jueves, 12 de mayo de 2016

15 - Otros servicios (WC) públicos no municipales, en lugares menos céntricos de Barcelona (I-Sants)

En una de las primeras entradas de este blog, relacioné aquellos servicios abiertos al público, ajenos a los de titularidad municipal, en los que por mi conocimiento de primera mano (término utilizado sin mala intención) sé que había posibilidades de practicar lo que hoy conocemos como cruising. Hemos visto en las entradas más recientes los que estaban en el entorno de la Plaza de Cataluña y veremos, a partir de este post y continuando en los dos siguientes, la descripción de tres de ellos situados en lugares más alejados del centro, junto con las experiencias más notables que me brindaron.

Estos tres lugares son: los servicios de la estación de "Sants" de RENFE, hoy ADIF, los de la estación "Gracia" de la compañía del Ferrocarril de Sarriá a Barcelona S.A. y FF.CC. de Cataluña, hoy englobados en los Ferrocarrils de la Generalitat y los de la estación de "Plaza de España" de la compañía de los FF.CC. Catalanes, hoy también Ferrocarrils de la Generalitat.

Los más populares entonces y que todavía existen, son los de la estación de "Sants", si bien a tenor de lo que conozco de la actualidad a través de la prensa, aunque los servicios siguen existiendo (no sé si todos ellos), desde hace unos meses han pasado a ser "de pago obligatorio", algo que no existía en las épocas a las que me refiero aquí. Por otra parte, la planta baja de la estación, otrora prácticamente diáfana, está ahora compartimentada para aislar distintas áreas, lo que ha dejado menos espacio abierto a la libre circulación de personas, cosa que me imagino que debe ir algo en detrimento de las posibilidades que había entonces de disimular ante la presencia de vigilancia o de desplazarse por distintos itinerarios interiores para no ser visto demasiado a menudo frecuentando los mismos lugares.

Desde los años 80 en que empecé a frecuentarlos había tres aseos distintos, uno en el vestíbulo que da a la plaza de los Països Catalans, entrando a mano izquierda, otro situado en la pared lateral opuesta, junto al acceso al metro, precisamente junto a un gran plano de las líneas de metro y otro situado en uno de los pasillos interiores que unen los vestíbulos de llegadas y de salidas, bajo las oficinas de la estación. La puerta de estos últimos servicios estaba parcialmente oculta por una escalera muy cercana, lo que la hacía pasar bastante desapercibida, gran ventaja que desgraciadamente venía contrarrestada por sus minúsculas dimensiones, lo que hacía bastante difícil intimar. Pero aún así, aquel entorno me deparó gloriosas tardes de pajas.
Los puntos rojos señalan la ubicación aproximada de los servicios de la estación de Sants descritos aquí.
En los primeros servicios mencionados, entrando en los mismos, a la izquierda, había unos cuatro o cinco urinarios de la altura habitual entonces, que no permitían mucha visibilidad, seguidos de los compartimentos de los wc. Según el ritual ya relatado en otras entradas de este blog, nos situábamos fingiendo estar cumpliendo con la función fisiológica que hacía al caso y esperábamos hasta detectar alguna señal por parte de alguien, como por ejemplo la permanencia de cara a la pared por más del tiempo razonablemente esperable o alguna mirada furtiva o incluso más descarada. A partir de ahí, si no había nadie esperando a nuestra espalda se ofrecía la posibilidad, no exenta de riesgo, de agarrar algún pene ajeno, pero poca cosa más. Como eso no siempre era posible, lo más habitual era procurar enseñarse las respectivas pollas para finalmente hacer algún gesto o susurrar alguna palabra apremiando a una cita en el exterior, que no siempre se materializaba y a partir de la cual podía suceder cualquier cosa aunque, generalmente, no sucedía nada más por la falta de tiempo o lugar propicios. Hay que tener en cuenta que siendo un lugar de paso hacia o desde los trenes, no siempre los presuntos ligues disponían de tiempo ni lugar, ya que en muchos casos ni eran de Barcelona.

Los otros servicios, junto al acceso al metro señalado por un gran plano de la red, eran los más grandes y la entrada desde el exterior no era tan directa como en los anteriores por lo que brindaban algo más de tiempo de reacción, caso de que fuera necesario. Recuerdo que al principio la distribución de los urinarios, en varias hileras, era bastante favorable a nuestras "necesidades", pero al cabo de unos años se reformó todo el local y, aparte de cambiar todo el material, los nuevos urinarios de cazoleta se redistribuyeron adosándolos a las paredes interiores del recinto, salvo la de la entrada, por lo que disminuyó drásticamente la visibilidad lateral, ya que la mayoría de usuarios estábamos de espaldas unos a otros, pues por discreción, si no había mucha gente no parecía lógico situarse justo al lado de otro habiendo lugares libres en otra pared.

A veces se trababa una fugaz amistad simplemente en el vestíbulo, donde a fuerza de visitarlo a las mismas horas se acababa reconociendo a los habituales, por lo que no hacía falta entrar en los servicios. Tanto allí como en los servicios pude conocer a distintas personas de toda edad y condición. A título de ejemplo, mencionaré cinco casos de entre muchos, por los especiales rasgos que aún recuerdo de cada uno.

En los servicios más escondidos conocí a un jubilado, que creo que vivía por Hospitalet de Llobregat, bastante versátil, con una polla muy larga y dura para su aparente edad (que sería como la mía ahora). Le molestaba la visión del semen, hasta el punto de provocarle náuseas, que denominaba con el término en andaluz castizo "trabajos". Por eso facilitaba una toalla con instrucciones precisas para limpiarse antes de que volviera la vista que apartaba cuando se anunciaba la explosión del blanco fluido.

También me encontré algunas veces con un chico muy joven, versátil oral, con una polla por debajo de la media, con el que se pasaba muy bien. Me lo llevé varias veces a un oscuro mirador de Montjuïc frecuentado por automóviles con parejas y lo pasamos muy bien en el asiento trasero de mi coche gracias a que tenia esa naturalidad que habitualmente acompaña a la juventud, junto con unas inocentes ganas de probarlo todo. La última vez que lo vi, yo ya disponía de apartamento por lo que le propuse ir, me pidió si podía decírselo a otra persona que rondaba por allí, un poco mayor que él, para hacer un trío. Aunque yo no conocía al otro y, por ello, abrigaba ciertas reservas, le dije que adelante, pero al parecer la conversación no fue por los derroteros esperados y finalmente no se produjo el esperado trío. Después de aquella vez ya no lo vi más.

En una ocasión, me encontré con un tipo de los que les gusta charlar, con el que nos sentamos en un banco en el exterior de la estación para acabar la conversación. Yo llevaba puesto un chaquetón algo menos de tres cuartos que quedaba con su parte inferior holgadamente apoyada sobre el banco, circunstancia que él aprovechó para pasar la mano por debajo de la parte trasera y meterla por mi cintura y bajando por la parte posterior alcanzar mi culo por dentro del pantalón. Así estuvimos un rato hasta que le dije que tenía que marcharme, retiró la mano, me fui y no volví a verlo más.

Un caso muy peculiar me ocurrió con un chico algo más joven que yo, cercano a los treinta seguramente, con el cual el primer contacto fue algo extraño. Parecía que desde que nos habíamos visto en los urinarios nos habíamos entendido y nos encontrábamos ya en el exterior de la estación iniciando un intercambio verbal, pero sin acabar de comprometerse ninguno de los dos con el lenguaje usado, ninguno expresaba claramente lo que quería y la cosa no avanzaba, pero ninguno quería marcharse, una situación bastante típica para mí entonces, por mi timidez y/o miedo a sufrir algún desaire o disgusto peor, que muchas veces se veía secundada por una actitud similar por parte del supuesto ligue.

En este caso, llegó un momento en que parecía que empezábamos a entendernos a base de frases que se podían interpretar en el sentido que nos animaba, pero como ninguno hablaba claro, el chico me preguntó si tenía miedo de encontrarme con la policía, no recuerdo si asentí o no, pero sí recuerdo que el chico me mostró acto seguido una especie de carnet con el escudo de la Generalitat y me dijo que no me preocupara, que él era policía, supongo que con intención de que me quedara tranquilo, pero precisamente porque vi que lo que me presentaba no era una placa ni un carnet policial, además de que en aquella fecha los Mossos d'Esquadra todavía no se habían desplegado en Barcelona, la evidente falsedad de su afirmación surtió el efecto contrario al que él esperaba y no me tranquilizó, sino al contrario, por una experiencia que había tenido bastantes años antes (ver este post). Pero siguió hablando sobre el tema que nos interesaba a ambos, acabó definiéndose como pasivo y, a partir de ahí, pensé que valía la pena darle un voto de confianza.

Pronto se aclaró el enigma del escudo pues no tardó en comentar que era funcionario de prisiones, cuya competencia sí estaba traspasada a la Generalitat desde hacía años, a partir de lo cual comprendí que había fantaseado haciendo uso de su credencial, asimilando su profesión a la de policía para tranquilizarme, aunque el efecto logrado hubiera sido justamente el opuesto.

Subimos a mi coche y me llevó a un lugar bastante céntrico de Hospitalet de Llobregat, subimos a su piso, un minúsculo apartamento que parecía constar solamente de una sala, cama y baño, en el que hacía un frío atroz pues imagino que el piso había estado todo el día cerrado y sin calefacción, ya que él me había comentado que trabajaba en una de las prisiones situadas fuera de Barcelona, de ahí su presencia en la estación. Era otoño o invierno y había encendido un minúsculo radiador eléctrico enfocado hacia la cama pero que no conseguía calentar el ambiente.

Yo soy bastante friolero y temí que el contacto de mis pies con las heladas baldosas me jugara una mala pasada, como efectivamente ocurrió al principio, pero una vez en la cama y tapados, el contacto con el caliente cuerpo del chico y sus caricias, mamadas, etc., consiguieron reavivar mi libido y a los pocos minutos y también ayudado por la estufa, ya no necesité manta ni sábana. Una de las cosas que me gustaba hacer y que me sigue gustando ahora, es meter algún dedo en el culo de mi compañero/a e ir aumentado el número de dedos hasta donde me lo admita. En aquella ocasión solamente llegué a dos dedos, pero al imprimirles un movimiento basculante de tijera eso le gustó muchísimo al chico, me comentó sorprendido que aquello era nuevo para él y que le daba mucho gusto, me preguntó cómo lo hacía y me tuvo repitiéndoselo bastante rato en distintas posiciones. Me gustó que le gustara, pero llegó el momento de la verdad, le metí la polla con grandes muestras de emoción y alegría por su parte, estuvimos siguiendo el ritual de la penetración durante bastante rato, con cambios de posición y de ritmo, a veces lento, a veces algo más rápido, la mayoría de las veces empujando hasta el fondo como me gusta y él resistiendo mis envites y gozando de los mismos, hasta que nos corrimos y quedamos bastante agotados.

Como dato especial para mí, puedo contar que aquel apartamento me sorprendió porque era un gran archivo de material de voluntariado ciudadano. En las paredes había fotografías en las que aparecía el chico participando entre el personal voluntario en multitud de manifestaciones ciudadanas populares como marathones, carreras y otros actos ciudadanos de todo tipo. Tenía estanterías llenas de material utilizado en esos eventos, incluso una gran lona azul con el nombre de Barcelona en blanco, que por entonces se veía mucho adornando vallas en dichas manifestaciones. Le pregunté por la procedencia de todo ese material y me comentó que su hobby era participar como voluntario en todo lo que se organizara en Barcelona y de ahí que conservara material que le daban o que en ocasiones pedía que le regalaran de recuerdo, como aquella lona de dimensiones bastante apreciables. Me guardé para mí que yo también había sido voluntario en uno de los mayores eventos que había albergado Barcelona, pero me alegró mucho encontrar a alguien, emigrado a Barcelona solamente unos años antes según me había contado, que compartiera conmigo esa implicación en la vida de la ciudad, en mi caso mucho menor que la suya, y que siguiera siendo una persona tan desinteresada que siguiera regalando asiduamente su tiempo libre en bien del éxito de todos aquellos actos populares. Lamentablemente, como casi siempre, no guardé ningún dato de aquel chico, por lo que no volví a verle más.   

El quinto y último personaje de los que he guardado un recuerdo más detallado de aquellos días de cruising en la estación fue una persona entre los cuarenta o cincuenta, con aspecto de trabajador de la construcción o de boxeador, por su aplastada nariz, que me insistió mucho en llevarme a su casa. No las tenía todas conmigo dado su aspecto algo rudo, pero tanto insistió y tan sincero se le veía que accedí. Tomamos el metro y, para mi sorpresa, nos apeamos en la misma estación en la que yo solía hacerlo para ir al apartamento que entonces tenía. Efectivamente, encaminamos nuestros pasos como si fuéramos a dicho apartamento, pero al llegar a la calle transversal en la que estaba, el siguió caminando hasta llegar a la siguiente travesía donde se encontraba su piso. Resultó ser una persona encantadora, muy próxima, familiar y también muy caliente. Estuvimos en su cama durante un buen rato haciendo de todo hasta que él me pidió el culo, a lo que yo me opuse amablemente y volví a chupársela para dorarle la píldora de mi negativa. Como su polla era bastante gorda, a veces me atragantaba con ella y entonces el decía "por detrás no te atragantarías", así unas cuantas veces, pero resignado. Luego le pedí yo su culo y él fue lo suficientemente generoso como para dármelo, no sin decirme que no era lo que más le gustaba, pero al fin se avino y terminamos nuestro encuentro con un buen polvo.

Para cerrar las notas de lo que me aconteció en aquella primera época, en la que en los servicios de la estación solamente había oportunidades para alguna paja y, con más suerte, algunos encuentros como los mencionados, mencionaré que también me sucedieron un par de anécdotas más, de distinto cariz.

En una de las ocasiones, estando allí en la posición habitual, se colocó a mi derecha otro usuario, que tras mi furtiva mirada identifiqué como H., un compañero de trabajo del cual yo sospechaba su tendencia sexual pero con el que nunca había cruzado ninguna frase al respecto ya que por nuestras respectivas funciones en la empresa no teníamos relación habitualmente, nuestras conversaciones eran normalmente cortas y, como es natural, nunca sobre tan delicado tema. Vi que hacía el habitual gesto de mirarme la polla, que yo procuré esconder para no delatarme, puesto que lucía ya su habitual esplendor de entonces. A los pocos segundos simulé que había terminado y me marché sin mirarle ni denotar que lo había reconocido. Me fastidió, porque ya no volví aquella tarde por si acaso. Pero eran los pequeños inconvenientes de llevar una doble vida.

En otra ocasión, un día por la mañana, se situó a mi lado un tipo relativamente joven que enseguida me hizo señas de que le gustaba lo que veía. Salimos fuera para hablar tranquilamente y enseguida me propuso ir a un lugar que él conocía, donde estaríamos muy bien. Mientras nos dirigimos hacia donde él me indicó, en la calle de Tarragona, constantemente me insistía en que tenía muchas ganas y me preguntaba si yo también. Me extrañó tanta insistencia y me hizo sospechar que estaba fingiendo algo que no sentía.

En aquellos años, muchos de los edificios actuales de la calle Tarragona todavía no existían y otros estaban en construcción. Hacia uno de ellos, en el lado de los números pares, se dirigió para llevarme al fondo de la planta baja, en la que solamente se veía la estructura de hormigón armado. Allí había una columna cuya sección era en forma de U, en cuyo hueco orientado hacia el fondo del local me indicó que me colocara "para estar más escondidos", pidiéndome al mismo tiempo que me sacara la polla. De ningún modo quise ponerme donde él quería aunque, iluso de mí, sí que me saqué la polla por si todas aquellas sospechosas circunstancias no confirmaban mis temores, pero desgraciadamente se confirmaron. Entre el trayecto a pie y el "ten con ten" provocado por su insistencia en que me colocara en el hueco de la columna (con lo que me hubiera tenido totalmente a su merced) y en que me sacara la polla, ésta estaba ya totalmente fláccida y la saqué sola, sin acompañarla de los huevos como habitualmente hago cuando estoy en mayor confianza. Lo hice así porque unos años antes había oído explicar que algunos delincuentes que se hacían pasar por homosexuales en los alrededores del Drugstore del Paseo de Gracia, cuando se habían llevado a algún presunto ligue al zaguán de alguna cercana escalera de vecinos y aquél se sacaba la polla, amparados por la habitual oscuridad de esos lugares le echaban un "lazo" corredizo de alambre a la incauta polla y huevos para, acto seguido, desplumar a su propietario de todo lo que llevara de valor bajo la amenaza de dejarlo castrado "ipso-facto". No sé si ésta sería la intención de aquel chorizo que también había fingido ser homosexual, pero no creo que lo hubiera podido conseguir por la circunstancia que he explicado y como, mientras tanto, en vista de que no me ponía en el hueco que el proponía y tampoco tenía mucho acceso a agarrarme la polla, pasó a exigirme dinero de mala manera. Yo hice ademán de marcharme, aunque él me cerró el paso, mientras forcejeaba me puse a gritar esperando que me oyeran los obreros que, por los ruidos que venían de la planta superior, parecía que estaban trabajando allí, pero no conseguí huir porque me propinó tal puñetazo en la sien derecha que lo siguiente que recuerdo es estar tendido en el suelo, con la bragueta abierta y dos tíos mirándome, el atracador y otro que supongo sería un bendito obrero, sin tener noción alguna del tiempo que llevaba allí en aquella poco decorosa postura. Quizá el atracador iba provisto de un puño americano, quizá me dio en un lugar demasiado preciso (alguien me comentó posteriormente viendo el morado que lucí durante unos días -que justifiqué con un supuesto golpe en una puerta- que el resultado del golpe en tan crítico lugar podría haber sido fatal) o quizá fueron ambas cosas, pero casi podría afirmar que él debía tener intención de hacerme daño pero no se esperaba que yo perdiera el conocimiento de aquella forma tan inmediata, porque de estar preparado para ello me hubiera desvalijado inmediatamente antes de que hubiera podido bajar nadie desde el piso superior, creo yo, cosa que no había ocurrido. El caso es que allí estaban mirándome los dos, yo me levanté, me dirigí al que no conocía y le pedí ayuda, el atracador salió corriendo, yo también me marché casi sin darle las gracias a aquella otra persona y ese fue otro día en el que se me cortaron de golpe las calenturas que me hacían frecuentar aquel lugar.

4 comentarios:

  1. Anda que, menudas historias te pasan.
    Supongo que, aún en menor medida, chorizos que se hacen pasar por gays siguen existiendo, pero el hecho de existir muchos más lugares de ligue no clandestinos acobarda al delincuente.
    En la estación de Sants si fui unas pocas veces, aprovechando que me pillaba de paso para observar si habia movimiento y posibilidades de ligue, pero al efecto, solo ligue visualmente una vez con uno en el lavabo del vestibulo opuesto a los del metro, que no llego a pasar nada, sino solo el contacto visual de deseo e imposibilidad de llevarlo a cabo, y otra vez que me encontré a un recién amigo que conocía pocos dias antes en el Arenas y con el que llegué a salir al cine, a un concierto de piano y unas pocas veces a follar en casa. Pues fue encontrarmelo en el w.c de la estación, comentar que me esperaba fuera y no verle ni saber más de él. Se llamaba Pere y era de Mataró.

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    1. Efectivamente, querido perro, gracias a que la sociedad ha evolucionado no parece que hoy en día sea negocio para los chorizos atracar o extorsionar a los gays más que a otros segmentos de la población. Desgraciadamente, ahora se estilan más las agresiones homófobas, que entonces también existían pero creo que no con la extremada violencia que he observado en las actuales.
      Y esto de los encuentros y desencuentros siempre lo he observado en nuestro mundillo. El ejemplo que mencionas es paradigmático, alguien con quien has salido a lugares interesantes, no simplemente locales gay, y con el que incluso has follado algunas veces, que de pronto te da esquinazo. Yo mismo me acuso y arrepiento (¡a buenas horas!) de haber hecho algo así en alguno de los posts anteriores, si bien no se trataba de alguien con quien hubiera profundizado tanto como en tu caso. Pero también me lo han hecho a mí, debe ser cosa de la "Gay culture".

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  2. Un relato minucioso,lleno de datos ilustrativos. De todo lo que explicas me quedo con que en aquella época eras muy atrevido, que hacer cruising tiene sus riesgos. Y tu experiencia con el funcionario de prisiones me ha gustado especialmente. Que me metan dedos en mi ojete me encanta,cuantos más mejor,así que si quieres puedes practicar conmigo.
    Como siempre te digo me encanta lo que cuentas y la forma cómo lo haces Manuel

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  3. Gracias por tus elogios, pero creo que si cualquiera de nosotros tuviera tiempo para escribir sus aventuras tampoco se quedaría atrás.
    Sí que era atrevido, cosas de la juventud, ahora tanto por la edad como por las implicaciones de todo tipo que podrían tener para mí y mi familia el ponerme en cualquier situación comprometida soy mucho más cauto, aunque lamento reconocer que cuando la calentura aprieta a veces se me olvida la cautela.
    Y lo de los dedos, cuando quieras, ya ves que a mí me encanta hacerlo ...

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