustitutos dignos y abundantes como aquellos, se ha dotado de una "ordenanza del civismo" para denunciar a los que, quizá víctimas del desamparo municipal, sucumben a aliviar sus necesidades directamente en la calle por no tener alternativas. No incluyo entre éstos a los inevitables gamberros que proliferan y campan a sus anchas, también gracias a la imprevisión municipal.

Me parece muy desafortunado que hayan desaparecido aquellos espacios, a uno de los cuales le dio un tan insólito como incidental papel Luis García Berlanga en su película "Plácido", con guión de Rafael Azona, rodada en Manresa en 1.961. Y es aún más lamentable que haya sucedido esto en Barcelona que tanto presume de europea, cuando en las ciudades de Europa que yo conozco en las que existía este servicio se sigue manteniendo igual que antes o ampliado, si bien en algunos casos sustituyendo al encargado por un servicio de limpieza regular y un torniquete para recaudar el precio de la "entrada".
"Plácido", film de Luís García Berlanga, 1.961
Escena de "Plácido". Es Nochebuena, la esposa de Plácido (Elvira Quintillà) es visitada por su atribulado marido (Casto Sendra "Cassen") en la garita de los urinarios públicos donde ella trabaja. Él juega con su hijo mayor y ella da papilla al bebé, mientras un cliente espera su papel higiénico. Obsérvese el inconfundible embaldosado blanco de la pared, la ventanilla para atender a los usuarios y el rollo de papel higiénico colgando encima de la ventanilla.
Pero el objeto de traer a colación aquí estos espacios municipales es el de describir otros usos que algunos les dábamos en aquellos años en que la mayoría de homosexuales vivíamos* tal condición en secreto para no caer bajo la "Ley de Vagos y Maleantes", una de tantas herramientas de represión que el "régimen" usaba discrecionalmente, cuando le convenía a tal o cual autoridad, contra ciudadanos desamparados jurídicamente sobre los que podían recaer multas (el caso más habitual) o incluso penas de privación de libertad o trabajos forzados. Como apunte erudito cabría añadir que, en realidad y contra lo que se acostumbra a creer, la Ley de Vagos y Maleantes no fue originalmente producto franquista, sino promulgada por el gobierno de la República e iba dirigida a la vigilancia y represión de vagabundos, nómadas, proxenetas y cualquier otro elemento considerado antisocial, pero en ningún caso a los homosexuales.

La modificación franquista se produjo el 15 de julio de 1954, incluyendo el vocablo homosexual en varios de sus artículos. Sirvan como referencia los siguientes párrafos, en los que se subraya lo que añadió el gabinete jurídico del "Caudillo":
Art. 2º.- Los homosexuales, rufianes y proxenetas.
Art. 6º.- A los homosexuales, rufianes y proxenetas, a los mendigos profesionales y a los que vivan de la mendicidad ajena, exploten menores de edad, enfermos o lisiados, se les aplicará para que las cumplan, todas sucesivamente, las medidas siguientes:
a).- Internado en un establecimiento de trabajo o colonia agrícola. Los homosexuales sometidos a esta medida de seguridad deberán ser internados en instituciones especiales y, en todo caso, con absoluta separación de los demás”.

Queda evidenciado que la nueva Ley de Vagos y Maleantes así formulada condenaba a los homosexuales por el simple hecho de serlo, mantuvieran o no relaciones. Disparate que se acabaría reconduciendo mínimamente con la imposición del criterio de reincidencia, mediante el establecimiento de dos condiciones requeridas, muy descriptivas por otra parte, para aplicar medidas de seguridad a los homosexuales: 1.- “Ejecución de actos de ayuntamiento carnal perineales, activos o pasivos, de masturbación, de manoseo, de tocamientos mutuos o de onanismo bucal; todo ello entre personas del mismo sexo”. 2.- La realización “continuada y repetida de estos actos de aberración”. Parco consuelo para los que podían ser víctimas de esta ley por repetidos "manoseos o tocamientos mutuos", naturalmente consentidos.


Pero a pesar de las leyes, cuando el picor apretaba acudíamos al espacio cerrado de aquellos urinarios en los que cabía la posibilidad, siempre con muchas cautelas (salvo algunos casos excepcionales), de calibrar visualmente la apostura de uno o más colegas de urinario y, a partir de ahí, entablar contacto verbal fuera del recinto, como quien no quiere la cosa, con la esperanza de que ese contacto se transformara en carnal si se daban las condiciones adecuadas. 

Además de en los servicios municipales se podían vivir escenas similares también en algunos otros lavabos más o menos públicos pero pertenecientes a otras entidades, principalmente empresas de transportes, algunos bares y algún cine. En total, llegué a conocer más de veinte y estoy convencido de que me debieron quedar bastantes por conocer, entre otras razones por no estar ubicados en las zonas de la ciudad que yo frecuentaba, porque uno será un vicioso pero también tiene otras obligaciones que le impiden estar todo el día de descubrimiento, caza y captura (como en realidad me gustaría) y más en aquellos años en que tenía que trabajar duro para labrarme un porvenir.

Animo encarecidamente al posible visitante de este blog que eche en falta alguno de esos sitios en mi reseña a que nos ilustre con sus datos y detalles sobre el mismo. 

Como el post anterior me ha quedado algo largo y este tiene todas las trazas de ir por los mismos derroteros, terminaré simplemente con una relación de los lugares que existían en los años 60 y 70, o al menos de los que recuerdo. En sucesivos posts ampliaré la información con una descripción de cada uno y las anécdotas más importantes que me ocurrieron en ellos.

Municipales
- Plaza de Cataluña, lado mar, en la esquina más cercana a la calle Fontanella, subterráneo bajo la fuente y estanque.
- Plaza de Cataluña, acceso por el lado montaña entre los surtidores, situado en el vestíbulo subterráneo casi enfrente de una oficina de la Guardia Urbana existente entonces, creo que hoy ocupada por TMB .
- Plaza de la Universidad, subterráneo en el centro de la plaza.
- Plaza de Urquinaona, subterráneo en la parte central de la plaza, lado mar.
- Plaza del Teatro (Ramblas), subterráneo junto al monumento a Frederic Soler (Serafí Pitarra).
- Avenida del Paral·lel, subterráneo frente al teatro (entonces cine) Arnau.
- Plaza de la Sagrada Familia, subterráneo en el lado montaña de los jardines.

Empresas de transportes públicos
- Avenida de la Luz, paseo subterráneo hoy inaccesible, bajo el trazado de la calle Pelayo desde Balmes hasta Plaza de Cataluña, perteneciente a la estación "Plaza de Cataluña" de la compañía privada FF.CC. de Cataluña, hoy FF.CC. de la Generalitat. Servicios subterráneos entonces accesibles desde la "Avenida de la Luz" o directamente por las escaleras de acceso situadas en la esquina Balmes/Pelayo.
- Estación "Plaza de Cataluña" de RENFE, servicios en el andén.
- Estación "Gràcia" de los FF.CC. de Cataluña, hoy FF.CC. de la Generalitat. Pasillo subterráneo de uso exclusivo para acceder a los servicios, accesible desde el interior de la estación o desde la entrada situada en la Plaza de Gala Placidia/Travessera de les Corts, bajo el edificio singular "Autopistas", hoy reconvertido en viviendas de "alto standing".
- Vestíbulo de la estación subterránea "Plaza de España" de la compañía privada FF.CC. Catalanes, hoy también FF.CC. de la Generalitat. Junto al acceso del centro de la Gran Vía, lado Llobregat.
- Estación "Sants" de RENFE, hoy ADIF. De los pocos en toda esta relación que siguen existiendo y siendo accesibles libremente hoy en día. Hay uno en el vestíbulo que da a la plaza de los Països Catalans, entrando a mano izquierda, otro situado en el lado opuesto bajo un gran plano de las líneas de metro y otro situado en uno de los pasillos que unen los vestíbulos de llegadas y de salidas, bajo las oficinas de la estación, cuya puerta está parcialmente oculta por una escalera lo que le hace pasar bastante desapercibido, ventaja que viene contrarrestada por sus minúsculas dimensiones.
- Estación "Sant Andreu Arenal" de RENFE/ADIF, situada en la confluencia de Avenida Meridiana con el Paseo de Fabra i Puig. Unos lavabos en el vestíbulo a nivel de calle, que supongo que ya no serán accesibles sin billete como entonces, si es que todavía existen.
- Estación subterránea de Pº de Gracia, RENFE/ADIF. Pasillos de acceso y servicios existentes en el andén dirección Plaza de Cataluña, a los que entonces se podía acceder libremente desde el exterior sin necesidad de estar provisto de billete.
- Estación de Metro "Sagrera" en la Avenida Meridiana, servicios situados en el acceso cercano a la calle Felipe II.
- Servicios situados en la Terminal y oficinas de la Compañía Anónima Alsina Graells de Autotransportes en la Ronda Universidad, donde ahora hay un hotel.

Otros establecimientos no específicos del "ambiente" en los que se podía encontrar "ligue"
- Restaurante/Cafetería Nuria, al principio de la Rambla, lado números impares, cerca de la Plaza de Cataluña. Servicios en el sótano.
- Drugstore, en el Paseo de Gràcia. Situado entre las calles de Valencia y Mallorca, con puerta al Paseo de Gracia y a la calle Mallorca, los servicios se encontraban cercanos al acceso por la calle Mallorca, en el sótano. Ya no existe.
- El Corte Inglés de Plaza de Cataluña. Servicios situados primero junto a la ferretería en el primer sótano y luego en un pasillo del sótano inferior.
- Servicios del parking subterráneo de la Plaza de Castilla.
- Cine Atlántico. Ya comentado en este blog. Situado en las Ramblas,122, aunque acabó siendo un lugar de encuentro para homosexuales, tiene una historia que vale la pena conocer. Propiedad de Lluís Graner, este local fue inaugurado en el año 1.904 por Adrià Gual como Sala Mercé (descrita más tarde por algún autor como "el primer cinematógrafo de la burguesía barcelonesa"), donde se ofrecían representaciones que hoy llamaríamos "multimedia", conjugando cine, diapositivas, comentarios hablados y musicales (ambos "en vivo" con narradores y orquesta) potenciados con juegos de luz y efectos especiales. Aquel mismo año en la planta sótano se instalaron las llamadas "Grutes Fantàstiques", diseñadas y construídas por Gaudí, que siguieron allí hasta 1.908, transformándose definitivamente la sala en cine a partir de 1.909. Se denominó Atlantic Cinema desde 1.936 hasta 1.939 y Cine Atlàntico (con su inseparable "apellido": "siempre apto") desde 1.939 hasta el 16 de enero de 1.988, fecha en que se dio paso a su derribo para construir un hotel.

Cine Atlántico, febrero 1.988
Cine Atlántico ya vendido, antes de dar paso a la construcción de un hotel en su lugar
A estos lugares cabe añadir otros que, aunque no eran específicamente de "ligue", servían para trabar contacto más discretamente después de haberse conocido en alguno de los servicios públicos, que a veces eran demasiado públicos por la cantidad de gente que los frecuentaba. Por ejemplo:
- Servicios de la cafetería del Centro Cultural de los Ejércitos, popularmente llamada Casino Militar. Situada en la acera de la Plaza de Cataluña donde actualmente se encuentra el Corte Inglés, cerca de la esquina con la calle Fontanella, fue finalmente engullida en una de las ampliaciones del centro comercial. Era muy útil a la salida de los múltiples servicios públicos de la Plaza de Cataluña.
- Servicios de la Cafetería del hotel entonces denominado Splendit, aproximadamente sobre el número 122 de la calle Pau Claris y accesible entonces para el público ajeno al hotel. Muy tranquilos aunque debía pasarse por delante de la barra del bar para acceder a ellos. Para utilizar a la salida de los servicios de la estación de RENFE de Paseo de Gràcia.

Sobre todos estos lugares y algunos otros, como portales y zaguanes de algunos edificios que no se cerraban por la noche porque aún no había tantos problemas de seguridad como ahora, hablaré más extensamente según lo requieran los lances que me acaecieron o de los que fui testigo en cada uno de esos lugares, que relataré a partir del siguiente post si la memoria me sigue siendo suficientemente fiel.

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* Aprovecho para dejar claro de ahora en adelante, por si aún no lo estaba, que, por una parte, me considero homosexual sin ningún reparo en cuanto a mis relaciones sexuales con otros hombres y, por otra, un heterosexual al uso en cuanto a mis relaciones sexuales con mujeres. Quizá soy un bicho raro pero, para mí, el obtener y proporcionar placer sexual es una actividad que me gratifica tanto si lo hago con hombres como con mujeres, aunque es innegable que de forma distinta. Por eso he elegido el término bisexual para definirme, porque creo que es el que mejor describe las diversas tendencias que se unen en mi persona y especialmente en mi cerebro. Me doy cuenta de que quizá pertenezco a una tipología "anormal" en este mundo en el que buscamos demasiadas clasificaciones tajantes para todo, pero si en esto no me adapto a ninguna clasificación cerrada y alguien piensa que en realidad sólo soy un homosexual reprimido que no quiere ser clasificado así, presentando la coartada de los contactos heterosexuales o bien que soy un heterosexual con el defecto de gustarle echar canitas al aire de todo tipo, lo lamento mucho pero, tal como lo he racionalizado y vivido sinceramente desde que tengo alguna madurez, asumo totalmente mi condición homosexual, pero no renuncio a mi condición heterosexual y viceversa.

martes, 20 de septiembre de 2011

05 - Algunos apuntes deslavazados de los años 60 y 70.

Al final de mi post anterior sugería que quizá en este iniciaría el tema "mingitorios públicos".

Pero debo rectificar. Porque en el ejercicio de memoria que implica escribir estas notas, han venido a la misma tantos recuerdos de otras experiencias anteriores o paralelas a las de los mingitorios, algunas reales y otras en grado de tentativa o de simple percepción, que he creído oportuno dedicarles un post entero agrupando las más significativas, antes de seguir con aquel tema monográfico.

Advierto una vez más que mi desarrollo intelectual, del que no puedo quejarme en otras áreas, fue extraordinariamente lento e ingenuo en lo que respecta al sexo, por lo que no debe extrañar al lector que relate algunas experiencias que nunca tuvieron el desarrollo que hoy creemos natural, sino que se quedaron "a medio camino", por mi poca malicia y mucha timidez, sin olvidar el ambiente represivo propio de la época, que seguro que también tuvo algo que ver. Lo menciono por última vez para no recordarlo reiterativamente en lo que resta de posts, hasta el momento en que se refleje en los mismos una madurez intelecto-sexual más acorde con la normalidad, según entiendo que está generalmente aceptado hoy en día este concepto.

Aunque ahora no soy una persona agraciada físicamente, en mi adolescencia y juventud no estaba nada mal. Si no hubiera sido por mi timidez me hubiera llevado de calle a todas las chicas que me hubiera propuesto. Pero no fue así, sino que solamente encajaba con aquellas más atrevidas, que supongo veían en mí a un pobre tonto del que podían aprovecharse. La que más despuntó en ello fue una joven profesora de gimnasia del pabellón femenino del colegio que ya he mencionado, de quien lamento no recordar el nombre, a la que conocí siendo ya ex-alumno y con la que pasé tórridas tardes (para lo que entonces se estilaba, sin llegar al sexo) hasta que se cansó y volvió con su novio habitual, un enfado con el cual había sido la causa de nuestra efímera relación.

También recuerdo a mi amiga A..., compañera de trabajo que se aprovechaba de mí a la menor ocasión que se le presentaba, aunque debo reconocer que el objeto prioritario de sus favores era otro compañero, J..., hoy prestigiado profesor en una no menos prestigiada institución académica privada.

Y también está C..., otra compañera, con la que congeniábamos mucho más de lo que es habitual, nos divertíamos juntos, lo pasábamos muy bien, pero con la que no llegué a profundizar mucho (bueno, más bien nada) en el ámbito sexual. Se podría decir que es la persona del sexo opuesto con la que más he congeniado y con la que más he reprimido mis instintos. ¡Qué raro soy!

En los años 60, una persona extraordinaria, F..., me convenció para que me adentrara en una profesión entonces casi emergente y a él le debo el poco o mucho éxito profesional que he podido tener en la vida, por haberme convencido de que iniciara ese difícil camino y haberme acompañado en mis primeros pasos. Quede aquí mi reconocimiento a su profesionalidad, a su magnífico coaching, como se dice ahora, y a la extraordinaria influencia que ejerció en mi destino profesional y personal.

Después de él, también hubo en mi vida otro hombre digno de mención, J... o Q..., igualmente compañero de trabajo, de la misma quinta que F..., muy competente, muy sencillo de carácter y que me trataba con mucho cariño, en el mejor sentido paterno/filial. A él le debo mis segundos pasos en la que fue desde entonces mi profesión, en la que me orientó y guió con una gran generosidad. A pesar de los caminos divergentes que tomaron nuestras vidas profesionales y personales, hubiera querido pagarle esta deuda con una larga amistad por lo menos, cosa que lamentablemente no fue posible culminar por lo que luego diré. Estaba casado y con hijos pero en momentos concretos prescindía en cierto modo de la familia y pasaba a llevar una vida algo desordenada, propiciada probablemente por una cierta dificultad en compaginar su vida privada por la presión de su trabajo. Quizá era esto lo que le hacía abusar de la bebida en esos momentos. O bien, al contrario, era una cierta propensión a la bebida la que inducía el resto de problemas, no sabría discernirlo. A todo ello quizá podamos añadir algunos indicios que a veces me parecía detectar sobre una posible inclinación sexual poco ortodoxa para los cánones de la época, pero quizá estaba equivocado. Ciertamente, fuera por lo que yo sospechaba o no, su vida privada fue haciéndose más y más caótica hasta el punto de plantearle algún dilema existencial que escapa a mi comprensión, pero que imagino que llegó a atormentarle hasta tal punto que fue la razón de que decidiera quitarse la vida de un disparo de escopeta al cabo de unos años.

Recuerdo que de pequeño había oído hablar de cines en los que había señoras en las últimas filas que por muy poco dinero masturbaban a los chicos que se sentaban allí para eso. Asimismo, había oído decir que en Montjuïc, en un paraje llamado "la tierra negra", también podían encontrarse señoras de aquellas. Pero con el tiempo,  también me enteré de que en otros cines había hombres que metían mano a los chicos lo cual, por el morbo y porque era gratis, me pareció más interesante aunque me daba algo de miedo. Me imaginaba a aquellos hombres como unos individuos entre rijosos y patibularios, viejos, babosos, desastrados, con los ojos saliéndoseles de las órbitas y unas manos huesudas que no tenían nada que ver con mi joven y confortable mano, con las que quién sabe si me estrangularían una vez satisfechos sus lúbricos instintos. Pero cuando gocé de algo más de autonomía y de mayor tolerancia en el horario personal, la curiosidad pudo más que el miedo y decidí probar suerte, ya que al fin y al cabo no creía que nadie se atreviera a hacerme daño dentro de una sala de cine (entonces ni se me ocurría pensar que quizá las cosas más interesantes se hacían en otros espacios del cine como los servicios). Finalmente, con más miedo que vergüenza, visité uno de aquellos cines que me habían dicho, pero no ocurrió nada, con lo que me quedé entre aliviado por no haber tenido esa experiencia y frustrado, por la misma razón. También adolecieron de la misma falta de resultados mis visitas a algunos de los otros cines que me habían dicho y que visité después.

Pero más tarde, en una inocente conversación con un compañero de trabajo sobre películas y cines, se me ocurrió comentar que en mis años de infancia me gustaba mucho ir a un cine de la Rambla junto a los almacenes SEPU, el cine Atlántico, al que me llevaba mi madre (entrada 7 pesetas, en aquellos tiempos) y en el que siempre hacían programación infantil, consistente en los tres "nodos" que se editaban cada semana (la gente de mi generación sabrá de qué hablo) y varios dibujos animados de Tom y Jerry, Popeye, Pájaro Loco o personajes de Disney o bien películas cómicas de "El Gordo y el Flaco", "Charlot" y "Jaimito". De vez en cuando algún largometraje de segunda fila supuestamente cómico, generalmente mejicano o algún otro con algo más de calidad, como los de "Cantinflas" y, excepcionalmente, algún otro largometraje de la factoría Disney o europeo digno de mención como "El globo rojo" o "El continente perdido" y poca cosa más. Dado lo limitado del stock de cortometrajes infantiles existente entonces en España, periódicamente se repetía la proyección de dibujos o películas cómicas ya exhibidas en el mismo local, pero a los niños de entonces no solamente no nos importaba esa repetición sino que agradecíamos volver a ver aquellas películas que tanto nos habían hecho reír en anteriores ocasiones y volvíamos a reír de nuevo con ellas, lo cual seguramente tenía mucho que ver con que no existiera la híper-dimensionada oferta que existe hoy a través de la televisión.

Pues bien, la respuesta de mi interlocutor a mi comentario sobre el cine Atlántico fue alarmante (según se mire):
- "¡Pero si ese cine es un nido de maricones!"
y yo, estupefacto:
- "No es posible, es un cine de programación infantil, siempre está lleno de niños, ..."

Cartelera Cine Atlántico 28 febrero 1.965
Cartelera del Cine Atlántico en la prensa de la época
- "Pues te aseguro que es un cine de maricones"
No se me ocurrió preguntarle a mi compañero por qué estaba tan seguro de su afirmación, ya que en realidad estaba intentando asimilarla y no daba crédito a la misma, pues yo había ido muchas veces a ese cine y creía saberlo todo sobre el mismo. Pero, en realidad, lo único que recordaba era que siempre había muchos niños y que nos reíamos y lo pasábamos muy bien. Sin embargo mi interlocutor, como explicaré luego, tenía razón. Intentando encontrarle una explicación a esta gran contradicción he deducido que quizá a mi me llevaban en fines de semana o festivos, por eso el cine estaba lleno de criaturas y, desde luego, nunca había tenido yo mismo ni tampoco había visto con otros ningún incidente que me llamara la atención, creo que lo recordaría como recuerdo otras anécdotas de mi infancia. Desde luego, tampoco sería descartable pensar que tanto niño fuera un manjar apetecible para algún pedófilo, si bien debo decir en honor a la verdad que cuando volví a visitar dicho cine teniendo pleno "conocimiento de causa" nunca vi ningún comportamiento de ese estilo. Eso sí, entre adultos vi bastantes cosas aunque nunca en la sala, solamente en el servicio.

Con todo este preámbulo llegamos a mi primera experiencia  homosexual en una sala de cine que fue, claro, en el cine Atlántico. Cabe decir que siempre he sido un gran aficionado al cine, por lo que me conocía prácticamente todos los cines de Barcelona por razones cinéfilas, aunque iba raramente al cine Publi y al cine Atlántico, porque ambos eran de programación infantil (el cine Publi, sin embargo, con una calidad muy por encima de la media) y a mi, siendo casi adulto (o, por lo menos, así me consideraba a mí mismo), no me apetecía mucho volver a ver cortos o largometrajes infantiles que, además, ya había visto antes varias veces. Pero después de haber tenido la conversación que acabo de relatar, incluí al cine Atlántico como una opción más en mi lista, visitándolo ocasionalmente y fijándome más en los movimientos del público que en la proyección, por si detectaba algo de lo que me interesaba, cosa que no sucedió en mucho tiempo. También es cierto que nunca pensé en visitar los "Servicios", anunciados con este nombre por un rótulo rectangular luminoso de color verde con letras blancas en una pared lateral.

Hay que decir que era, como multitud de cines de aquella época, un cine de sesión continua, aunque de los pocos que empezaba la sesión por la mañana, cómo hace hoy el Cine Arenas. Un buen día, entré a última hora de la tarde, casi de noche y me senté como siempre sin esperar nada especial. Pero, en un descanso entre sesiones, se sentó en la fila anterior a la mía un chico todavía joven, pero bastante más mayor que yo, que no dejó de mirarme mientras estuvieron las luces encendidas, para lo que tenía que girarse en su butaca con lo que de ese modo mostraba que su atención en mi no era casual. Yo no sabía qué cara poner, porque ya suponía lo que quería, pero nunca había pasado antes por un trance similar. Así estuvimos mirándonos impertérritos hasta que apagaron las luces y le faltó tiempo para venir a sentarse a mi lado.

Yo estaba deseando que ocurriera algo de una vez, porque además era algo tarde y tenía que volver a casa pero supongo que el chico no quería aventurarse a tener ningún problema, ya que yo no le había dado pie para nada. Así pasaron unos minutos interminables, hasta que noté que su pierna izquierda rozaba levemente la mía. Ni corto ni perezoso apreté inmediatamente mi pierna derecha contra la suya para que no le cupiera duda de que yo también quería algo. Al poco, pasó su mano izquierda a mi regazo, me sobó los muslos y, ¡al fin!, se detuvo en mi entrepierna que hacía rato que mostraba una protuberancia que no tardó en manosear, medir y repasar. Yo estaba en un grado de excitación bastante elevado, ya no veía la película sino que todos mis sentidos estaban unánimemente dedicados a gozar de aquel cúmulo de sensaciones placenteras. De vez en cuando, con su mano derecha cogía mi mano derecha para pasarla a su lado, pero yo no entendía que lo que quería era una correspondencia en el toqueteo y la volvía a poner en el reposabrazos. Como él no dejaba de tocarme y frotarme la polla, los huevos y los muslos, sobre la ropa, llegó el momento de la inevitable explosión seminal. Con la ropa puesta, me daba la impresión de que un surtidor sin fin me estaba inundando todo el cuerpo de leche caliente. No recuerdo muy bien los detalles, ya que mi cerebro estaba bastante colapsado en aquellos momentos, pero supongo que él se daría cuenta y me dejó tranquilo. Aguantando la sensación de pringosidad cuando se acabaron las sensaciones orgásmicas y se enfrió todo, intenté mirar si tenía alguna mancha en el pantalón pero la oscuridad de la sala me impidió ver lo que luego constaté que era más bien un pantalón dentro de una mancha. Así que esperé al siguiente descanso para comprobar los daños que ya empezaba a notar por la humedad de la superficie del pantalón, porque ni se me ocurrió ir al servicio de inmediato.

Cuando se encendieron de nuevo las luces y vi la magnitud extraordinaria de la mancha, entonces sí que se me ocurrió ir al servicio, pensando que con agua y un pañuelo quizá podría diluir aquella viscosa mancha y confiando en que luego se secara en el trayecto en tranvía hasta mi casa. Pero al entrar en el servicio lo encontré tan lleno de gente (lo cual también me hizo darme cuenta de que aquél era el lugar de concentración y no la sala) que no me atreví a intentar la limpieza prevista delante de todos y, para no estar por allí en medio sin hacer nada, decidí ponerme en un urinario y esperar a que se vaciara algo el servicio mientras yo por mi parte vaciaba mi vejiga. Entonces me di cuenta de otra pista que me confirmó la primacía de los servicios sobre la sala como lugar de encuentro; los urinarios eran de esos verticales, rectos, adosados a la pared hasta los pies, no de los de cazoleta, pero con la parte superior prácticamente por debajo de la altura de la polla, cosa muy conveniente cuando se quiere mostrar la polla a los demás o ver las de los demás o incluso hasta tocarlas sin que haya ningún obstáculo físico de por medio. Nunca hasta entonces había visto un urinario tan adecuado a las necesidades de los gay. En esas cavilaciones estaba cuando ocupó el urinario de mi derecha, que había quedado libre, mi benefactor de unos minutos antes. Esto me provocó dos reacciones contradictorias, por una parte una erección casi inmediata, pero por otra parte me puso algo más nervioso de lo que estaba porque imaginé que aquel chico me estaba persiguiendo. Algo de eso habría, aunque supongo que con buenas intenciones, pero entonces yo era muy inexperto y como además tenía prisa y la gente no se iba ni tampoco mi ex-compañero de butaca y ahora compañero de urinario, opté por marcharme corriendo (esta vez en el sentido literal) a casa, disimulando como pude la mancha durante el trayecto y la entrada en casa y acogiéndome de antemano a la indulgencia familiar respecto a lo que pudieran pensar cuando vieran aquello, como supongo que ocurrió, al poner la pieza a lavar, aunque nunca me lo mencionaron.

Como esto me confirmó los rumores sobre el cine Atlántico, me transformé en un cliente asiduo que asistía al menos una vez por semana. En sus servicios aprendí bastante más sobre las cosas que se pueden hacer entre dos tíos aunque mi actitud seguía siendo la de dejarme hacer y no hacer nada por mi parte o, a lo sumo, tocar alguna polla de vez en cuando si me apetecía. Por lo general, todas las veces que fui, lo más habitual fue que me hicieran pajas o pajas mutuas entre dos o auto-pajas viendo a otros hacer lo mismo. 

Pero el cine Atlántico me enseñó otra cosa. Que donde realmente hay posibilidades de hacer algo en locales normales de afluencia pública es en los servicios, por lo que desde entonces siempre invariablemente he entrado en los de todos los lugares que he visitado, lo que en alguna ocasión me ha deparado ratos más agradables de lo que tenía previsto en un principio. En cerca de cuarenta años he recorrido muchos servicios públicos, no solamente de mi ciudad sino del resto de España y del extranjero, en los que he comprobado que, una vez se conocen los códigos no escritos, en todas partes se actúa de la misma manera y se puede tener el mismo éxito.

Después de relatar mi primer orgasmo gracias a un extraño en un cine, creo que corresponde explicar como recibí la primera mamada, por parte de otro extraño, cuando debía tener alrededor de los veinte años. Fue el "estreno" de un apartamento que alquilé a espaldas de mi familia con la que seguía viviendo. Al principio de tenerlo, gracias a mi conocida y natural generosidad, lo aprovecharon más algunos de mis compañeros de trabajo que yo mismo, aunque yo también le saqué provecho cuando me saqué de encima buena parte de mis prevenciones mentales sobre llevar extraños "a casa". Lo estrené un día que debía ir mucho más caliente de lo habitual, porque si no, no me explico cómo me atreví a hacer lo que hice. Aún no había muebles y, afortunadamente, habían ya conectado el agua y la electricidad, aunque solamente tenía un par de bombillas colgando del techo y, en ese escenario, de pie y con la ropa puesta sucedió lo que relato a continuación.

Estaba yo paseando a primera hora de la noche por las Ramblas de Barcelona y fijándome disimuladamente, como era mi costumbre, en el paquete de los tíos, cuando coincidí con otra persona que iba en mi misma dirección, de unos treinta y tantos años, que me pareció que "entendía". Procuré acompasar mis pasos a los suyos y seguir andando a su lado. Enseguida, en lugar de mirar disimuladamente como a los demás, le miré sin reparos el relieve de su bragueta, lo cual sin duda fue una señal inequívoca para que me saludara, de ahí empezó una conversación banal hasta que llegó la pregunta crucial: "¿tienes sitio?", que por primera vez en mi vida pude contestar afirmativamente. Naturalmente le previne de que no había nada para estar cómodos pero, claro, no nos importó a ninguno de los dos. Aunque no estábamos muy cerca del lugar fuimos andando, yo algo preocupado por haber sido tan lanzado e ir a meterme en un lugar cerrado con alguien que podía ser un violador psicópata. Él seguramente no pensaba en eso.

Nada más entrar en el piso y cerrar la puerta me abrazó y me besó. Nunca me ha gustado mucho besar a un fumador o a una fumadora y además era el primer hombre que me besaba, lo cual no deja de ser una sensación nueva que no sabía si me iba a gustar, de hecho al principio apreté los dientes para que no me metiera la lengua en la boca, pero finalmente cedí por no defraudarle y me apliqué a colaborar lo mejor que supe para que no creyera que era demasiado remilgado. Naturalmente, enseguida nos bajamos los pantalones y la ropa interior para poder acceder con nuestras manos al cuerpo del otro. Tenía una polla más delgada y algo más larga que la mía, muy recta y proporcionada. Con la excusa de besarme en la nuca me hizo inclinarme sobre su polla pero yo se la aparté con la mano como señal inequívoca de que no se la iba a chupar, no lo había hecho nunca y no pensaba empezar aquel día. Por suerte, él sí que lo hizo conmigo. Era la primera vez que un hombre me besaba y también la primera vez que me la chupaban. Sentía un gusto especial, distinto al que había sentido hasta entonces con los tocamientos y pajas ocasionales que me habían hecho, aparte de las que me hacía yo mismo constantemente. Tuvo el detalle de recoger en su boca toda mi descarga hasta lo que creímos era la última gota, pero cuando se separó, mientras me seguía masturbando, otro chorro salió inesperadamente de mi polla y fue a dar contra la puerta para asombro de ambos. Nunca más he tenido dos orgasmos tan seguidos, prácticamente consecutivos, casi sin solución de continuidad. No recuerdo si él también se corrió, supongo que sí.

Así terminó mi primera sesión con un tío en un lugar privado, en la que además descubrí cómo era una mamada. Él se llamaba N... y vivía, según me dijo, cerca de la Plaza de España. Me hubiera gustado encontrarle el día en que, algunos años después, decidí que no era tan grave chuparle la polla a un tío y que quizá lo haría la próxima vez que me lo pidieran. Entonces me hubiera gustado devolverle la mamada que se merecía de aquel día, en que no cumplí equitativamente con reciprocidad, de hecho nunca lo hacía (aunque no se quejó de ello), pero no tenía modo de localizarlo ni nunca le volví a ver ni por casualidad.

Una vez estabilizado económicamente después de haber superado ya de algún modo la desgracia familiar que me obligó a ponerme a trabajar desde muy joven, determiné que me convenía completar mi formación reglada, para lo que elegí la academia A... , sita en la entonces denominada oficialmente Avenida de José Antonio Primo de Rivera y más popularmente Gran Vía, en Barcelona, donde me incluyeron en una clase en la que todos los alumnos eran, por lo menos, cinco años menores que yo. Allí estaba C..., un chico muy joven que me atraía enormemente. Aún tenía acné juvenil, pero eso no mermaba su atractivo, al menos para mí. Al ser tan joven, sus horarios eran muy rígidos y le esperaban en su casa una vez finalizadas las clases, a una hora bastante tardía que a mi parecer no permitía ninguna flexibilidad para proponerle algo tan inocente, por ejemplo, como visitar algún día mi apartamento. Por otra parte, la clase era de muy pocos alumnos, lo que tampoco daba margen para decirle algo en privado sin que se enteraran los demás y a mi me daba mucho miedo que alguien pudiera sospechar lo más mínimo sobre mis sentimientos e intenciones. He imaginado muchas veces lo que hubiera podido suceder si algún día hubiera conseguido una cita con él, pues parecía que yo le caía bien y aceptaba pequeñas bromas sexuales, pero nunca sabré si estaba en lo cierto o eran puras fabulaciones mías debidas a la atracción que sentía por él, ya que terminó el curso y aunque le pedí su teléfono luego no le llamé por temor a que descolgara algún familiar y sospechara de la llamada de una persona que superaba bastante la edad de C... Así que si hubiera habido alguna posibilidad, se perdió irremisiblemente para siempre a causa de mi timidez.

En esa academia nos dio clase durante unas semanas, no como titular sino haciendo alguna sustitución, un profesor argentino, creo, de unos treinta y tantos años, bastante atractivo y varonil en el que no denoté nada especial en aquellos momentos. Unos meses después de que ya no lo viera más por la academia, me lo encontré entre los espectadores que salíamos de la última sesión del Cine Atlántico, antes de la primera experiencia que he relatado ocurrida en dicho cine, por lo que todavía no tenía claro que allí podían suceder tales cosas. Estuvo muy amable, me preguntó porqué iba a ese cine y yo, inocentemente, le dije que porque me gustaban las películas cómicas que proyectaban, lo cual en aquellos momentos era lo más parecido a la verdad. Él coincidió en mi apreciación y, como estábamos en la parada de autobús que había frente al cine, se ofreció a acompañarme a mi casa con su moto que tenía aparcada allí mismo, para que no tuviera que esperar al autobús y me ahorrara el precio del billete nocturno. Yo no quise que se apartara de su trayecto para dejarme en mi casa y decliné varias veces su invitación, pero tanto insistió (estaba claro que no quería desaprovechar la ocasión) que acabé montándome de paquete en la moto. Desde el principio me insistió mucho en que me agarrara a él fuertemente para no caerme de la moto y me lo fue repitiendo varias veces durante el trayecto, pero a mi me daba reparo y procuraba poner mis manos en su cintura sin apretar mucho. Ahora estoy seguro que deseaba que me abrazara a él y/o que deslizara mis manos más hacia abajo por delante y supongo que esperaba que a partir de ahí podría llevarme a algún otro sitio antes que a mi casa, pero a mí ni se me ocurrió tal posibilidad, al contrario, no me atrevía ni siquiera a apretar mucho mis manos, con el consiguiente riesgo potencial para mi integridad física porque él iba a bastante velocidad tomando las curvas, supongo que para provocar que yo me agarrara a él, y yo no llevaba casco porque en aquellos años no era obligatorio. Como decían las damiselas del siglo pasado, "se portó como un caballero". Me llevó por el camino más corto a mi casa, nos dimos la mano y no he vuelto a verle más. El debió quedarse convencido de que yo era hetero y nuestro encuentro en el cine una casualidad y yo no caí en la cuenta hasta bastante tiempo más tarde que aquella noche los acontecimientos podrían haberse desarrollado de otra manera muy distinta si yo hubiera sido algo más espabilado.

Y, ahora sí, en el próximo post describiré, dedicándolo especialmente a las generaciones que no los han conocido, los inefables "mingitorios públicos" municipales de Barcelona. Y más adelante los de otros lugares.

sábado, 10 de septiembre de 2011

04 - Días, meses y años confusos, en los que se van perfilando las aficiones íntimas.

Hoy relataré una serie de vivencias variadas, que van de mi adolescencia a mi primera juventud.

Por ejemplo, las experiencias homosexuales que ya he contado me crearon una rara costumbre, fijarme en el paquete de los chicos u hombres en general. Así lo hago desde que tenía trece años, aunque el momento actual con esta forma de vestir tan holgada no es el más propicio para adivinar tamaños y/o posiciones, no como en los años setenta hasta casi los noventa, en los que hubo temporadas en las que lo ajustado de los pantalones que llevaban tanto hombres como mujeres me provocaban deseos (muy bien contenidos) de reseguir con el tacto aquellas formas de salchicha o de buzón, según el sexo, que se moldeaban en la entrepierna de las víctimas de mi lúbrica mirada.

Experiencias variadas, por un orden vagamente cronológico:

1. En una de las raras ocasiones en que estuve en cama por enfermedad, cuando ya me encontraba aceptablemente bien, estaba jugando con los juguetes que venían incorporados a mi propio cuerpo y, no sé muy bien cómo, mi mano se fue deslizando desde los huevos hacia la parte posterior hasta que mis dedos alcanzaron el ano. Estuve probando de meter la punta de un dedo pero no conseguí gran cosa, aunque sentía una sensación extraña, supongo que excitante. Desde entonces me gusta tocármelo, que me lo toquen y me lo laman, claro, y hasta alguna vez he utilizado algún juguete de pequeñas dimensiones, pero en cambio me cuesta bastante alojar un miembro viril, aunque lo he probado varias veces, sin éxito la mayoría de ellas.

2. En los últimos años de escuela tuve como compañero al pequeño (de estatura) R...

Para ponernos en situación recordemos, copiando el título de un bonito film, que eran "Días de radio". Ya había televisión, pero solamente estaba al alcance de unos pocos particulares o de establecimientos que invertían en la compra de un televisor (en blanco y negro y en el que solamente se veía un canal) para atraer más clientela, por lo que la radio seguía siendo dueña y señora de nuestro tiempo cuando estábamos en casa. Dentro de la programación, existían algunos espacios que daban acogida a personas "amateurs" que iban allí a cantar o recitar quizá buscando saltar a una fama que muchos creían merecer y no seré yo quién se lo discuta, aunque la fama que conseguía la abrumadora mayoría de aquellos artistas era tan efímera como lo que durara el recuerdo de su actuación entre sus amigos, vecinos y familiares más cercanos.

Entre esos artistas radiofónicos había también bastantes niños y uno de los que destacaba era mi condiscípulo R... No era mal rapsoda y realmente parecía que el alma se le salía por la boca cuando recitaba esos romances de honda raigambre hispánica, entonces tan en boga, muchos de ellos del insigne aristócrata, poeta, letrista y homosexual, Rafael de León, como "Profecía", "Me da usté candela" o bien canciones recitadas, como "Mi sombrero cordobés". Precisamente se dio con esta composición la única oportunidad que tuve de verle y escucharle en directo y pude apreciar que, seguramente fruto del desvelo de sus progenitores, el recitado venía perfectamente acompañado del vestuario más adecuado al caso. En esta ocasión, además del sombrero que da nombre al poema/canción, llevaba su camisa y chaleco a juego con unos pantalones camperos tan ajustados en la zona púbica que marcaban perfectamente su pequeño sexo de forma muy reveladora. Desde aquel día le tomé algo más de afecto del que le tenía, pero siempre un afecto totalmente blanco, fruto de mi timidez y tontuna que más hubiera valido que dejara a un lado, pues uno de sus vecinos y también condiscípulo no tardaría en insinuarme, con toda naturalidad y frente al propio interesado, que a R... le gustaban las personas de su mismo sexo, a lo cual éste no hizo ningún comentario. Ni yo. Ahora pienso ¿estarían enviándome algún mensaje que yo no captaba? Me gustaría encontrarme ahora a R... para aclararlo.

3. Cuando empecé a trabajar, sobre los quince años (la edad mínima legal entonces era catorce años, ahora dieciséis), tomaba el tranvía en la esquina de "mi calle". Una tarde coincidí en el mismo tranvía con un chico muy guapo, más o menos de mi edad al que no conocía personalmente pero del que sabía que vivía enfrente de mi casa. Aquel chico llevaba unos pantalones azules super ajustados que le marcaban un culo redondo y muy apetecible. No tardé en aprovechar las apreturas del pasaje del tranvía para ponerme detrás suyo y arrimar mi polla, que ya estaba erecta solamente por mis pensamientos, a ese culo tan atractivo. Supongo que él lo notaría, pero no se retiraba, aunque me tuve que retirar yo porque el trasiego de pasajeros hacía inevitable tener que moverse del lugar para no levantar sospechas. En lo sucesivo, esperé siempre a coger el tranvía a que apareciera aquel chico con sus ceñidos pantalones azules, para repetir la misma maniobra de la que nunca se quejaba. Nunca cruzamos palabra alguna, hasta que algún día uno de los dos cambió de horario y no volvimos a coincidir más.

4. En otra ocasión, en otro tranvía esta vez casi vacío, pude observar como dos chicas que iban sentadas en el mismo asiento doble estaban muy juntas y una de ellas, la más mayor (de unos veinte años) acariciaba el pelo y la cara de la otra (de unos dieciséis o diecisiete años) durante mucho rato. No me hubiera dado cuenta de no haber otro pasajero que hacía comentarios en voz alta, de los que deduje que entre aquellas chicas había algo más que amistad o, al menos, una de ellas estaba intentando que lo hubiera. Aquel día descubrí el lesbianismo, aunque el pasajero de marras lo llamara de otra manera. Pero tuve que investigar para saber exactamente de qué se trataba, tan desinformado estaba.

Con todas estas anécdotas y otras de menor calado pasaron varios años hasta que llegué a mi mayoría de edad y, en ese período, descubrí un mundo de superlujo para el ligue entre homosexuales, llamados entonces maricas, maricones o mariquitas y ahora gays. Me refiero a los WC municipales, oficialmente denominados "Mingitorios públicos", que se merecen un largo capítulo, seguramente el próximo.

viernes, 9 de septiembre de 2011

03 - Lujuria y desenfreno pre-adolescente ... o así me lo parecía.

Aprovecharé este post, que habla de mis doce años, para mencionar a otros compañeros de mi misma edad que tenían las hormonas más alborotadas que yo y, por lo que me parecía, que el resto de la clase.

Recuerdo por ejemplo a Ll.... (entonces nos llamábamos por el apellido, no por el nombre de pila como es costumbre ahora), un chico delgado, espigado y guapito. También recuerdo a los hermanos P..., éstos quizá algo más mayores que el resto. R... creo que también participaba y, ocasionalmente, lo había hecho C..., aunque no le gustaba que se comentara. ¡Ah, que no he dicho en qué participaban! Pues os lo cuento, era un grupo que se divertía enseñando cada dos por tres su polla erecta a los demás que nos sentábamos cerca de ellos en la clase. Yo (aunque lo disimulaba) disfrutaba viendo tantas pollas tiesas y duras juntas, algunas muy dignas de mención, como las de los hermanos P..., los de las pollas más grandes (o las más grandes de las que se enseñaban, claro). El menor de ellos, con una polla muy larga, como el doble que el resto y algo más gruesa y el hermano mayor con una polla que, si no tenemos en cuenta la de su hermano, era el triple de gruesa que cualquier otra y casi el doble de larga. Además, ese grupito parecía ser de masturbadores compulsivos. Contínuamente rivalizaban en quién la tenía más dura, no en quién la tenía más larga, porque este galardón lo ganaban claramente los hermanos P... y se masturbaban abiertamente cuando el profesor, el señor C..., no miraba.

En una ocasión en que estaba en esa faena uno de los hermanos P..., el menor, mientras hacíamos un dictado de un libro cuyos párrafos leíamos por turno los que nos sentábamos en las primeras filas, levantándonos cuando nos tocaba para leer en pie frente al resto de la clase y a unos tres metros de la mesa del maestro, me dijo que iba a seguir meneándosela cuando le tocara salir a leer. No lo creí, pero cuando le tocó el turno, se sacó aquella tranca tan hermosa delante de toda la clase y, mientras leía, se la sacudió varias veces delante de todos, maestro incluido. Supongo que él veía como todo el mundo estaba con la cabeza gacha intentando escribir el dictado (o le daba igual que otros compañeros le vieran) y, eso sí, sabíamos que el maestro estaba ocupado haciendo cosas en su mesa mientras el dictado se iba desarrollando solo, por lo que no se preocupaba en mirar a la clase. Si oía que el dictado seguía su curso, él iba trabajando en lo suyo. Ese chico se merecía la medalla al valor (o a la inconsciencia) porque, en los tiempos que corrían, si le llega a ver el maestro seguro que le expulsan. Hoy a lo mejor el maestro se la hubiera chupado, pero entonces eran otros tiempos.

De hecho, yo también se la hubiera chupado si hubiera podido, tal era la admiración que sentía por su polla. No, rectifico, se la hubiera chupado si se me hubiera ocurrido que eso se podía hacer, pero ya he dicho en otro lugar que, normalmente, siempre me he despertado tarde para todo lo relacionado con el sexo. También creo que la mayoría de aquellos pajilleros desbocados no sabían que una polla se podía chupar, ni siquiera se les ocurría tocársela el uno al otro y creo que hubieran tratado de maricón al que lo hubiera intentado. Aunque, ahora que lo pienso, quizá lo hacían a mis espaldas, lo cual entra dentro de lo posible ya que yo era tan tonto que no me enteraba de nada.

También recuerdo con mucho cariño a M... un chico delgadito, algo bajito y con voz atiplada, lo que le hacía objeto de nuestras chanzas, en las que le tratábamos de niña y de las que él no se defendía, no sé si por querer evitar que una reacción suya hiciera que las cosas fueran a peor o porque lo aceptaba por alguna razón íntima. ¡Qué crueles son los niños! Querido M..., sé que lo más probable es que no leas esto, que seguramente no eras mariquita como te decíamos, sino que tenías ese defecto en la voz que quizá se arregló con el tiempo, porque la pubertad aún no te había hecho cambiar el tono de tus cuerdas vocales. Sea como sea, quiero decirte que siento muchísimo cualquier broma de mal gusto que hubiera podido gastarte entonces, porque eras un chico que reunía todas las prendas positivas: formal, educado, inteligente, paciente y porque nos hacías unos dibujos de tías buenas que eran la admiración de todos nosotros. Unos dibujos de unas muchachas hermosísimas, con unos pechos perfectamente redondos y turgentes, dibujos a la vista de los cuales seguro que más de uno se había masturbado antes de destruirlos para que no se los encontraran en casa o en la escuela. Lo cual no importaba, porque M... los hacía con tal facilidad y con tanta amabilidad ...

Pues bien, después de esa etapa, yo notaba que había una vida sexual además de la escolar, pero no sabía muy bien como enfocarla. Después de haberme dado cuenta de que las pollas gordas eran un efecto del crecimiento y no una aberración de la naturaleza, como casi llegué a creer con el chico que menciono en el post anterior, empecé a fijarme en las de mis compañeros como acabo de relatar, aunque yo nunca la enseñé ni muchos menos me pajeé delante de los demás, Pero hacía para mí mis comparaciones, de las que no salía mal parado, si no me comparaba con los hermanos P...

En cuanto a las chicas, empecé a juntarme con un grupito de chicos que se saltaba la separación escolar de sexos yendo a hablar con algunas chicas a "su calle", como decíamos entonces, y luego comentábamos entre nosotros lo buena que estaba fulanita o menganita, pero de ahí no pasaba. Lo dicho, era un tonto del culo.




jueves, 8 de septiembre de 2011

02 - Primera experiencia, pero sin enterarme de su trascendencia real.

La escuela pública de mi infancia y adolescencia estuvo marcada por algunos hechos que a las generaciones actuales les parecerán inverosímiles.

Por ejemplo, no existía la hoy tan natural y corriente co-educación sino, al contrario, una drástica segregación por sexos en las aulas, en las escuelas y en todas las instituciones educativas en general, por lo que en todas las clases, parvulario incluido, su alumnado estaba exclusivamente constituido por niños o bien por niñas, según si el centro era "masculino" o "femenino". En los centros de cierta dimensión que permitían por su estructura una separación efectiva de niños y niñas, podía haber clases de niños y clases de niñas bajo el mismo techo, pero nunca compartiendo ningún espacio común desde la misma entrada al centro. Ni pasillos, ni auditorios, ni patios, ni nada. No se rompía esta rígida separación hasta llegar a la Universidad o a otro tipo de estudios superiores, independientemente de que se tratara de instituciones públicas o privadas.

Otra cosa digna de mención era la asignatura "Formación del Espíritu Nacional" (F.E.N.) que no era más que el adoctrinamiento en las consignas del llamado "Partido único", que simplificaremos bajo el nombre de "Falange", denominación que con los años se transformaría en la más oficial de "Movimiento".

Este adoctrinamiento de los alumnos, junto a la implacable depuración de posguerra del cuerpo de Maestros Nacionales, que en muchos casos se saldaba con expulsiones del cuerpo o traslados forzosos, cuando no con penas de cárcel o peores por la justicia militar, creaban un ambiente en el que no cabía libertad de ningún tipo. Además, a aquellos maestros que acreditaban haber luchado en el bando triunfador de la guerra civil se les sumaban más "puntos" en los procesos de promoción dentro del escalafón del cuerpo, con lo que conseguían superar a otros compañeros que solamente podían sumar puntos por su carrera pedagógica. Generalmente, algunos de aquellos maestros además de obtener las mejores plazas en virtud de sus méritos de guerra, una vez en su puesto ejercían de censores y vigilantes de la ortodoxia dentro de la escuela a la que estaban destinados.

No debe desdeñarse el papel de la Iglesia en todo esto. Con la mayor parte del clero y especialmente su cúpula jerárquica bien arrimados al bando vencedor, su intervención en todos los ámbitos de la vida social incluía también el de la educación. Así, en todo tipo de escuelas, públicas o privadas, la asignatura de Religión era obligatoria, como eran obligatorios muchos otros rituales de la religión católica, apostólica y romana, de los que citaré a título de ejemplo el rezo del rosario en clase una vez por semana, hacer la primera comunión, la confirmación, asistir a la misa dominical sobre lo que éramos debidamente interrogados el lunes siguiente, seguir en la escuela el ciclo religioso de los primeros viernes de mes, celebrar el mes de María (mayo) y cualquier fiesta o conmemoración religiosa, confesar, comulgar, etc.

Pero no siempre era todo tan lúgubre o gris como parece cuando lo cuento puesto que, afortunadamente, la aplicación de todas estas imposiciones y restricciones en la escuela recaía, como no podía ser de otro modo, en las personas que estaban a cargo de "desasnarnos", algunas de las cuales, aunque estaban obligados a seguir a rajatabla multitud de reglas impuestas por la superioridad, con su buen hacer de maestros verdaderamente profesionales conseguían que todo fuera más llevadero y casi siempre nos hacían disfrutar a muchos del placer de aprender, por encima de la obligatoriedad de plegarse a muchas consignas que hoy vemos como absurdas y que barrunto que entonces, aunque no tuvieran más remedio que cumplirlas y alabarlas, también veían así la mayoría de aquellos profesionales de la enseñanza con los que me cupo el honor de compartir ocho años de mi vida, o al menos tengo esta percepción de aquéllos que conocí más directamente.

En mi caso, tuve la suerte de ir a parar a una Escuela Nacional, como se decía entonces, que por su ubicación, singularidad, luminosidad, grandes patios y espaciosas aulas era como un oasis dentro de la precariedad imperante en aquellos tiempos en todos los ámbitos. Formaba parte de un conjunto de construcciones escolares planificadas e iniciadas durante la dictadura del General Primo de Rivera e inauguradas durante la República, que se volcó en dotarlas de todos los medios humanos y materiales necesarios, incrementados en el caso de Barcelona por el Patronato Escolar municipal. De todo aquello, al menos quedaba entonces el edificio y algo de material didáctico, si bien se había expurgado todo rastro de libros, cuadernos o impresos en catalán o bien de autores no afines al régimen. Era el Grupo Escolar ..., que todavía ocupa una bonita manzana de la Diagonal de Barcelona, a la derecha del Ensanche.

Pues bien, en este marco se desarrolló mi etapa escolar inicial sin muchas cosas dignas de mención, hasta que a los diez u once años, estando en la clase del señor G., me asignaron un nuevo compañero de mesa que había llegado ya empezado el curso, bastante más mayor que yo, no sé cuanto. En aquellos tiempos, era normal que por efectos de la propia migración interior catalana a las grandes ciudades o de la proveniente de fuera de Cataluña, se produjera un goteo de nuevas incorporaciones a la clase durante el curso, normalmente de chicos con muy poca instrucción, lo que significaba que estos nuevos alumnos se incorporaran a un curso (grado) de su nivel en el que el resto de los alumnos teníamos dos o tres años menos que el recién llegado, lo que planteaba a veces algún problema de convivencia. Aquel muchacho ciertamente estaba en este caso, pero no era un chico problemático por su conducta.

Nuestro profesor tenía la costumbre de dejarnos un tiempo libre dentro de la clase, calculo que un cuarto de hora o así, independientemente de la hora del patio. En aquel rato podías hacer lo que quisieras, cambiarte de sitio para estar con otros compañeros, contarnos historias imaginarias ("aventis" las llamábamos) o chistes, dibujar, lo que quisiéramos. Mi compañero me convenció para que me quedara "a jugar" con él y cada día jugábamos a un juego de su invención consistente en que uno de nosotros (siempre era yo el primero) se quedaba absolutamente quieto cuando el otro decía "ya" y entonces, el otro le tocaba por donde quisiera sin que el primero pudiera moverse. Parecía un juego de cosquillas pero, naturalmente, él enseguida ponía su mano sobre mi polla, lo que me provocaba una erección instantánea, me la frotaba continuamente (todo ello siempre por encima de la ropa) y a mi me daba un gusto tremendo aunque no eyaculaba, aún no podía. La segunda parte del juego era que yo repitiera con él los mismos movimientos que él había practicado conmigo, a lo cual me aplicaba lo mejor que sabía sobre una polla que me parecía monstruosa a través de la ropa. Está claro que se "aprovechaba" de mi, pero yo lo disfrutaba mucho. Un día estuvo a punto de sacármela a tomar el aire pero yo no le dejé por miedo a que nos viera el maestro. Así, gracias a aquellas reglas del juego ideado por él (y parecía tonto el chico...) tampoco tuve que sacársela. Ahora imagino que si me la llega a sacar, yo hubiera tenido que hacerle lo mismo a él y quién sabe si me hubiera pedido algo más, aprovechándose de mi patente inocencia.

Me maravilla que nadie nos viera durante todos los días que duró este juego con sus múltiples variantes de tocamientos, imprimiendo movimiento rítmico a la mano, apretando la punta, agarrando el tronco, acariciando los huevos, ... ¿O quizá sí? Porque no recuerdo muy bien cómo ni cuándo, cambiaron de sitio a mi compañero, a pesar de que lo habían puesto expresamente a mi lado para que yo le enseñara en lo medida de lo posible. ¿Quizá aquel buen maestro se dio cuenta de que era aquel chico el que me estaba enseñando a mí muchas más cosas que yo a él? Es posible, pero nunca me dijo nada.

Al poco, el chico desapareció. Quizá su familia emigró a otro lugar, quizá lo cambiaron de escuela, no lo sé. Pero siempre lo recordaré como un buen chico con una libido desatada de la que me hizo participar, según lo veo hoy, como su juguete y que me descubrió multitud de nuevas sensaciones que poco a poco aprendí a recrear por mí mismo desde entonces.

Sin embargo, aquel despertar sexual todavía no se configuró en mí en toda su auténtica dimensión. Lo asumí como un juego divertido, pero limitado a mí mismo, pensando que era algo que solamente conocía yo, que solamente me pasaba a mí y de lo que, por lo tanto, no hablaba con nadie. De hecho, ni la inconmensurable presión religiosa que se ejercía sobre nuestras mentes, basada en el supuesto pero aceptado axioma de que todo era pecado, me hizo pensar que aquello también lo fuera. Era, simplemente, un bonito y agradable juego que, eso sí, había que practicar a escondidas.


miércoles, 7 de septiembre de 2011

01 - Balbuceos ... o casi.

Nací en una familia muy humilde, de clase media baja tirando a pobre, que vivía de alquiler pues en aquellos tiempos (terminaba la primera mitad del siglo XX) no se consideraba imprescindible ser el dueño y señor de la vivienda familiar.

Si el poeta dice "Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla ...", para un servidor son recuerdos mucho más anodinos de un suelo de comedor muy humilde, donde jugaba solo o a veces acompañado por unas amiguitas vecinas. Juegos sin ninguna connotación sexual, aclaro para los que quieran ver indicios de una sexualidad que en realidad desarrollé muchos años después y que iré describiendo cuando sea oportuno, con la visión más desapasionada que da el tiempo por una parte y por otra el hecho de que esa etapa de libido desbordante haya pasado, desgraciadamente, a la historia.

El primer recuerdo que tengo muy remotamente relacionado con el sexo (calculo que entre los 4 y los 6 años de edad, no puedo precisar más) es el de estar solo, como tantas veces, en ese suelo del comedor, pero en esa ocasión observando como mi cosita se había puesto dura, quizá por efecto de algún tocamiento absolutamente inocente o por alguna otra razón, viendo como la piel se replegaba dejando ver un prepucio casi violáceo y que dolía al tocarlo. No tengo la percepción de que esto dejara ninguna huella en mí, pero sí de la extrañeza que esa situación me produjo ya que nunca me la había visto de tal guisa. Supongo que esa erección se repetiría en otras ocasiones posteriores pero imagino que ya no me causaría ningún impacto, pues no ha quedado en mi memoria ningún otro recuerdo similar. Tampoco me causó esa inesperada rigidez ningún deseo de hacer nada más en el área de la auto-gratificación, pues nunca se me hubiera ocurrido entonces que ello fuera posible. En general, iréis viendo que en todo lo tocante al sexo he sido bastante retrasado y tonto, aunque creo que cuando me he puesto al día he intentado, consciente o inconscientemente, recuperar el tiempo perdido. 

martes, 6 de septiembre de 2011

00 - Declaración de intenciones.

Amig@ de la red, de la nube o de como se llame Internet en el momento en que leas esto:

Según cuando llegues a este blog, el mismo estará todavía en ciernes, tendrá ya algún contenido (que intentaré que sea atrayente a la par que instructivo) o estará completo y cerrado, cosa que espero tarde mucho en llegar, pues seguramente a lo largo del tiempo iré añadiendo detalles que en una primera escritura quizá no recordara o que me parezca oportuno precisar posteriormente.

Ojalá que, interesándote el tema, si encuentras el blog todavía sin mucho contenido, tengas a bien esperar y re-visitarlo al cabo de algún tiempo, para ir siguiendo los avances del mismo.

Y, contando con ese interés, si conoces de primera mano algo de lo que explico agradeceré que seas tan amable de completarlo con tus comentarios o bien, si no lo conocías, des también tu opinión al respecto.

No tengo ninguna práctica en esto de los blogs, así que ya veremos sobre la marcha si soy capaz de hacer una obra coherente y comprensible. Por eso os pido la ayuda de vuestros comentarios, que estoy seguro enriquecerán el conjunto de informaciones y relatos verídicos que pondré a vuestra disposición.